LETRA S
Junio 5 de 2003

ls-beso


 
 
ls-didier Las marchas del orgullo gay son eminentemente políticas. El festejo --disfraces, carros alegóricos-- no se contrapone con las demandas que desde siempre se han enarbolado: aquí estamos, luchamos contra todo tipo de discriminación, queremos igualdad jurídica, etcétera. A unas semanas de que se celebre en México la XXV edición de la marcha lésbico gay, rescatamos para las y los lectores de Letra S esta entrevista con Didier Eribon, en la que reivindica el derecho a la diferencia en los estilos de vida. Filósofo, historiador del pensamiento y colaborador habitual de Le Nouvel Observateur, Didier Eribon es autor del imprescindible ensayo político filosófico Reflexiones sobre la cuestión gay, entre otras obras.

 
 
 
 

Patricia Riel

¿Para qué sirve hoy una Marcha del Orgullo Gay (Gay Pride)?
La expresión lo dice claramente: Gay Pride --yo diría más bien Lesbian and Gay Pride-- es un momento en el que los homosexuales afirman su "orgullo". Esto quiere decir simplemente el derecho de ser lo que son sin tener que esconderse. Casi todos los que asisten a esta marcha han tenido que disimular su sexualidad durante buena parte de su vida y la han vivido con vergüenza. Pero un buen día dicen: ¡basta! Es un momento de liberación personal. Es muy difícil asumir esa actitud en lo individual, lo que permite hacerlo es la visibilidad colectiva. De ahí la importancia de esta jornada anual de marcha y afirmación que termina siendo una escenificación simbólica de esa visibilidad.

Desde hace años se habla mucho de visibilidad homosexual. ¿Cómo se volvieron visibles los homosexuales tan rápidamente?
No sé si pueda decirse que se logró rápidamente. Habría que revisar la historia de todo un siglo, pues hubo momentos de gran visibilidad en los años veinte y treinta. Conocemos la célebre serie de fotografías de Brassaï sobre el "París secreto" de los años treinta, con sus bailes homosexuales. Berlín tenía una vida gay y lesbiana muy intensa y conocida por todos desde principios del siglo XX. Los periódicos la mencionaban. Había incluso en Alemania, a finales del siglo XIX, un movimiento homosexual muy importante que luchaba por la descriminalización de la homosexualidad.

Todo eso lo aniquilaron el nazismo y la guerra. Y si bien hubo tentativas después de la guerra por tratar de retomar el combate contra las leyes represivas, es sólo a partir de 1968, y sobre todo a inicios de los años setenta, que pueden reaparecer en la escena pública una voz y una presencia homosexual. Eso dura apenas diez años, hasta principios de los ochenta, cuando la tragedia del sida transforma totalmente la situación política y cultural. Pero los gays se movilizaron muy rápido y en el curso de esta movilización impulsaron toda una serie de reivindicaciones, como por ejemplo el reconocimiento jurídico de las parejas del mismo sexo. Todos estos combates (y también la violencia de las reacciones hostiles) contribuyeron a que surgiera nuevamente lo que llamamos la "visibilidad".

A menudo la Gay Pride da la impresión de ser sólo una fiesta hedonista sin contenido político real.
No creo que podamos oponer "fiesta" y "política". Por el contrario, creo que la movilización lésbico-gay ha hecho añicos la definición tradicional de la política, como antes lo había hecho el movimiento feminista. Cuando miles de personas festejan para afirmar simplemente su derecho a ser lo que son, esto es algo eminentemente político. El primer mensaje de la Lesbian and Gay Pride es muy sencillo: existimos. Y a este mensaje se añaden otros: luchamos contra las discriminaciones de las que somos objeto, queremos la igualdad jurídica, etcétera. Esto es algo muy político. Mucho más político, en todo caso, que las querellas internas de los partidos de las que todos los días nos hablan la televisión y los periódicos.

¿Diría usted que los gays y las lesbianas disfrutan de mayor cobertura en los medios que otras minorías?
No creo que haya un trato más favorable. ¡Para nada! Es simplemente que la movilización de esta minoría ha sido la más importante. Quisiera sin embargo hacer dos observaciones: la primera es que siempre se le puede reprochar a una movilización el no resolver todos los problemas de la sociedad, y siempre se puede decir que existen problemas más importantes (algo que se le objetaba ya a las feministas en los años cincuenta y sesenta). Pero esto no impide que la movilización sea legítima e incluso necesaria. Por otra parte, insisto en recordar que los gays y las lesbianas que se movilizaron contra el sida lucharon por todos los enfermos, sin excepción, y particularmente por aquellos pertenecientes a minorías relegadas: inmigrados en situación de precariedad, toxicómanos, prostitutas... ¿Quién más lo ha hecho?

