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México D.F. Sábado 28 de junio de 2003

Mauro González-Luna M.

Nuevo lema para Harvard

En otra época sentí orgullo de haber estudiado derecho en los viejos claustros de la Universidad de Harvard, no sólo por la excelencia de sus estudios sino porque en varias ocasiones su gente había protagonizado protestas contra conductas arbitrarias de gobernantes tanto locales como de otras latitudes. Tuve entonces maestros brillantes, sobre todo de filosofía del derecho; en sus clases matutinas enseñaban con elocuencia inaudita el imperativo de hacernos vulnerables a los demás, en una generosa apertura del ser y la existencia a los otros, y al mismo tiempo la necesidad imperiosa de evitar que esa vulnerabilidad se convirtiera en dolorosa y en ocasiones trágica sumisión de la dignidad personal y colectiva. Sólo por medio de ese esfuerzo vital era posible -decían- resolver, desatar el nudo enigmático de la solidaridad humana, entendida como rostro social del amor y la verdad. Sin una dosis mínima de generosidad -se nos decía-, cualquier instrumento político o social en manos humanas se convierte, tarde o temprano, en arma de infortunio.

El lema que ostenta hasta ahora el escudo de Harvard ha sido la palabra latina veritas, es decir la verdad como origen y propósito del conocimiento. Hoy se está en busca del lema sustituto. A raíz de la infame invasión estadunidense de Irak, el lema debiera reflejar, aunque fuere de manera aproximada, la conducta moral y jurídicamente suicida de dicha institución frente a la derrota del derecho internacional por parte de los nuevos tiranos del mundo, ataviados con lujo de derroche con toda la indumentaria seudointelectual y patológica del Tartufo de Molière, pero superado por la singular idiosincrasia sajona de estos días que apela sin pudor alguno a los buenos principios para aplicar en la práctica precisamente lo contrario, vaciando de todo contenido las palabras que simbolizan una esperanzadora memoria compartida, como dijera el filósofo de las Siete noches.

Ninguna condena institucional de la universidad, ninguna crítica colegiada; sólo engreimiento por el uso de la fuerza bruta contra un pueblo en la miseria, indiferencia culpable y, en última instancia, complicidad por omisión ante la colosal tragedia humana de niños, mujeres y ancianos iraquíes con almas, cabezas, piernas y brazos científicamente descoyuntados, para jactancia repulsiva de los buitres, de las hienas neoliberales que horadan tumbas milenarias.

Para confirmar mi impresión sobre esta conducta de Harvard ante Irak, hablé con un maestro de la misma, al que pregunté sobre la postura de la universidad respecto de este asunto de la "guerra" contra la antigua Babilonia de Nabucodonosor. La respuesta no se hizo esperar; no era ni había sido un tema central en los debates cotidianos en las aulas universitarias. Sentí tristeza y coraje. Creo que el lema que mejor se ajusta a tal deserción es la palabra ya no latina -por respeto a tan noble lengua- sino inglesa, cowardice, que se traduce "cobardía". Cobardía porque no supo, porque no quiso defender la verdad y la generosidad que eran sus banderas: sin ellas no hay honor que legitime su tarea y sus títulos.

El título que pendía orgulloso de las paredes de mi oficina yace arrumbado en una covacha junto con papeles y herramientas inservibles incluso para el recuerdo, los cuales sólo esperan el momento idóneo para ser arrojados al basurero (lástima que ya no se usen los calentones que consumían papel -boilers-, seguramente inventados por algún doctorado de Harvard).

Como remate y catalizador del hilvanar de estas líneas, la noticia recientísima del otorgamiento del doctorado honoris causa (mal llamado así en estos tiempos harvardianos en que el honor ha sido sepultado en el cementerio universitario) a un mexicano que en el más alto cargo político mejor sirvió a la nación donde se ubica dicha universidad y no al pueblo de México, al que dejó encorvado por generaciones (si no hubiera un cambio de régimen en lo porvenir) por la pesadísima carga de los pagarés Fobaproa y de los seudogobernantes azulcelestes.

Entre las lindezas que le dijeron al homenajeado mexicano estuvo la de considerarlo "erudito y sabio". Si de algo carecen los tecnócratas es de sabiduría. Ellos sólo saben de dinero y mercados; son magníficos tenderos que reducen el prodigio de la vida humana a la supuesta estabilidad de variables económicas, que sólo benefician a unos cuantos y que sumen en la pobreza a cuantos no pertenecen a su casta, que son la mayoría. Qué vergüenza la de los doctorados economics causa.

Debo decir que me alienta saber que hubo y hay excepciones en el campo de los intelectuales estadunidenses y en las calles de los pueblos y urbes de ese país -como Cambridge, paradójicamente lugar de ubicación de dicha universidad, y Nueva York- donde la protesta contra la conducta cobarde, altanera e injusta de los que invadieron y despojaron a Irak resonó y resuena valientemente, asumiendo todos los riesgos de un sistema político que arrasa con las garantías individuales de extranjeros y ahora ya también de estadunidenses. Reconocimiento grande merecen esas excepciones que simbolizan el verdadero patriotismo que es el que se funda en la verdad y en la generosidad, nunca en la mentira y el odio.

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