Jornada Semanal,  domingo 15 de junio de 2003           núm. 432

JAVIER SICILIA

EL NOVELISTA Y EL CATOLICISMO

En el número cinco de su colección Clásicos Cristianos, la Editorial Jus publicó una antología realizada y prologada por Vicente Leñero, Cuentos de la fe cristiana (1999). A pesar de que no aparece en ella un cuento que yo habría incluido: "La eterna sonrisa", del olvidado Pär Lagerkvist, el trabajo es magnífico, no sólo por la inquietante muestra que nos echa a los ojos sobre el quehacer de algunos narradores frente al misterio de la fe, sino, sobre todo, por el prólogo que lo encabeza y que nos habla, en la particularidad de la experiencia de Vicente Leñero, del conflicto que por mucho tiempo vivió el católico de cara a la creación literaria.

El conflicto que Leñero nos narra muestra los laberintos en los que por mucho tiempo la Iglesia, particularmente en México, se extravió reduciendo la tremenda marea de fuego del Espíritu que sopla sobre la vida a un conjunto de normas morales y a una conducta mojigata de la que, por desgracia, aún quedan restos en esa espantosa cadena televisiva que irónicamente se llama "Claravisión" (cada vez que por azar me topo con ella me dan unas ganas de volverme musulmán y de exclamar: "¡Ay Nietzsche, cuánta razón tenías!").

Pero esto, que a mí, hijo de Bloy, de Bernanos, de Maritain, de Mounier y del Concilio Vaticano ii, me llena de indignación, para un católico mexicano, como Leñero, nacido antes del segundo Concilio, era, frente al universo de la literatura, un drama de conciencia: "Educado –escribe Leñero– por religiosos lasallistas bajo el precepto de que los libros son, sí, muy importantes, pero muy peligrosos cuando se trataba de obras de ficción, la literatura se me presentó desde la edad primaria como un terreno minado." Lo único que estaba permitido leer a un "buen" católico eran novelas edificantes.

¿Pero se puede ser un buen lector de novelas y un buen novelista, leyendo y haciendo literatura edificante? ¿La literatura edificante es realmente literatura?

No, en ninguno de los dos casos. La literatura, la verdadera literatura, es, decía Thomas Mann, "indefinida y multifacética como la vida misma"; incluso, la literatura católica o, para ampliar su espectro al nombre con el que encabeza su antología Leñero, la literatura cristiana (pienso en Dostoievski, en Bernanos, en Green) está hecha con la luz y la oscuridad de la vida, y el novelista debe vivirla y experimentarla como Dios ha de vivir y experimentar la vida de los seres humanos, acompañándolos en su libertad: en sus pecados y en su aciertos; en sus crímenes y en sus redenciones.

Tal vez por ello o, mejor, no tal vez, sino por ello, no hay en la antología de Leñero más que un narrador mexicano: Juan José Arreola. En realidad, fuera de Arreola, que sólo tiene un puñado de cuentos con ese tema, la literatura propiamente católica en México era una literatura ideologizada y moralizante, cuya mayor expresión fue la novela cristera. Para encontrar una buena literatura católica en México habría que esperar al propio Leñero quien, enfrentado con los universos literarios de Mauriac y de Green, logró superar la mojigatería con la que la Iglesia había rodeado a sus fieles y abrir para la literatura mexicana una narrativa verdaderamente profunda en este terreno. El propio Leñero lo dice con la modestia que siempre lo ha caracterizado: "Green y Mauriac me enseñaron que la pintura del mal, con todo y su pesimismo y su crudeza y su desgarramiento, alude más a Dios y a su gracia que las pinturas apologéticas de los novelistas piadosos. No era verdad que el escritor cristiano estuviera expulsado de la literatura universal ni tuviera prohibido el ejercicio de la novela; desde siempre estaba llamado a ella, pero no en su dudosa calidad de apóstol, sino en el papel de testigo, incluso de profeta."

Cuentos de la fe cristiana es, en este sentido, no sólo una recopilación de los autores que formaron la sensibilidad de Vicente Leñero, sino también (como lo pretende toda la colección de Clásicos Cristianos) una reconciliación con el substrato profundo de nuestra fe, una develación de las íntimas relaciones que hay entre la creación artística y la cultura cristiana de Occidente, y una puesta en evidencia del compromiso que un hombre de fe tiene frente a su quehacer novelístico: "El novelista de hoy –vuelvo a Leñero– parece invitado a suspender su reflexión íntima sobre el mundo y el hombre, para ponerse a dar testimonio de ese mundo y de ese hombre. A decir cómo es y qué le ocurre. A descubrirlo, no a juzgarlo. A desentrañarlo, no a modificarlo. A amarlo incondicionalmente, si se puede: un poquito a la manera en que suponemos nos mira y nos ama Dios."

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-cm del Casino de la Selva y esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez.