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México D.F. Viernes 20 de junio de 2003

Horacio Labastida

Luis Suárez

Luis Suárez es para siempre un distinguido miembro de la más alta elite espiritual de todos los tiempos, porque desde que vivió en Sevilla, su tierra natal, hasta que se acogió a la grandeza del México cardenista de 1939 y adoptó la nacionalidad mexicana (1941), consagró su talento a la lucha por la justicia y la libertad. En ningún instante abandonó la sublime batalla que lo impulsó en Andalucía a dirigir la Juventud Socialista Unificada y luego a militar dentro de las fuerzas republicanas de resistencia a la brutalidad franquista, auspiciada por Hitler y Mussolini y consentida por las potencias occidentales. A las banderas republicanas izadas por el pueblo español hacia 1931, unió Luis, con devoto amor, la enseña mexicana que con brillo presidió al país en el célebre 18 de marzo de 1938. A su llegada a nuestra tierra resonaron en su conciencia las palabras que dijo Lázaro Cárdenas al expropiar el petróleo usufructuado por compañías extranjeras: fue un acto de "soberanía y dignidad nacional". Ni los más poderosos podrían arrebatarnos estas virtudes que Ramón López Velarde cantó en Suave patria (1932).

Ya en el gobierno guatemalteco de Juan José Arévalo (1936-51) se advertían las contradicciones entre los intereses colectivos y la expoliadora United Fruit Company, que estallaron durante la administración de Jacobo Arbenz, cuya reforma agraria exaltó a la oligarquía local subordinada a dicha corporación. En las postrimerías del mando de Henry S. Truman (1945-1953) y en la aurora de Dwight Eisenhower (1953-61), inserto aún en la atmósfera anticomunista inducida por el siniestro senador McCarthy (1950), se preparó cuidadosamente el golpe contra Arbenz a través de mercenarios comandados por Castillo Armas y apoyados militarmente por el tirano Anastasio Somoza. En defensa de la soberanía del país centroamericano organizamos en México la Sociedad Amigos de Guatemala y luego de una brillante conferencia de José Luis Ceceña, parte del programa preparado por la sociedad, Luis Suárez y yo conversamos largamente sobre la violencia que sufrían Miguel Angel Asturias y los suyos. Ceceña puso las cartas sobre el tapete.

En el momento en que los capitalistas multinacionales vieron amenazadas sus ganancias por el pueblo guatemalteco, exigieron medidas defensivas de su representante político natural, la Casa Blanca, con el fin de aniquilar a los supuestos enemigos, es decir, el poder económico utilizó al poder político y el resultado fue la caída de Arbenz, su exilio en México y el restablecimiento de estructuras que garantizaran la acumulación de los capitales trasnacionales. Suárez me decía en aquella noche que lo mismo había sucedido en España.

La caída de la República fue consecuencia de la complicidad del capitalismo nazi y la burguesía europea-estadunidense, complicidad que se reprodujo en el caso de la United Fruit Company.

Luis Suárez nunca abandonó las trincheras del bien común. Sus reportajes y artículos en diarios nacionales y locales y muy especialmente en la revista Siempre!, en la que se desempeñó como jefe de redacción, y en su inolvidable programa del Canal 11, mostró la perfecta compatibilidad entre la verdad y el periodismo: jamás redactó una mentira ni se prestó a fomentar falsedades oficiales; nunca aceptó influencias de poderosos ni cambió noticias por dinero. Luis unió entrañablemente moral e inteligencia.

Me entrevistó al iniciar actividades de embajador de México en Nicaragua y dialogamos sobre los significados del nuevo Estado sandinista, cuya voluntad se vio con claridad al caer por decisión popular la enorme estatua que Somoza se hizo levantar frente al estadio de Managua; nos reunimos en Corinto después del bombardeo de la contra sobre los depósitos petroleros; y en este caso y otros más Suárez fue un rancio defensor de los ideales que inspiraron al héroe de Niquinohomo, cuna de Augusto César Sandino, y a Carlos Fonseca Amador, uno de los sabios fundadores del Ejército Sandinista de Liberación Nacional.

Buena parte de la obra de Luis Suárez es ahora clásica en la historia moderna. Para México son imprescindibles sus libros Lucio Cabañas (1976) y Petróleo (1981). En América Latina resultan insuperables sus reflexiones sobre el Che Guevara en Bolivia. Y para el mundo, Vietnam, Camboya y Laos (1969) muestra las profundas convicciones y valores que lo unieron a las jornadas salvadoras del hombre. Luis Suárez no descansa en paz: con sus ideas y sentimientos continúa luchando por la justicia y la libertad.

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