.. | México D.F. Sábado 28 de junio de 2003
Manifestaciones interminables de la belleza
de Praga, ciudad del autor de El proceso
Franz Kafka, a 120 años de su natalicio
PABLO ESPINOSA ENVIADO
Praga. La pluma de Franz Kafka: ''Ya era de noche
cuando K llegó. La aldea yacía hundida en la nieve. Nada
se veía de la colina; bruma y tinieblas la rodeaban; ni el más
débil resplandor revelaba el gran castillo. Largo tiempo K se detuvo
sobre el puente de madera que del camino real conducía a la aldea,
con los ojos alzados al aparente vacío".
El párrafo anterior es la puerta al gran castillo
en el que todos ingresamos: el magno monumento de la obra literaria de
Franz Kafka, de quien este 3 de julio se cumplen 120 años de su
nacimiento en Praga, cuna la cual se mece en las penumbras deliciosas de
colores plúmbago, lila, rojos tenues y morados encendidos a la hora
del crepúsculo, cuando el castillo original que inspiró una
de sus obras magnas se enciende de sombras.
El párrafo inicial de El Castillo, de Franz
Kafka flota siempre en la memoria del viandante. Mejor que viandante: todo
aquel ser lleno de dicha a quien le sea dado mecerse en los subibajas de
piedra que son las calles de la ciudad más hermosa del planeta,
deambular sin rumbo pero con destino cierto por esas colinas de noble piedra
y cerco campirano, navegar mediante los sentidos encendidos por los dos
tajos en que divide el río Moldava a la ciudad.
Ciudad de la música
Los
pasos que pise el viandante por Praga serán, como un artista del
trapecio, siempre los pasos tras la prosa de Franz Kafka, de una manera
similar a como el viandante se interna, otras voces otros ámbitos,
al Bois de Bologne siguiendo el aroma de la magdalena mojada en té
de Marcel Proust, por los caminos de Guermantes.
La belleza en Praga tiene manifestaciones interminables.
Kafka, sí, pero también Mozart, Leos Janaceck, Martinu, Smetana,
Dvorak, Arnold Schoenberg (como Borges, atado también creativamente
a Praga) y por supuesto la música en las calles.
De ahí que el consenso mundial a propósito
de Praga tenga siempre dos puntos de partida: a) es única en belleza,
b) es la ciudad de la música.
El carácter no lineal sino multívoco de
este par de asertos se constata en este jardín de los senderos que
se bifurcan: si el viadante se adentra en el barrio donde Kafka se encerró
para escribir El proceso, hallará una serie de vetas insondables
de estilos arquitectónicos variados y de pronto en uno de esos edificios
aparece el espíritu creador, como si un coro de monjes tibetanos
se pusieran de acuerdo en un modo canoro en torno al himno capital: Veni,
veni creator spiritus, pues de una ventana emerge una situación
kafkiana: como el olor de la belleza, las notas de un piano se escapan
por esa ventana y se confunden, otro coro espontáneo, con el rumor
del viento entre los árboles.
La naturaleza de las notas de ese piano acusan su origen:
se trata de un pianista profesional por lo notable de su afinación,
la firmeza de sus ataques, el claro estilo de su fraseo. Su coda final
conduce a nuevos pasos en pos de Kafka: ''Fija la mirada en el castillo,
siguió K caminando, acercándose al castillo (...) y comparó
mentalmente la torre de la iglesia de su pueblo con la torre que veía
ahora allá arriba (...) y así echó a andar otra vez,
camino adelante".
Dos genios deambulan
Praga
es la ciudad de Mozart y la ciudad de Kafka. La silueta del compositor
austriaco saltando de alegría sobre las calles empedradas recorre
el mundo en tarjetas postales, camisetas, cajas de cerillos, tasas de café,
mentes y corazones al igual que la silueta, el sombrero, el abrigo, la
mirada de Franz Kafka también deambula, viandante en plena situación
kafkiana, sobre las mismas calles empedradas, sobre los mismos souvenirs,
mientras el puente de Carlos, esa otra imagen planetaria que exporta Praga,
se puebla de alegría con la música viandante: en distintos
tramos del puente hacen su dulce música una banda de swing
maravillosa, un par de cantantes ciegas solitarias, un alientista que ejecuta
en clarinetes y demás pedazos de madera idénticos a los que
utilizó Wolfgang Amadeus Mozart para las varias partituras que pasaron
a la historia por su belleza y porque las escribió en Praga, constelada.
También suena, como un coro que se suma al del ejército de
ángeles de piedra que pulula por todo Praga, una orquesta enterísima
y mesmérica conformada por copas de cristal.
Ah, la música de copas de cristal: he ahí
el espíritu de Mozart, es decir el espíritu de Praga, es
decir El Castillo, es decir Kafka en su cumpleaños 120, que
se cumple el 3 de julio.
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