La metáfora del gobernate

ENRIQUE FLORESCANO


ilustracion Rendon
Quizá la imagen del ajaw o del tlatoani resume en sí misma la historia entera de Mesoamérica, y por ello es la figura central en las representaciones del cosmos, el territorio, el reino, el pasado o el poder. Desde la fundación de los primeros reinos en el periodo Formativo, el soberano se convierte en la figura más retratada en las capitales olmecas, zapotecas o mayas. Entre los olmecas, como se ha visto (Cap. I), representa el cosmos, el territorio, la realeza, la fertilidad y el reino. Desde entonces las múltiples presencias del gobernante en la escena pública requirieron lo que hoy llamamos un programa iconográfico, una ruta esclarecedora de sus formas de representación y sus significados. El cuerpo del soberano, estampado en la estela, la madera, los muros, la cerámica o en la piedra verde de jade, se transformó en el mapa donde se transcribieron sus variadas representaciones. Esta tradición iconográfica nació en la época de los olmecas, pues como dice Karl Taube, "Para los olmecas, el cuerpo humano sirvió como un modelo gráfico del cosmos". Para facilitar el análisis de las numerossas representaciones del jefe de hombres las he dividido en dos grupos: las que registran los pasajes claves de su vida (nacimiento, designación, entronización y muerte), y las que informan sobre las funciones que tenía a su cargo: cabeza del reino, capitán de los ejércitos, sacerdote supremo, primer agricultor, puente de comunicación con los ancestros, etcétera.

X-1 b/n copia
Figura 1. La Placa de Leiden,
fechada en 320 d.C., con el
cuerpo engalanado de un
gobernante maya. Como se
advierte, todo el cuerpo del
soberano está cubierto de
dioses, emblemas y símbolos.
 
Los retratos del gobernante

Una pequeña hacha de jade procedente del Petén guatemalteco, la famosa Placa de Leiden, fechada en el año 320 d.C., contiene uno de los primeros programas iconográficos centrados en la figura del soberano (Fig. 1). Linda Schele, en un análisis brillante, mostró que la muchedumbre de símbolos que cubren el cuerpo de este ajaw maya puede descomponerse en los distribuidos en el tocado, los que cubren su pecho, los brazos y las manos, los concentrados en la cintura y los agrupados en las extremidades inferiores (Fig. 2). Como se advierte, el cuerpo entero del ajaw es un territorio invadido por los dioses, símbolos y emblemas que lo protegen. ƑCuáles son esos dioses y símbolos?

La parte más sagrada de ese territorio, la cabeza, está ocupada por el tocado, donde sobresalen el llamado dios Bufón, una banda real que en su origen estaba formada por la imagen simplificada de una mazorca y dos hojas de maíz a los lados; y el jaguar, el animal emblemático de los reyes mayas. En el pecho destaca el cetro de doble cabeza de serpientes, de cuyas bocas brotan de un lado la cara del dios sol y del otro la del dios K, el numen asociado con el ascenso al poder de los gobernantes. En el cinturón aparecen colgadas las efigies de otros dioses y debajo de sus pies se ve la figura de un cautivo noble destinado al sacrificio, que inútilmente forcejea para liberarse de sus ataduras. Cuando estos mensajes se trasladaron a las estelas levantadas en las plazas y frente a los templos y palacios, transportaron al espacio público la figura del soberano como persona dotada de los poderes más altos e imbuida con los atributos de la majestad, la permanencia y la ubicuidad. Durante la época Clásica (250-900 d.C.), la estela es el monumento preferido para propagar los mensajes del poder y la figura del ajaw la imagen más difundida.

En la accidentada vida de los reinos mesoamericanos un problema que recurría una y otra vez era validar la legitimidad de los aspirantes al trono, así que entre las responsabilidades del soberano estaba la de designar o imponer un heredero legítimo. Una vez que éste era escogido, los instrumentos de comunicación del reino se concentraban en propagar esa noticia y en divulgar el nombre y la imagen del favorecido, como se aprecia en los tableros de Palenque, dedicados a mostrar el retrato de Kan Balam II, el heredero de Pakal (Fig. 3), o en los murales de Bonampak, que exhiben la figura infantil del sucesor de Chaan Muan (Fig. 4). Joyce Marcus observa que con frecuencia la imagen de quienes menos derechos tenían para acceder al cargo era la más representada.


