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México D.F. Viernes 20 de junio de 2003

Jorge Camil

Armas de destrucción masiva

Los acontecimientos se antojaban perfectos para montar un escenario que impresionara al electorado y convenciera a los aliados: a partir de la primera guerra del golfo Pérsico en 1991 Saddam Hussein se había convertido en el enemigo oficial de Estados Unidos, y sus reservas petroleras le daban credibilidad a la teoría de que tenía recursos suficientes para producir armas de destrucción masiva (ADM) y financiar a grupos terroristas. Pero el argumento más eficaz en su contra, acusación repetida hasta el cansancio en los medios, era la frialdad con la que supuestamente había ordenado el uso de armas químicas y bacteriológicas contra "su propio pueblo" (aunque la población kurda del norte de Irak, que busca establecer un Estado independiente, difícilmente podría calificar como parte del "pueblo" de Saddam Hussein). A la postre, en ausencia de Osama Bin Laden, Hussein se convirtió en el chivo expiatorio del 11 de septiembre. (Y al igual que Bin Laden habría de desaparecer también como por arte de magia para evadir la vendetta de George W. Bush.)

Ahora los acontecimientos apuntan en dirección opuesta, porque un par de meses después de la avasalladora invasión de Irak, cuando Estados Unidos ejerce el control absoluto del antiguo feudo de Hussein, el electorado, que basado en la puesta en escena de Washington apoyó al presidente en un porcentaje superior a 75 por ciento, acaba de descubrir lo que todos sabíamos desde un principio: que Saddam Hussein no tenía ADM, ni misiles de largo alcance para transportarlas a territorio estadunidense.

La ausencia de armas letales, por sí sola, sería suficiente para condenar por ineficacia inexcusable a los servicios de inteligencia de Estados Unidos (Ƒa quién atribuirle entonces las muertes, la destrucción del patrimonio cultural de una civilización milenaria y los miles de millones de dólares gastados en la persecución de una "corazonada presidencial"?). Pero hoy, cuando los medios comienzan a revelar que el gobierno ordenó la invasión con pleno conocimiento de causa, las muertes se vuelven imperdonables, las pérdidas culturales un delito de lesa humanidad y la suma astronómica utilizada para satisfacer el apetito insaciable de la industria petrolera huele a escándalo político en las manos de precandidatos demócratas que se preparan a competir por la Casa Blanca el año próximo.

En medio de este apasionado debate nacional, Paul Wolfowitz, subsecretario de Defensa, reveló inexplicablemente a Vanity Fair que la supuesta existencia de ADM "jamás fue la causa principal del conflicto", pero se utilizó de cualquier manera como resultado de una "decisión burocrática para convencer a todo el mundo". Otro motivo determinante, continuó, "que no obstante su enorme importancia pasó inadvertido en los medios, fue la oportunidad de utilizar el conflicto para retirar a las tropas estadunidenses estacionadas en forma permanente en Arabia Saudí" (afrenta intolerable para la facción wahabita del Islam, que culminó con los dramáticos acontecimientos del 11 de septiembre). Pero un Wolfowitz desbocado no paró ahí: durante su participación en un seminario de seguridad nacional en Alemania explicó posteriormente, con idéntica franqueza, que Washington eligió a Irak sobre Corea del Norte (no obstante que el segundo posee y continúa produciendo armas nucleares), porque "Irak está nadando en un mar de petróleo".

El misterio de las supuestas ADM se ha convertido en un escándalo internacional. Tony Blair y José María Aznar están bajo la mira de sus respectivos parlamentos, conscientes de que el apoyo incondicional a Bush les costó todo su capital político. Por su parte Hans Blix, jefe de inspectores de armas de Naciones Unidas, agotado por la controversia, anunció recientemente su renuncia, y aguijoneado por la prensa sobre su conflictiva relación con el gobierno de Washington respondió perdiendo su habitual compostura: "Yo tenía razón -afirmó- pero los bastardos de Washington continúan maquinando para desprestigiarme".

Consciente de las repercusiones que estas revelaciones pudiesen tener para su relección presidencial, Bush envió un equipo de mil 500 "inspectores" a Irak con instrucciones de "encontrar" las elusivas ADM. Mientras tanto, la guerra contra el terrorismo sigue su marcha. Algunos asesores comienzan a sugerir que Estados Unidos debiese intervenir militarmente en Israel para someter al grupo Hamas (con lo cual se desataría seguramente la tercera guerra mundial en esa parte del mundo). Para Paul Krugman, profesor de economía política de la Universidad de Princeton ("Hay que pedir cuentas a Bush", El País, 05/6/03), si la "inminente amenaza" de Saddam Hussein resultare un ardid fraudulento para vender la guerra al pueblo estadunidense éste sería sin duda alguna el peor escándalo político de esa nación, un escándalo mayor que el de Watergate.

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