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México D.F. Domingo 22 de junio de 2003

Antonio Gershenson

Tres canales de dependencia

Varias noticias de los últimos días confluyen en un problema común. A los problemas de dependencia en materia alimentaria y energética parece agregarse una tendencia a fomentar la dependencia respecto de las remesas de trabajadores mexicanos en Estados Unidos.

Se acaba de anunciar la ruptura de las pláticas entre los representantes comerciales de Estados Unidos y de la Unión Europea (UE), pues esta última ha prohibido la entrada de productos agrícolas transgénicos (modificados genéticamente), sobre todo estadunidenses, de los cuales no se haya comprobado que no tienen efectos negativos secundarios, en el corto o en el largo plazos. La UE ha aprobado el ingreso de productos suficientemente probados; pero ha habido casos en diferentes países en los que ha habido daños al ganado alimentado con granos transgénicos, para no hablar del peligro de que se alimenten con ellos los humanos. El gobierno estadunidense ha presionado a los europeos a abrir la puerta a sus productos, incluso varios muy recientes y en los cuales no sería siquiera posible comprobar que no hay efectos negativos en los plazos mediano o largo. Pero como los europeos han resistido las presiones, ahora se rompieron las pláticas.

En cambio en México no hay control de ningún tipo que defienda nuestra agricultura y, en especial, a nuestros cultivos básicos, empezando por el maíz. Es más, grupos campesinos y ambientalistas han acusado al secretario de Agricultura de ser el principal vendedor de Monsanto y otras empresas que han amasado fortunas con el negocio de los transgénicos. Además de la gran dependencia del maíz importado de Estados Unidos, país en el cual 40 por ciento de este grano es de cultivos transgénicos, ha habido penetración de este tipo de granos, que pueden desalojar a las variedades naturales sin el consentimiento y, a veces, sin el conocimiento de los campesinos que los cultivan. Dentro de los transgénicos, una variedad especialmente nociva es el llamado maíz terminator.

Este tipo de maíz produce granos estériles, de modo que los campesinos tengan que comprarle a la empresa que lo produjo los granos para la siguiente siembra, cada año. Y este problema se combina con el abandono al campo, para generar una dependencia alimentaria, y al mismo tiempo generar el hambre necesaria para fomentar una migración masiva de campesinos a Estados Unidos, a pesar de los riesgos que han aumentado a medida que se cierra más la frontera del vecino país.

Las remesas de dólares de trabajadores en el exterior a sus familiares en México han ido cobrando más importancia, y en lo inmediato representan un alivio para quienes las reciben. Pero cuando se plantea este camino, como ha sucedido en declaraciones oficiales de los últimos días, como el remedio para combatir la pobreza, al tiempo que se abandona al campo o de plano se favorece su ruina, esto ya es algo grave: se genera un nuevo canal de dependencia del exterior.

Lo mismo ha sucedido con la energía, vital para nuestra industria y, cuando hay pozos con bombeo, para la agricultura también, por hablar de los servicios públicos, del consumo doméstico, etcétera. Se ha estimulado el uso excesivo de un gas natural que no tenemos y con ello se han disparado las importaciones de ese producto. Siendo país petrolero, importamos gasolina y otros refinados. Y como los precios de los energéticos de uso industrial se basan en los del sur de Texas, la escasez de gas en Estados Unidos se traduce en gas caro para nosotros también, con la diferencia de que los consumidores de allá tienen más dinero para comprar la energía. El encarecimiento del gas y el petróleo ha elevado también varias tarifas eléctricas.

El gobierno federal ha insistido en abrir el camino a los llamados braceros, incluso legalizando su emigración, lo cual fue rechazado desde hace tiempo por el gobierno estadunidense. Ahora pretende que las remesas sustituyan al ingreso propio del campo mexicano. Una cosa es apoyar a nuestros compatriotas en el exterior, que es correcto, y otra muy diferente estar queriendo construir nuevos canales de dependencia, en vez de impulsar un desarrollo sustentable, autosostenible, de México. Al depender en extremo de las ventas a Estados Unidos, la recesión en el vecino país contribuye a que la producción industrial mexicana haya caído 4.8 por ciento en abril.

Más que discursos optimistas prelectorales, lo que requiere el país, y la plataforma que deberían levantar los candidatos de la próxima elección, es construir un esquema sustentable, que incluya los aspectos que hemos mencionado y otros más, que valdrá la pena seguir desarrollando. En materia de energía, hay que diversificar las fuentes primarias de la electricidad y de los otros usos. Hay que volver a ampliar la capacidad de refinación. Hay que aprovechar lo mejor posible nuestros recursos renovables (hidroeléctricas, generación con viento, etcétera) y avanzar en el aprovechamiento del hidrógeno, convirtiéndolo en electricidad mediante celdas de combustible y también aprovechando en procesos industriales su enorme valor calórico.

Es más, se debe desarrollar el aprovechamiento del hidrógeno a partir del alcohol etílico, producido a partir de la caña de azúcar, y de ese y otros productos similares que se pueden obtener de diferentes cultivos. Con esto, y el apoyo a la producción local de alimentos, se genera trabajo en el campo mexicano y se reducen las presiones para que sus habitantes se vayan al norte a arriesgar incluso su vida. Esto, además de defender nuestra salud de productos altamente modernos pero que por algo no los dejan entrar a la Unión Europea, a pesar de las presiones de la mayor potencia militar del planeta.

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