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México D.F. Jueves 19 de junio de 2003

Margo Glantz

Lilia Carrillo en el Museo Cuevas

La pintura de Lilia Carrillo es excepcional. Quizá me equivoque, pero creo que la crítica no le ha dedicado la atención debida a la exposición organizada en el Museo Cuevas, que se inauguró el pasado 15 de mayo y permanecerá abierta al público hasta el próximo día 26.

Recientemente se expuso en el centro Georges Pompidou una retrospectiva de Nicolas de Staël, pintor ruso educado en Bélgica, cuya vida de artista se inició en París. Staël, uno de los representantes más controvertidos de la pintura abstracta, se suicidó en 1956, año de la primera exposición colectiva en la que Lilia Carrillo participó. Y me parece singular la coincidencia.

Staël empieza pintando figuras; una de las primeras que llaman la atención es el retrato de su mujer, Jeannine, cuadro que me recuerda el autorretrato de Lilia Carrillo con que se abre su exposición en el Museo Cuevas. En ambos destacan los ojos de las dos mujeres, alargados, de mirada incierta; también las manos -las dos en la pintura de Staël, una en la de Lilia- ocupan un lugar fundamental en la composición, en un dato casi pleonástico que pone de manifiesto el instrumento fundamental del pintor, sus propias manos.

Carrillo y Staël recorren un camino difícil que va de la figuración a la abstracción; ambos sufren de manera parecida la tortura del lienzo blanco y ambos terminan su vida de manera trágica, Staël después de transitar dramáticamente durante largo tiempo de una pintura perfectamente abstracta -muy distinta a la de Carrillo en su intención- a una pintura figurativa de grandes masas coloridas en la que las formas se definen más por el color que por la línea. Y, al principio de su carrera, ambos soportan igualmente la indiferencia o el rechazo de los críticos.

Staël se opone, por su parte, a cualquier definición que haga que su pintura se etiquete como abstracta: ''La abstracción es la nada", insiste, por eso su pintura no privilegia el territorio donde se apoyan los objetos, ni siquiera el espacio ocupado por esas formas del mundo obsesivo y perfecto de un Morandi o las de un Braque, tan diferente, puesto que cubista, donde los objetos no son en sí mismos tan importantes como la materia que los rodea, es decir, el espacio donde se instala lo pictórico.

Como Lilia Carrillo, pero de manera más explícita, desconfía de la teoría; ambos participan de la misma convicción, el hecho de que la pintura no se apoya en la anécdota, porque se trata esencialmente de una búsqueda de lo que constituye el acto mismo de pintar, esa creación de los distintos espacios que cataloga Staël, es decir, ''un espacio visual, un espacio táctil, un espacio manual".

En los escasos textos o frases que Lilia profirió respecto a su forma de pintar encuentro convergencias: ''Quiero tener un apoyo en algo relacionado con la forma..." "Pinto una forma para orientarme. No puedo estar pintando en la nada. De repente surge algo y lo dejo ahí, lo conservo".

El intento que hacen los críticos por decir lo que es la pintura abstracta, que en sí misma encierra tantas modalidades diversas -desde la abstracción geométrica a la abstracción lírica (esta última liberada de cualquier sujeción exterior, a nombre de la libertad del yo creador)-, es a veces tan arduo como la producción de esa misma pintura. Por eso, los pintores están ligados a los críticos, para bien o para mal. ƑCómo hablar de lo que Lilia nunca quiso decir? ƑCómo poner en palabras lo que expresa con colores y formas la pintura? ƑEstá permitido no caer en la tautología?

Entre la pintura de Lilia Carrillo y los escritos que Juan García Ponce le dedicó hay un lazo definitivo. Ninguno de los textos a ella consagrados, aun los más acertados, como los magníficos que escribió Jaime Moreno Villarreal, se acopla con tanta perfección a su pintura. Es como si los escritos de Juan y las pinturas de Lilia formasen un solo cuerpo, esa larga sombra del famoso poema de Asunción Silva: coincide con la otra sombra definitiva del poema en prosa que Juan le dedicó cuando ella murió en 1974:

''En ese espacio mágico, colocado fuera del mundo, nada había pasado, todo estaba pasando. Pero fuese lo que fuera, lo que ocurría, ocurría en el silencio; el movimiento era una inmovilidad. La vida se hallaba detenida en su caída. Sólo mediante esa operación inexplicable puede abrirse, entregársenos, haciéndose visible, el espacio de la contemplación. Es como si para encontrar el mundo el pintor tuviera que estar fuera del mundo ƑEn dónde? En la pintura, sin lugar a dudas. Pero la pintura es el mundo.

''La pintora se abandonaba a sí misma para entrar a sus cuadros. Sólo así su silencio se convertía en voz. Esa voz, cuando nuestra mirada pasa en el recuerdo de una tela a otra, de una construcción a la siguiente, de una imposibilidad a otra imposibilidad más radical todavía, nos habla de una de las creaciones más puramente líricas de la pintura mexicana. No se trata de inspiración. Lilia Carrillo no pintaba con los ojos cerrados. Tenía siempre los ojos cerrados. Su obra no es el resultado de la inspiración: es la inspiración misma. Por eso es suya y no es de nadie, no le pertenece más que a la pintura. Su milagro es el abrumador prodigio del puro aparecer.''

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