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México D.F. Domingo 29 de junio de 2003

Bárbara Jacobs

De Fenicia a Líbano

Me disponía a leer la Memoria de Líbano, de Carlos Martínez Assad, cuando caí en una extraña ensoñación. Tenía cita con el sicoanalista, y no podía desplazarme hacia él porque me encontraba ciega. A pesar de estar tranquila porque me constaba que la ceguera que padecía era temporal, necesitar de un lazarillo me inquietaba enormemente. Al llegar a la puerta del consultorio, con impaciencia me desembarazaba del guía para, por mí misma, jalar el cordón de la campana e introducirme en el vestíbulo, dispuesta a enfrentar sola las respuestas que el especialista diera a mis preguntas.

Con esta imagen de mí misma en el inconsciente, leí la historia de Líbano que cuenta Martínez Assad. Sólo al terminar la lectura, y repasar las notas que tomé durante el recorrido, me di cuenta de que la ceguera con la que emprendí el viaje a lo largo de los capítulos del libro era la misma con la que su autor había despegado hacia sus dos viajes, con 20 años de por medio, al país de sus orígenes, que es el de los míos, una tirita de tierra en una costa del Mediterráneo, con montañas y con bosques de cedros, por la que pasaron diferentes culturas, desde la cananea hasta la francesa, pasando por la fenicia, la griega, la latina, la otomana.

Tanto Carlos Martínez Assad en la realidad, como yo en el sueño, al dirigirnos hacia nuestro respectivo oráculo nos planteamos esencialmente una pregunta, ƑQuién soy?, o, ƑDe dónde vengo? Y, mientras que los religiosos musulmanes "se hacen cegar luego de aprenderse de memoria el texto develado por Alá a Mahoma", creo que Martínez Assad, al encontrarse finalmente frente a su historia personal, se quita el velo de los ojos, lo que por mi parte sucedería conmigo, pues por algo mi ceguera estaba diagnosticada como temporal. Es decir, una vez que encuentras lo que buscas, no hace falta buscarlo más.

Pero, si un viaje es lo que cada viajero hace de él, Ƒqué hizo Carlos Martínez Assad de sus dos viajes a Líbano? Ciertamente, no fue la historia exterior, la del país, que ahí está, contenida en la Memoria de Martínez Assad como en la de otros historiadores. Completa, interpretada; sólo que, objetiva o subjetiva, no es la que habría hecho del de Martínez Assad un viaje personal, o el encuentro con lo que, al partir, buscaba. La ubicación del país es inalterable; el registro de la importancia que Líbano tiene en la historia de la humanidad, es inalterable; es inalterable que sean su suelo ciudades cultas como Biblos, Sidón y Tiro, puertos bellos y célebres de la antigua Fenicia; y es inalterable la sucesión de guerras que han tenido lugar en su territorio y en su nombre; ahí están las fechas; los orígenes; los resultados; inalterables también, religiosos, intereses comerciales, políticos. Ilustrará al que lo desconociera; lo indignará, lo maravillará. Sin embargo, no es esto lo que Carlos Martínez Assad hizo de sus dos viajes a Líbano.

Lo que él hizo de ellos, es lo alterable, el terremoto que quita tres columnas al templo que ayer viste con nueve. Lo alterable, o sea, lo que descorrió el velo de la vista de Carlos Martínez Assad. Consistió en entrar en contacto con Gassán, el joven que lo saludó en la calle como si lo conociera y que, antes de guiarlo espontáneamente por la ciudad, lo hizo acompañarlo a casa de sus padres a tomar café, rodeado de toda su familia; o con un campesino, de nombre Michel, que en un paseo se le acerca y le ofrece una manzana, fresca y perfumada, que el viajero pretende pagarle, pero que Michel insiste en que es un regalo, y añade: "Si quieres ayudarme, cómprame otra; pero no me pagues la que te he querido regalar"; o con Sami, que lo recibe como a un hermano que llega de lejos y, bajo una enramada de vid llena de racimos de uvas, negras, muy dulces, un puñado de las cuales incluso le introduce en la boca, lo abraza; es el encuentro con los parientes que, arremolinados a su alrededor, le hablan en cualquier idioma, lo tocan, le oprimen las dos manos y lo besan con júbilo en las mejillas, sin pretender documentar que es quien dice que es.

Esto, la experiencia personal, es lo que define los viajes de Martínez Assad y le quita el velo de los ojos. Es el encuentro con su propia historia, aun cuando ésta lo lleve a nuevas dudas y especulaciones, como no saber de seguro si la familia que encontró era la que buscaba, es decir, la suya. De regreso a casa, el viajero duda y se atormenta al preguntarse a quién va a devolver las atenciones y las muestras de cariño que los libaneses, parientes o no, generosamente le brindaron; Ƒimporta? ƑO la enseñanza es que, una vez recuperada la luz, puedes volver a la oscuridad? Sea como fuere, me temo, queridos amigos, que la respuesta no está en el viento, sino, dadas las circunstancias, en el designio de Alá.

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