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P O L I T I C A
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México D.F. Sábado 28 de junio de 2003

DESFILADERO

Jaime Avilés

Julio Frenk vs. Polonio Frenk

HACE 27 AÑOS, cuatro estudiantes de la Facultad de Medicina de la UNAM se internaron voluntariamente en un asilo para enfermos mentales, a cargo de la entonces llamada Secretaría de Salubridad y Asistencia (SSA), a efecto de cursar la materia de psiquiatría. Su estancia duró cinco semanas y al salir publicaron un extenso reportaje en La cultura en México, el célebre suplemento de la revista Siempre!, fundado por Fernando Benítez y dirigido a la sazón por Carlos Monsiváis.

Entusiasmados por las teorías de Michel Foucault, Franco Basaglia, Donald R. Laing, David Cooper, Gilles Deleuze y Félix Guattari, que en la época impulsaban un vigoroso movimiento antipsiquiátrico -del que el autor de este Desfiladero se volvió admirador gracias a los materiales que difundía Mundo Médico, bajo la batuta de Federico Campbell-, los estudiantes de marras lograron una crónica arrolladora para denunciar el carácter autoritario y represivo del sistema de salud mental de nuestro país, cuyos principios datan de 1883 y no habían cambiado un ápice cuando fueron sometidos al análisis de la opinión pública en el número 1226 de Siempre!, que empezó a circular el 22 de diciembre de 1976. Esta es una condensadísima versión de aquel extenso trabajo:

El hospital granja La Salud Tlazolteotl se encuentra a un lado de la vieja carretera a Puebla, en las afueras de Zoquiapan, estado de México. En primer plano se encuentra una pequeña explanada, donde un mosaico representa la figura de la diosa azteca Tlazeoltéotl devorando los excrementos de los pecadores arrepentidos. Esto simboliza la labor del psiquiatra, quien al tratar al enfermo mental lo debería liberar de toda suciedad espiritual.

Adentro, una masa informe de seres humanos deambula sin rumbo fijo por una larga avenida. Muchos de ellos son hombres descalzos, vestidos con harapos, cubiertos por el polvo. Parecen estar ahí desde siempre. Rostros sucios, vacíos, hastiados por largos años de encierro, coronan unos cuerpos miserables, ajenos por completo a su situación actual. A un lado de la reja se observa una caseta de vigilancia y las habitaciones de los médicos. En el fondo, los edificios fantasmales de los pabellones; más allá, gallineros en ruinas. Varias hectáreas de terreno originalmente destinadas al cultivo se encuentran abandonadas, creando nubes de polvo. El perímetro queda delimitado por bardas, cercas y alambradas. Se trata del espacio mismo del aislamiento.

El doctor Carlos Tejeda Ruiz, director de la granja, muestra las instalaciones a los estudiantes recién llegados y al terminar la visita les dice: "Ustedes perdonen el mal estado de todo, los edificios están viejos, las tierras secas, la comida de los enfermos no es muy buena, pero šcaray, doctores!, es que llevamos 15 años con el mismo presupuesto".

Con todo, en un sitio hay unos edificios modernos. Como los consultorios eran insuficientes, se consiguió con muchos esfuerzos que la SSA construyera unos nuevos, pero están abandonados desde entonces. Después de realizar un esfuerzo considerable, algo impide a la SSA dar el último paso, el más sencillo, el más barato: amueblarlos. Cuando se proyectó la granja se decidió hacer un pequeño quirófano; a pesar de la amplitud del terreno, la SSA no encontró mejor lugar para instalarlo que al lado del salón de fiestas. Y para un hospital de enfermos mentales, todos del sexo masculino, el cirujano enviado por la SSA fue un ginecólogo.

Para que hubiera leche en la granja se construyó un establo, pero las vacas están secas; muchas de ellas sólo secretan borbotones de sangre porque la insalubridad las hizo víctimas de la disentería. Cerca del establo hay unos gallineros en ruinas. Antes había 500 gallinas; entre todas ponían cada día cinco huevos. Como no podían introducir técnicas avícolas adecuadas porque era muy costoso, las autoridades mataron a las gallinas.

En el comedor algunos pacientes deambulan semidesnudos; la mayoría toma los alimentos con las manos. Los platos contienen menjunjes repugnantes de sustancias irreconocibles. Los dormitorios son largas filas de camas; los colchones están casi desnudos, la mayor parte viejos y sucios. Pero no todos los pabellones son iguales; mientras más graves estén los enfermos, los recintos son más insalubres. El pabellón F alberga a los mejor "portados"; allí están el aula y los consultorios. Los demás pabellones, desprovistos de todo, están repletos de enfermos semidesnudos. Ahí se localizan los "cuartos de aislamiento", que los internos llaman "calabozos".

Las manos del medico

En el segundo acto de Hamlet -agregan los estudiantes-cronistas-, Polonio categoriza a la locura diciendo: "ƑQué es sino ser nada más que loco?" Todavía hoy (1976), la locura es pensada como un fenómeno absoluto, irreductible. Los modernos polonios siguen considerándola como un estado (mental) desligado por completo de sus determinantes histórico-sociales. Para los psiquiatras de la actualidad, la locura es sólo un fenómeno natural, sólo una alteración biológica y la segregación (del enfermo) dentro de una institución represiva constituye la única alternativa que tiene la sociedad para protegerse.

Pero de la definición de la locura derivan las modalidades represivas del manicomio: económica, sexual, terapéutica, física. En La Salud, la primera se realiza en los talleres: los internos fabrican zapatos pero andan descalzos, porque lo que producen es vendido en el exterior. La represión sexual parte de la base de que el "loco" es incapaz de respetar los principios morales. En la granja, donde todos los pacientes son del sexo masculino, un enfermo se queja: "Esto es peor que la cárcel; aquí ni siquiera permiten la visita conyugal".