ls-parejaUna Gay Pride cada año, con despliegue de carros alegóricos y travestis, ¿no corre el riesgo de ser, a la larga, contraproducente para los homosexuales?
¡Se trata de un desfile muy festivo que sucede una vez al año, y la gente que participa en él tiene el derecho a divertirse y disfrazarse! Lo que me sorprende es que los homosexuales tengan siempre que justificarse por la imagen que ofrecen. ¿Alguien diría acaso que el carnaval de Río o los espectáculos del Lido dan una mala imagen de la heterosexualidad?
Pero podemos remontarnos más atrás en la revisión histórica: observen la manera en que los homosexuales han sido representados durante décadas en el cine, en las caricaturas de los diarios y todavía hoy en la televisión... Constatarán que casi siempre son imágenes de personajes ridículos, patéticos, afeminados. Y nadie se sorprende de ello, nadie se indigna. Pero cuando los homosexuales marchan por la calle, se les reprocha dar una mala imagen de sí mismos, incluso cuando esa "mala imagen" corresponde a la que siempre se ha dado de ellos y que ellos se apropian por deseo de burla. Quienes así reprochan son sin duda los mismos que se deleitan con La jaula de las locas cada seis meses por televisión, y que luego se indignan por ver travestis en las calles de París.
Creo que la conclusión que podemos extraer es muy sencilla: la única "buena imagen" que se espera de gays y lesbianas es la del homosexual que se esconde, se calla y agradece cuando es injuriado y ridiculizado. Pero esa época ya terminó. Hoy los homosexuales ya no se esconden, no se callan ni dan las gracias a quienes los insultan. Dan de sí mismos las imágenes que les viene en gana dar. Y dado que estas imágenes son múltiples, plurales, cambiantes, son muchas las que no agradarán a todo mundo, y muchas también las que disgustarán a otros homosexuales, ya que cada uno de ellos tiende muy a menudo a pensar que la única forma correcta de vivir la homosexualidad es la suya. Sin embargo, la pluralidad existe. Es inevitable. Hay que aceptarla. Nadie tiene el derecho de decir a los gays y a las lesbianas lo que deben ser, cómo deben vestirse, etcétera. Nadie tiene el derecho de decretar lo que debería ser o no la "buena imagen" de la homosexualidad.

Algunos homosexuales sueñan hoy con fundirse en el paisaje del común de los mortales, volverse buenos padres y buenos sacerdotes. En una palabra, con volver a ser de nuevo invisibles...
Sí, es cierto. Pero esto no es nuevo. Siempre ha habido, desde por lo menos hace un siglo (aunque los historiadores señalan que esta tensión entre gays obvios y gays discretos ya existía en el siglo XVIII), esta contradicción entre la idea de que los homosexuales deben pedir a la sociedad que los reconozca, y la idea de que son más bien "marginales" y "subversivos". Al movimiento gay lo han constituido estas dos tendencias a la vez. Me parece que hoy la paradoja es la siguiente: aquellos que más desean integrarse a la sociedad, resultan ser los mayores desestabilizadores del orden establecido. No es posible ya ignorar que precisamente las reivindicaciones que conducirían a los homosexuales a ser buenos padres, buenos curas o buenos soldados, son las que provocan esos accesos de fiebre homófoba que habríamos pensado imposibles a finales del siglo XX. Basta observar las reacciones histéricas que desata la reivindicación del derecho al matrimonio, o incluso la simple reivindicación de un reconocimiento jurídico de las parejas del mismo sexo, ya sea en Estados Unidos o en Francia, mientras que los gays y las lesbianas que se desean subversivos han terminado por ya no incomodar a mucha gente, o en todo caso por incomodar un poco menos.
Casi todo mundo les concede ahora ese derecho, o en todo caso está dispuesto a concedérselos a condición de que permanezcan acordonados en su "subversión" y en barrios reservados, y no exijan poder casarse y adoptar niños. La marginalidad es, ahora, lo que se le concede a los homosexuales, y la conceden aquellos mismos que hasta hace poco denunciaban el "comunitarismo" gay, pero que hoy prefieren pese a todo ese viejo "comunitarismo" a la voluntad que manifiestan las asociaciones lésbico-gays para obtener una igualdad de derechos, y sobre todo el derecho a la familia. Lo más asombroso es cuando leemos textos que denuncian el "comunitarismo" de los homosexuales (la existencia de un movimiento o de una visibilidad colectiva), y al mismo tiempo se indignan de su voluntad de querer ser como todo mundo (la aspiración al matrimonio, etcétera). En el fondo, los defensores del orden establecido sólo piden una cosa en todas sus denuncias contradictorias de lo que hacen y dicen los homosexuales, y es que estos últimos se callen y dejen de perturbar a la sociedad con su visibilidad y sus reivindicaciones; en una palabra, con esa presencia suya que ya no permite que se le ignore.
Es por ello que me niego a escoger entre los homosexuales que exigen el derecho al matrimonio y aquellos que piden el derecho a la diferencia y a la "marginalidad". Los gays y las lesbianas deben exigir a la vez la igualdad jurídica y social, y el derecho a vivir como lo desean. Hay que luchar al mismo tiempo por la indiferencia del derecho en relación con lo que son los individuos, y por el derecho a la diferencia en los estilos de vida. En efecto, si el derecho no debe hacer diferencias entre los individuos, no es porque todos los individuos sean idénticos, sino por el contrario, porque son diferentes y hay que proteger estas diferencias.
 

Entrevista realizada para el diario Le Temps de Geneve, 4 de julio, 1998. Tomada del libro Papiers d'identité, Interventions sur la question gay, de Didier Eribon. (Fayard, París, 2000).
Traducción: Carlos Bonfil.