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México D.F. Jueves 26 de junio de 2003

Alejandra Moreno Toscano

Elogio de Víctor Serge

Le debo a Vlady dos momentos que no se olvidan. Largas conversaciones de sobremesa, allá por el año 93, cuando observábamos el camino de una modernización que podía frustrarse, y el que me haya dado a leer a Víctor Serge; primero El caso Tulayev y ahora los recuerdos del revolucionario.

ƑQué fascina más de Víctor Serge? ƑSu enorme inteligencia? ƑEl que sea uno de los escritores más brillantes del siglo XX? ƑLa honestidad con la que mira el mundo? ƑEl que haya sabido vivir a fondo cada momento de su vida para sacar provecho de cada circunstancia y experiencia? Eso me pregunté al terminar de leer sus Memorias, ''recuerdos de nombres y siluetas de un mundo desaparecido''.

Víctor Serge supo en qué se distinguía de los demás: ''pocos hombres saben ver con exactitud; pocos observan lo que ven, lo retienen y, además, son capaces de decirlo'' o de escribirlo. ƑPor qué? Porque para saber ver, es necesario resistir las sugestiones de la prensa (lo que otros dicen y opinan o interpretan), y resistir las tendencias de la propia imaginación (lo que a cada quien le gustaría que fuese la realidad). Generalmente los hombres ven lo que quisieran haber visto y acatan la autoridad de otras observaciones. Muy pocos saben observar lo que ven. Y uno de ellos es Víctor Serge.

Si la capacidad para ver es escasa, los testimonios que nos informan sobre lo real son insignificantes. Estamos inmersos en observaciones vacilantes. Pero como alguien tiene que descifrar a los demás la realidad, y hacerlo de manera sencilla, pues el público está desinformado, es común recurrir a la estratagema de decir las cosas como en una novela, precisar el tema del complot, atribuir a cada actor un papel. La fórmula es tan eficaz que basta una palabra para convencer que lo que se lee y lo que se cree, es ''la verdad''. Se corre el riesgo de confundir la realidad con su relato.

Entre todas las razones por las que puede fascinar este libro, esta última es la que prefiero subrayar. Más allá de la fuerza de la escritura de Víctor Serge, de su capacidad para describir lugares, atmósferas, situaciones; de su talento para recrear y hacer revivir a personas a partir de detalles que escaparían a cualquiera; de la forma en que relata episodios, ademanes, entonaciones de lo hablado, relaciones, instantes; de la manera como rememora a sus interlocutores al recuperar lo que le dijeron y su propia reacción al escucharlo. Más allá de su capacidad para sintetizar, con unas cuantas pinceladas, la vida de una ciudad, la pobreza en un barrio, la tensión de una manifestación reprimida, el sello de una época. Aunque todo ello sea brillante y magnífico, lo que me fascina de Víctor Serge es su capacidad para entender que una forma de ejercicio de la autoridad, lleva sin remedio a la represión y al terror. Me refiero a su capacidad para desmontar los mecanismos por medio de los cuales opera el miedo en la vida política.

Hay una peculiar manera de combinar una tradición de autocracia con la operación minuciosa de las administraciones modernas. Cuando se echa a andar, cobija al miedo. Genera una combinación de sentimientos; el sentimiento de inferioridad de quienes han sido sometidos y humillados; el sentimiento de rencor de quienes han logrado sobrevivir; el sentimiento de culpa. Cuando eso se conjuga, se destruye el sentimiento humano y se puede llegar a confundir lo que es el temor al poderoso con lo que se presenta como decisión de combatir a ultranza. Y esa confusión puede llevar al punto de hacerse matar por solidaridad... Por eso pienso que debemos leer hoy este libro de Víctor Serge, porque extrañamente ilumina el mundo que vislumbramos.

Víctor Serge pensaba que los hombres mezclan lo mejor y lo peor de la condición humana. Y para él, lo peor era la corrupción de lo mejor. Según Serge, esto vale para la política y para la vida personal.

A partir de ese principio observa los efectos perniciosos de la frustración y la mentira en la vida pública. El ocultamiento de todo lo que no ha sido un éxito, la insolencia de la alabanza sin medida, el papel funesto de la sospecha que paraliza y erosiona todo. Desde ese mirador identifica cuando surge, en un momento brillante de la historia del mundo, el proceso que acabará por hacer, precisamente, que desaparezca ese mundo. Lo que alcanzó a ver, y se atrevió a escribir -algo que a pesar de ser experiencia vivida es tan difícil transmitir a otros-, es el hilo fascinante que vincula a este libro con El caso Tulayev. La continuación de su historia, la disolución de las grandes construcciones políticas de la primera década del siglo XX, es algo que ya no le tocó ver. Los observadores hemos sido nosotros.

Tal vez Víctor Serge pensaba así porque siempre supo estar entre dos mundos: era francés y era ruso; era revolucionario y era libertario; era dirigente y era disidente. Lo fue no por indecisión, sino por honestidad total consigo mismo.

Víctor Serge pensaba que hablar en clave de Yo era vanidad, ilusión e injusticia. Siempre prefirió el plural "nosotros''. Sabía que nunca se vive solo de sí, ni para sí, y que ''el pensamiento de cada quien está unido por mil lazos con el del mundo''. Por eso escribió estos recuerdos. Porque sabía que su experiencia aclararía la experiencia de otros hombres, la de sus contemporáneos y la de sus lectores de hoy o de mañana.

Intervención leída durante la presentación del libro de Víctor Serge: Memorias de mundos desaparecidos (1901-1941). México, Siglo XXI, 2003

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