Jornada Semanal, domingo 15 de junio del 2003        núm. 432

NAIEFYEHYA

CUATRO DÉCADAS DE PLANES PARA
CONQUISTAR EL PETRÓLEO ÁRABE (II)

ENTREVISTA CON RALPH SHOENMAN

Ralph Shoenman: Cuando los burócratas del Pentágono hablan de crear a un villano que debe ser detenido, sólo están repitiendo la fórmula que ha usado el imperialismo estadunidense cada vez que requiere embarcarse en una guerra de despojo: crean un pretexto. Así sucedió con la destrucción del Maine en el puerto de la Habana y se acusó a los españoles para tener un pretexto para invadir y apoderarse de Cuba y Filipinas. Hicieron lo mismo con el hundimiento del Lusitania, que fue la razón para entrar a la primera guerra mundial. Pearl Harbour fue otro ejemplo de esto. Los servicios de inteligencia tenían conocimiento previo de los planes japoneses de atacar, en buena medida precipitados por la destrucción estadunidense de sus líneas de aprovisionamiento en el Pacifico. La inteligencia rusa descubrió el plan y notificó al gobierno de Estados Unidos, que ignoró la advertencia. El mismo patrón se aplicó en la guerra de Corea, la de Vietnam, cuyo origen fue el incidente del Golfo de Tonkin, y más dramáticamente con la Guerra del Golfo en 1991, que creó las condiciones para el conflicto actual.

Debemos tener en mente que después de la revolución iraquí de 1958 llegó al poder un joven oficial nacionalista, llamado Abdel Karim Kassem, quien legalizó al Partido Comunista en Irak y el movimiento nacionalista confinó a las empresas estadunidenses y europeas a un décima parte del uno por ciento del área de Irak. En ese momento la cia determinó que Kassem debía ser asesinado. El jefe de estación de la cia en Bagdad contaba con un joven operativo de veinticuatro años, miembro del partido Baaz, llamado Saddam Hussein. Tras dos intentos fallidos de homicidio, Hussein logró matar a Kassem en su tercer intento. El gobierno que tomó el poder desató un baño de sangre en todo el país. Estudiantes, intelectuales, dirigentes obreros, líderes tribales, maestros y campesinos fueron masacrados. Cientos de miles de personas fueron asesinadas, desaparecidas o cayeron en el llamado El palacio del fin, las cámaras de tortura creadas con la asistencia de la cia y la Mossad, y dirigidas por su hombre en Bagdad: Saddam Hussein. Algo muy semejante habían hecho antes en Irán, cuando Mossadegh nacionalizó el petróleo y la cia preparó un golpe de Estado que reinstaló al Shah e instrumentó con ayuda de la Mossad a la Savak, su temible policía secreta. Este es el contexto de esta guerra.

También es importante señalar que tras el derrocamiento del Shah y su régimen, hubo una reunión en Kuwait, entre Saddam Hussein, Zbigniew Brzezinski (quien entre1987-1989, fue miembro de la comisión presidencial de inteligencia), el rey Fahd de Arabia Saudita y el emir al-Sabah de Kuwait, donde se acordó que Irak invadiría Irán y se apropiaría de una de sus provincias petroleras. Así como Kuwait fue amputada de Irak por los británicos en la década de los veinte. Pero contrariamente a lo que esperaba Hussein, la minoría árabe (seis millones de habitantes) de esa provincia era también el sector de la población más politizado y más nacionalista, por lo que en vez de unirse a los invasores resistieron y rechazaron la ofensiva iraquí. En el momento culminante de la guerra entre Irán e Irak, el régimen kuwaití expandió su territorio de manera arbitraria 900 kilómetros cuadrados hacia el norte, para apropiarse de las más grandes reservas petroleras del sur de Irak, la zona de Rumaila, que ahora está en manos de los británicos. En ese tiempo el emir de Kuwait compró la compañía californiana Santa Fe Drilling Corp. de Alambra, California, por 2.3 mil millones de dólares, por su equipo de perforación horizontal. A propósito, las dos personas que dirigían esa empresa eran Brent Scowcroft, asesor de seguridad nacional de Bush padre y Robert Mosbacher, secretario de comercio durante ese mismo régimen. Armados con ese equipo, los kuwaitíes chuparon alrededor de 14 mil millones de dólares de petróleo iraquí. El régimen de Saddam lanzó entonces un llamado a la opep, al rey saudita y al emir de Kuwait, argumentando que esta era una terrible recompensa por haber defendido sus regímenes feudales en contra del radicalismo inspirado por la revolución iraní que estaba conquistando a las masas empobrecidas chiítas de la región del Golfo. Bush padre y James Baker lograron ponerle una trampa a Hussein; lo incitaron a invadir Kuwait en represalia y así crearon al villano que necesitaban para tener el pretexto para apoderarse del petróleo.

–¿Qué piensa usted de que ex funcionarios como el propio Scowcroft, así como algunas petroleras se oponían a la invasión de Irak?

–Creo que hay divisiones relacionadas con las técnicas y las estrategias en pro, no con los objetivos últimos. No olvidemos que el régimen de Hussein era su instrumento en la región y que hay sectores del gobierno que saben que desestabilizar una región puede causar la radicalización de la población y por lo tanto provocar una costosa ocupación permanente. Lo que no podemos olvidar es que Irak es un país pequeño, más chico que California. De sus veinticuatro millones de habitantes, una buena parte vive con treinta centavos de dólar al día y los burócratas ganan diecisiete centavos diarios. Estamos hablando de un país que a pesar de su inmensa riqueza es desesperadamente pobre.