Jornada Semanal, domingo 22 de junio del 2003          núm. 433
ANGÉLICA
ABELLEYRA
MUJERES INSUMISAS

JULIANA FAESLER: TRABAJAR EN EL RIESGOESTÉTICO

Hace teatro porque ese universo fue su casa desde niña. Lo descubrió por su madre, Cristina Bremer, cuando se la vivían junto a Margo Su en los entretelones de El Blanquita, jugando al lado de sus hermanas con los teporochos de San Juan de Letrán o en el disfrute y azoro de las versiones de Julio Castillo para El pájaro azul. Así, enfrascada entre actores, escenarios y luces, entre lo popular y lo contemporáneo, Juliana Faesler (df, 1965) se encaminó por el quehacer teatral; primero en el cuerpo de actriz, luego en calidad de iluminadora y escenógrafa, y ahora como abarcadora del hecho escénico en su papel de directora radical que genera odios y amores.

Estudió actuación y la ejercitó pero, como sucede con muchos creadores, hubo de buscar otros oficios para sobrevivir. La luz era un elemento que le interesaba y de pronto se encontró haciendo la iluminación de los espectáculos del cantante Mijares y todo tipo de conciertos populares entre Lucha Villa, las Flans y Eugenia León, además de colaborar en varias obras de Jesusa Rodríguez en El Hábito. La iluminación fue su puerto, el medio apropiado para manejar ese metalenguaje tan cercano a su propio pensamiento abstracto por el cual entiende la vida en conceptos.

Cansada de trajinar en giras artísticas, con una maleta al lado y sin una vida personal estable, Juliana dijo un día: me voy. Y llegó a Londres para estudiar en la Central Saint Martins School of Art donde cursó la especialidad de escenografía y nuevas tecnologías. El hecho de pensar en el espacio teatral la llevó a concebir el hecho escénico en su totalidad y empezó a dirigir. De esta manera, al retornar a su México que ya era terra incognita, dirigió la puesta en escena Rosencrantz y Guildernstein han muerto (1996); La gran magia (1997), de Eduardo de Filippo, año en que ganó el Premio Julio Castillo como director revelación, y posteriormente presentó las piezas Adictos Anónimos (1999), de Luis Mario Moncada; Alicia en la cama (2000), de Susan Sontag y Frankenstein o el moderno Prometeo (2001) a partir de la novela de Mary Shelley; obra que por estas fechas se repone en el Centro Nacional de las Artes como La Eva futura o Frankenstein o el moderno Prometeo.

En todas ellas, Faesler impone su sello: la obra inacabada y radical que genera filias y fobias en los receptores. Y lo hace desde el proceso orgánico e instintivo de preparar la pieza a través de lecturas y discusiones con el equipo de actrices y, en ciertos casos, el ensayo sin texto concluido, hasta la división radical del espacio por medio de la luz o la experimentación actoral a partir del texto. Siempre con el acento nodal en el texto.

"Me gusta estar en el filo de la navaja, en el riesgo estético. Es una manía, casi una perversión. Algunos piensan que carezco de un estilo escenográfico definido y eso me gusta. Si acaso, mi puente y lo que me mantiene siendo Juliana es la iluminación, investigar eso que llamo la tercera dimensión y experimentar en los colores. Ya, más allá, en el hecho escénico global me interesa ir más allá de las ideas y ser radical. Esa es mi naturaleza, mi intuición y mi forma de ser honesta sin concesiones."

En su concepto de obra inconclusa, ejemplifica con La Eva futura, experimento que inició como el denominado working process en el espacio ExTeresa hace dos años. Rodeada de investigadores del siglo xix, científicos y artistas, Juliana y sus actrices fueron dando cuerpo al texto para recuperar la visión femenina de Mary Shelley (creadora de Frankenstein) y rescatarla de las distorsiones del mito. Tras las escenificaciones y la reacción del público, el texto se modificó hasta la versión actual (construida además a partir de la novela de Villiers de L’Isle-Adam) que cambió radicalmente: la directora dejó de deleitarse en demasía con el texto, afinó la investigación escénica y sintetizó el uso de elementos.

Ahora a Juliana le anima llevar hasta las últimas consecuencias el uso magnificado de los elementos (un papel, una escalera) y ser impecable en la factura. También insiste en sus preguntas sobre qué es el teatro contemporáneo y de qué le toca hablar. Ella, experimentando, dislocando la identidad de género, trata de responder con una visión sutil, onírica y artesanal del futuro del ser humano y su entorno natural, llámese una sardina, un bosque o una ballena. "No podemos ser los hijos consentidos de la creación", enfatiza, y hurga en la naturaleza borrascosa del hombre en tiempos de euforia colectiva con Matrix, la inteligencia artificial, la realidad virtual, la clonación... y lo que se sume en los tiempos por venir.

Al tiempo, Juliana prepara su reflexión en torno a Galileo, hace con él una tragicomedia cósmica y sigue la conseja de Louise Bourgeoise: "El chiste es no dejarse borrar", por lo que persiste en el teatro al que le pone su firma con verdadera conciencia.