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México D.F. Martes 3 de junio de 2003

Teresa del Conde/II y última

Gustavo Monroy en el MUCA

Antes Gustavo Monroy traspasaba sus rasgos fisonómicos esenciales al rostro de Cristo, pero después de la exposición del Auditorio Nacional que mencioné en mi artículo anterior siguió haciéndolo, aunque ya no en forma exclusiva.

Una de las pinturas del primer rubro juega con su contenido: se titula Cruz y ficción y el Cristo que allí aparece es la representación de aquellas esculturas en pasta de caña que admiramos en los pueblos y que con tanto acierto han retratado artistas de la cámara como Manuel Alvarez Bravo, Graciela Iturbide y Flor Garduño.

En la obra que comento Cristo está flanqueado por dos de las Marías de la Pasión y ambas tienen rostro de calavera, como si José Guadalupe Posada hubiera sido convocado a participar en los calvarios imaginados por su colega de la posmodernidad. De Posada hay una glosa directa en otra sección: la del niño que ostenta un rostro en las nalgas, también homenajeado en más de una ocasión por Francisco Toledo. Recordando a éste, menciono ahora que varias figuras presentes en estos gólgotas o calvarios efectúan funciones defecatorias y no es que resulte imposible el intento de desentrañar el simbolismo implícito, sobre todo si se conocen Los cuadernos de la mierda, de Toledo (una selección se exhibió no hace mucho en el museo del ex Arzobispado, que gracias a Dios al parecer continuará como inmueble federal).

Avanzando en el recorrido de la exposición, el espectador advierte que en realidad es todo el aparato digestivo el que forma parte de los intereses y preocupaciones del artista, que también incluye un ocasional fellatio en determinadas escenas o bien su propia cabeza decapitada, como la del Bautista, pero con corona de espinas.

Acompañando este grupo de pinturas, una mampara ostenta alocuciones del autor católico Thomas Merton: ''Señor, ten piedad. Ten piedad de mi oscuridad, mi debilidad, mi confusión..." Estas máximas tienen una función apotrópica, pues defienden a las pinturas de toda posible acusación de irreverencia, situándolas en nivel similar al de los cristos que destruyen su cruz de José Clemente Orozco.

En algunas composiciones la cruz ha sido fragmentada, con lo que suele convertirse en espada o en una escuadra aguda que ciega los ojos del crucificado. Este tipo de recursos -como el de los ojos extraídos y servidos en un platillo como si fueran ostras- se anexan a los pintores y grabadores del finisiglo decimonónico, como Felicien Rops o nuestro Julio Ruelas. Estos artistas, que preludiaron el surrealismo, captaron, y es el caso de Monroy, la ''sobrerrealidad" en forma menos artificiosa y, por tanto, más directa que los seguidores de André Breton.

En el espacio dedicado a los trabajos que traen a colación la Mitteleuropa (Monroy trabajó un buen periodo en Polonia) hay un trait d'union que vincula unos temas con otros. Se trata de otra glosa: Adán y Eva expulsados del Paraíso en el fresco de Massaccio, que se encuentra en el convento del Carmen de Florencia. Esta sección ofrece representaciones de las trompas de Eustaquio, es decir, del aparato auditivo. También hay reiteraciones de deidades prehispánicas, como Tlalzolteotl.

En composiciones posteriores se advierte que un medicamento antidepresivo poderoso, el paxil, puede funcionar como antídoto a la memoria pues el título de la serie es Anatomía del olvido, en una de las piezas el aparato reproductor femenino, con todo y ovarios y trompas de Falopio, aparece incrustado en el cuerpo de un hombre.

La exposición de Monroy en el Museo Universitario de Ciencias y Artes (MUCA) merece más público y en términos generales puede decirse que, pese a que ese recinto es frecuentado por muchas personas durante las inauguraciones, algo perceptible cuando tuvo lugar la magna exposición de esculturas que pecó precisamente por su magnitud. En ella había de todo: desde magnificentes piezas de todos los periodos hasta otras que ni siquiera resultaban dignas de figurar en El jardín del arte.

La cuestión es que la población universitaria aledaña se abstiene de ingresar al MUCA, cosa que no sucede en El Chopo, en La Casa del Lago o en Universum. Habría que encontrar las causas de este fenómeno, no atribuibles ya a la larga gestión pasada del discípulo de don Rubín de la Borbolla. Tanto Lily Kassner, actual directora, como su brillante predecesora Sylvia Pandolfi, a quien se debió la apertura del MUCA Roma, han contribuido bastante a la dignificación de esas galerías que son desaprovechadas por nosotros, sus usuarios naturales.

Ojalá que este texto sirva de antídoto contra la inasistencia de público, no sólo universitario sino de toda índole, pues a pesar de que el campus se encontraba muy poblado en la soleada mañana dominical cuando acudí a la exposición, los visitantes eran más bien escasos, dígalo si no el artista Phil Bragar a quien encontré allí, acompañado de su mujer, descifrando los enigmas de Gustavo Monroy.

Menciono a Bragar porque durante un tiempo él propició una usanza que me parece sumamente pertinente. Como si fuera página de entrada de este mismo diario, solía imprimir en tiraje amplio en un par de hojas tamaño tabloide las noticias de sus exposiciones, con lo que la ausencia de un catálogo (sabemos de sobra que la edición de catálogos puede resultar imposible si se carece de financiamiento) quedaba en cierto modo subsanada de esa manera, a lo que se añadía la ventaja de que las exposiciones al menos quedaban documentadas. Solicité un dossier de prensa o una hoja de sala acerca de la exposición que he comentado, pero me informaron que carecían de ambas cosas por el momento. Tampoco se me pudo decir si posteriormente habrá, o no, catálogo. Lo afortunado es que se ofrezcan en el MUCA exposiciones como la de Gustavo Monroy.

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