Por lo que toca a la represión terapéutica, los estudiantes describen los dos métodos más socorridos. Uno es la llamada "cura de Sakel". El interno recibe una inyección de insulina hasta caer en estado de coma; esto se repite 30 veces, en las cuales el paciente pasa por una fase de disolución total de la psique, seguida de una sensación de angustia y muerte. Los médicos no logran explicar el beneficio que un trastorno metabólico tan severo puede ofrecer a un esquizofrénico.

El electrochoque nació cuando un clínico sagaz notó que eran raros los epilépticos que sufrían esquizofrenia. Razonó que si provocaba una epilepsia artificial la esquizofrenia desaparecería. En La Salud, uno de los profesores dijo a los estudiantes: "Debemos informar al paciente de lo que se le va a haacer, pero engañándolo. Se le puede decir que le vamos a tomar una radiografía. Claro que esto funciona la primera vez. Después hay que perseguirlo por todo el manicomio y agarrarlo entre tres o cuatro personas".

Al cabo de 10 sesiones de descargas eléctricas, las alucinaciones, la depresión o la manía desaparecen, pero lo que se ha eliminado de raíz es todo resquicio de condición humana. En realidad, los electrochoques parecen más un castigo que un tratamiento. Muchos psiquiatras amenazan a los pacientes con esta "cura" si no se portan "bien". Inscrito dentro de la represión terapéutica se encuentra el mito de la "rehabilitación". La mayoría de los que llegan a la granja nunca son rehabilitados. No hay que olvidar que la mayoría de los internos (en los hospitales públicos del país) son proletarios o subproletarios. Pese a que la locura se postula como "fenómeno natural" desligado de determinantes sociales, son muy pocos los burgueses que la sufren. Así, Ƒqué sentido tiene rehabilitar a un grupo de proletarios o subproletarios en un país donde 40 por ciento de la población económicamente activa está desempleada o subempleada?

En la parte final de su espléndido reportaje, los estudiantes describen el pabellón G, que debe su nombre a que antes era el gallinero. De hecho, lo que se hizo fue sacar las jaulas y meter los catres. En ese lugar están los oligofrénicos más profundos, pero también es donde son escarmentados los que no se pliegan a la disciplina de la granja o violan el respeto jerárquico a los superiores. No hay más. Ya ni siquiera se pretende el encubrimiento ideológico. El pabellón G es abiertamente un sitio de tortura.

El informe de OPS, escondido

Lo que viene es una cita textual: "En 1972 existían tres unidades para pacientes agudos con una estancia máxima de 90 días, ocho para enfermos crónicos recuperables en un máximo de 365 días y una unidad campestre para pacientes irrecuperables. Esta división, sin embargo, ha resultado ficticia, pues la mayoría de las granjas se han convertido en sitios de depósito de enfermos incurables (por el hecho mismo de estar internados) cuyo propio internamiento propicia su cronicidad. Al menos en la granja La Salud Tlazeoltéotl pudimos comprobar la existencia de pacientes con varios años de encierro".

El primero de diciembre de 2000, sólo 24 años después de la publicación de ese reportaje, uno de los cuatro estudiantes que lo escribió, el doctor Julio Frenk Mora, asumió como titular de la Secretaría de Salud por designio del presidente Vicente Fox. El tiempo destruyó, por lo visto, los sueños de aquel joven adherente al movimiento antipsiquiátrico y lo hizo olvidar sus antiguas convicciones. Hoy, al cabo de dos años y medio de la gestión de Frenk, la granja La Salud permanece idéntica a sí misma. El pabellón G continúa siendo "abiertamente un sitio de tortura". La miseria e indefensión de los internos no ha experimentado ninguna forma de alivio. La represión persiste en sus cuatro variantes: económica, sexual, terapéutica y física. Algunos de los pacientes que en 1976 tenían "varios años de encierro" aún están encarcelados. ƑEjemplos? Enrique Trejo Lugo, esquizofrénico paranoide, lleva 39 años tras las rejas; Francisco González Tapia (trastorno mental orgánico), 40 años; Enrique Ortega Barragán (esquizofrenia residual) y Atenógenes Ruiz Hurtado (šretraso mental moderado!), 41 años; Carlos Villar Navarrete (šdemencia sin especificación!) y Francisco Pérez Nieto (šretraso mental leve!), 42 años. Ellos figuran en un reporte del Instituto de Salud del Estado de México, emitido el miércoles de esta semana en Toluca, según el cual en La Salud a la fecha viven como chatarra humana 168 hombres que tienen derecho a algo mejor.

Pero lejos de abocarse a poner fin al monstruoso cuadro de injusticias que denunció cuando era un muchacho, Frenk, desde el poder, apoya actualmente el proyecto de Guido Belsasso, el gurú foxista de la "salud mental" en México, que pretende fortalecer y ampliar la obsoleta red de manicomios tradicionales o "depósitos" a perpetuidad de "proletarios" y "subproletarios" (y no pocos campesinos e indígenas) condenados a sufrir hasta su muerte el despotismo de una doctrina abominable que nos rige desde 1883.

Amparados en la indiferencia que la sociedad exhibe ante la tragedia de los enfermos mentales, Frenk y Belsasso están empeñados no sólo en construir más "cárceles para locos", sino en destruir la única aportación exitosa y vigente que la reforma psiquiátrica ha dado a nuestro país: el Modelo Hidalgo, al que la Organización Panamericana de la Salud (OPS), en una inspección reciente, otorgó calificaciones que ninguno de los manicomios de Belsasso recibirá jamás. La pregunta es por qué Frenk se obstina en ocultar ese informe.

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