Jornada Semanal, domingo 1º de junio del 2003        núm. 430

EL ABISMO DE LA VIDA,
UNA NOVELA DE REYES HEROLES

En la escuela, la crueldad de los niños y la mente arquetípica, le gritaban “judío” y él, más tarde ordenadísimo y diligente actuario, se defendía con explicaciones inútiles en las que hablaba de su abuelo alemán que, huyendo del invierno prusiano, pasó por Ellis Island, sufrió el verano en Cuba y recaló en el clima benévolo de México y en la gran ferretería alemana en la cual se desarrolló su vida entera. Esteban se defendía, también, hablando del origen italiano de su madre, cristiana pragmática, poco rezandera, pero llena de “diosesmíos” y de “aydioses”. Estos son los puntos de partida de una saga que se desarrolla en nuestros días de secuestros, violencias, prepotencias empresariales, frialdades neoliberales y líderes de opinión llamados por Esteban Kalhet Gonsi, “conciencias matutinas”. El personaje de esta saga (ya todo es tristemente antiépico en nuestros tiempos de guerras sin penacho ni espada, libradas detrás de una computadora por soldados enmascarados y técnicos fríos y eficientes) sabe mucho de seguros gubernamentales, corre (hace jogging, digámoslo en español clásico) entre árboles queridos y no gusta de lo imprevisto. Actuario como él solo, tiembla ante los abismos vitales de los que habla el romántico mayor, nuestro Víctor Hugo de ayer, hoy y siempre.

Los anteriores son algunos de los elementos de una novela en la que late un sutil contrapunto y, al lado de Esteban y de los otros personajes actuales, Jean Valjean cruza con su hogaza de pan en las manos, perseguido por ese vengador maniático que es el inspector Javert. De alguna misteriosa manera, poco a poco –al igual que en la vida real de muchos seres del sexo debilísimo– María se va apoderando de la escena y controlando los ritmos de las vidas y de la narración desde el momento en que aparece en la puerta del apartamento del piso catorce que en realidad era el trece, pero que no existía debido al dueño del edificio y a las supersticiones. María y Víctor Hugo se convertirían en las obsesiones de Esteban (no olvidemos que el autor, Federico Reyes Heroles, da cursos sobre Los miserables y conoce a fondo la biografía del gran escritor de una ciudad que, en justicia, debería haberse rebautizado con el nombre de Hugópolis).

El que no cultive alguna superstición que tire la primera piedra, el que no diga sin despegar los labios una oración de la infancia en el momento del despegue del avión que calle para siempre, el que no toque madera (Esteban tocaba un árbol sagrado) que se atenga a las consecuencias. Por eso, Esteban, habitante del piso catorce que en realidad es el trece, descubre que el número de preso de Jean Valjean es el 24601 que, sumado, nos da un trece. Tiene razón Demócrito, nos dice Federico, al afirmar que “todo es producto del azar o de la necesidad”.

El azar está presente en todos los momentos de este abismo novelístico. Los personajes no son exactamente marionetas manejadas por el destino, pero una fuerza incontrolable mueve sus vidas y se repliega para atacar de nuevo en el momento en que lo decida, sin saber lo que va a hacer, pues la vida es totalmente inocente y, como decía González León es, para nuestra pequeña emoción, “algo enigmático y artero”. A eso es a lo que le teme nuestro actuario enemigo del tabaco, amigo de los chequeos médicos anuales y conocedor de números y de cálculos de probabilidades. Pero es el azar y el número 1501 lo que une las dos racionalidades: La matemática de Esteban y la psicoanalítica de María. Ambos se enamoraron por aquello que La Rochefoucauld definía de manera precisa: “Algunas personas nunca se hubieran enamorado si no hubieran oído de la existencia del amor.”

El abismo oscila entre la vida ordenada por la estricta razón y desordenada por el azar todopoderoso. Los indecisos amantes asisten a los momentos que han marcado el inicio de este siglo de horrores y ven sobrecogidos el vuelo terrorista, las llamas tremendas y el desplome de dos símbolos del orgullo imperial. Por otra parte, de la mano del azar entran en sus vidas, enlazadas y malignas, la enfermedad y la necesidad de ayuda para sobrevivir y sortear la bahía sembrada de peligros y de trampas.

El contrapunto Valjean, Esteban, María, Javert, Víctor Hugo, Federico, se vuelve más intenso en la recta final de la novela. Las historias se entrelazan y la una se alimenta de la otra, respetando sus espacios y tiempos diferentes. De este contrapunto nace y se consolida la estructura narrativa que tiene sus columnas principales en los momentos que el autor titula: encontrar, nombrar, temer, viajar y vivir.

Aquí estamos, leyendo la novela de Federico, pensando en Esteban y María, mientras la guerra, el odio, la crueldad, la frialdad de los mercachifles, la vulgaridad de los medios masivos y la insolencia imperial vejan y humillan a los seres humanos y, lo que no tiene perdón, dañan a los niños. Por todo esto, Federico nos invita a volver a los románticos, a revisitar a Víctor Hugo y a creer en el amor y en la bondad. Nada vamos a solucionar con nuestros deseos y nuestros amores, pero tendremos algunos momentos de “esplendor en la hierba”. Eso ya nadie nos lo quitará, nadie podrá quitárselo a María y a Esteban.
 

HUGO GUTIÉRREZ VEGA
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