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México D.F. Jueves 22 de mayo de 2003

Angel Guerra Cabrera

Errores de cálculo

El 20 de mayo es el momento cumbre en la liturgia pública de la mafia (anti)cubana de Miami porque fue en esa fecha de 1902 que Cuba pasó a ser protectorado yanqui con la apariencia de república independiente. La mafia espera con ansiedad la celebración, ilusionada con que el presidente -de Estados Unidos, obviamente- anuncie por fin la "liberación" de la isla por las fuerzas militares bajo su man-do, o que al menos disponga una nueva vuelta de tuerca al bloqueo. Pero este año su frustración no pudo ser mayor ante la actitud de la Casa Blanca que casi se desentendió de la fecha. Todo se redujo a una reunión privada de George W. Bush con un grupo de mafiosos de menor categoría y al breve mensaje que dio a través de las ondas de la emisora oficial que transmite contra la isla. Y es que Bush, por varias razones, se quedó sin opciones para complacer a sus amigos de Miami.

Primero -y esto es fundamental-, el gobierno cubano logró frenar por ahora la escalada en preparación conducente a la invasión, que ya iba muy avanzada. Se-gundo, la Casa Blanca no pudo obtener un consenso sobre posibles medidas a tomar contra Cuba, dadas la firme oposición a ellas en el Congreso y la disputa por las asignaciones presupuestarias en apoyo a la "disidencia", que impide llegar a acuerdos a las distintas facciones de la mafia.

El primero de esos puntos -la escalada- merece un comentario. Al jugar con audacia, resolución y creatividad sus cartas frente a la conspiración, Cuba desconcertó a sus autores, que habían incurrido en varios errores graves de cálculo. La Habana, en lugar de expulsar al representante diplomático de Washington, James Cason, en respuesta a su actividad subversiva y provocadora -como esperaban la mafia de Miami y sus aliados de la ultraderecha estadunidense-, optó por encarcelar a un grupo de sus agentes nativos, desmantelando la quinta columna creada con tanto esmero por Estados Unidos. Expulsar a Cason habría colocado a Washington en una situación humillante, de la que probablemente intentara salir suprimiendo los únicos vínculos existentes entre los dos gobiernos: la oficina de intereses en La Habana y la capital estadunidense y el convenio migratorio firmado en 1994, punto de difícil retorno hacia una grave crisis entre las dos partes. Aun sin llegar a ese extremo, un eventual sustituto de Cason habría arribado a Cuba en una actitud igual a la de su antecesor y encontrado intactos los brazos ejecutores del plan desestabilizador estadunidense en la isla, pero en un clima de mayor tensión entre los dos países. Así, la situación hubiera quedado en un punto de mayor peligro, más apropiado para crear el escenario preparatorio de una agresión estadunidense, justamente lo que están decididos a impedir los dirigente cubanos.

Los autores del plan contrarrevolucionario descartaban que Cuba actuara enérgicamente contra los agentes de Estados Unidos en la isla, convenientemente presentados con anterioridad como disidentes ante una opinión pública internacional engañada por la maquinaria mediática. Por la misma razón no previeron que La Habana cortara de plano con la ola de secuestros de aviones y embarcaciones en marcha -plato fuerte que conduciría a la intervención yanqui- aplicando con el mayor rigor la ley antiterrorista y fusilando a tres de los plagiarios. Calcularon que Cuba temería enfrentar una gigantesca campaña de los medios de (des)información dominantes que la evidenciaría como flagrante violadora de los derechos humanos y la libertad de expresión. No imaginaron que las autoridades cubanas aceptarían el desafío ni mucho menos que, en virtud de la claridad y firmeza con que expusieron sus argumentos, la campaña mediática provocaría un cierre de filas en defensa de la soberanía y la autodeterminación por parte no sólo de sus tradicionales y más fervorosos amigos en el exterior, sino de muchos que no lo son tanto, pero que están decididos a oponerse a que el grupo de Bush continúe la violación descarada del derecho internacional con la amenaza que implica para la humanidad, y en particular para América Latina, sobre todo si se llegara a consumar una agresión a Cuba.

El otro error de cálculo fue subestimar la histórica y sólida relación de Fidel Castro y su equipo dirigente con el pueblo cubano, y las enormes reservas de conciencia revolucionaria y patriótica existentes en éste, que ha reaccionado indignado y apretando su unidad frente al proyecto intervencionista, como lo demostró la gigantesca concentración de La Habana del primero de mayo. No sólo fue la más concurrida de los recientes años, sino que acudieron quienes no suelen asistir a estas convocatorias, expresión de un fenómeno que tampoco fue valorado por los enemigos de la revolución cubana: la resistencia casi unánime que encontraría una agresión estadunidense, inclusive entre quienes discrepan con el régimen social de la isla.

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