Figura 2. División de los distintos símbolos impresos en el cuerpo del ajaw maya: A) Tocado; B) Cetro con doble cabeza de serpiente y las imágenes del dios K y el dios Sol; C) Cinturón real; D) Sandalias, y E) Víctima del sacrificio.  


Figura 3. Tablero central del Templo de la Cruz de Palenque que representa al rey Kan B'alam como heredero al trono (izquierda), y en el momento de su ascensión (derecha).

En el área maya las plazas, los palacios y las tumbas son los lugares donde resplandece la figura del soberano. En la gran plaza pública de Tikal, Calakmul, Copán o Quiriguá, una verdadera selva de estelas, como decía Linda Schele, reproducía la imagen de los jefes de esos reinos en el momento más brillante de su vida, cuando tomaban posesión del cargo supremo del reino. El ascenso al trono, representado en las estelas y pinturas mediante la figura del soberano sosteniendo en sus manos los símbolos del poder, el cetro con doble cabeza de serpientes o la gran barra ceremonial, o sentado en el trono, ornado con sus mejores galas y protegido por los dioses y emblemas del reino, era la ceremonia cumbre de estas escenificaciones del poder (Figs. 5, 6 y 7).

X-4 izq b/n
Figura 4. Pintura mural de Bonampak que
muestra la presentación ante un cortejo de nobles
del heredero de Chaan Muan, el ajaw de
Palenque, quien mandó pintar estos frescos.
 
El último capítulo de la vida terrena del soberano, su muerte, se inmortalizó en la tumba, el monumento que desde los olmecas hasta el mausoleo de Pakal en Palenque quiso ser un memorial del personaje ahí enterrado y un conservador eterno de su imagen (Fig. 8, 9 y 10). Es decir, la designación, entronización y muerte del soberano eran escenas mediante las cuales éste teatralizaba su presencia en la vida pública del reino. Como observa Georges Balandier, "por la producción de imágenes, por la manipulación de símbolos y su ordenamiento en un cuadro ceremonial", el príncipe se convierte en el "gran actor político" que "dirige lo real por medio de lo imaginario".

X-5 b/n
Figura 5. Entronización de
K'inich Janaab Pakal I en la
llamada Tableta Oval de
Palenque. El joven ajaw,
sentado en el Trono de Jaguar,
recibe de su madre el tocado
real. Como se advierte, debajo
de esta Tableta está el trono
real donde fueron entronizados
los soberanos que siguieron a
Pakal.
 
Las funciones del soberano

La teatralización de los actos del gobernante es aún más marcada en las escenas que lo representan ejecutando las funciones que le imponía su cargo. La imagen que lo exhibe en su papel de cabeza del reino es quizá la más difundida. Incluye los conocidos retratos de su ascensión al poder y los no menos numerosos que lo muestran como jefe supremo del reino, desplegando la glamorosa regalía real y ocupando los espacios centrales del palacio, la gran plaza y las ceremonias públicas. Sigue luego la nutrida iconografía donde el soberano aparece como capitán de los ejércitos, escudo protector del reino y poderoso capturador de enemigos (Figs. 11, 12 y 13). En el Posclásico (1000-1500 d.C.), la imagen guerrera del ajaw o del tlatoani se convierte, como lo testimonian los casos de Chichén Itzá y Tula, en la figura distintiva del jefe del reino.

X-6 b/n copia
Figura 6. Representación de un
ajaw maya, sosteniendo un cetro
ceremonial y rodeado por
una Serpiente de la Guerra.
 

Otra imagen teatralizada del soberano, antes no bien entendida, la de principal oficiante de las ceremonias, ha sido revalorada por las investigaciones de los últimos años. Antes de 1985, cuando se descubría una imagen del jefe del reino con atuendo o símbolos religiosos, se dictaminaba que esta era una ceremonia religiosa o una expresión de un pretendido régimen "teocrático". Los epigrafistas e historiadores del arte mostraron, por el contrario, que tales escenas correspondían a teatralizaciones políticas, a ceremonias donde el soberano hacía el sacrificio de su propia sangre para solicitar a los dioses la defensa y prosperidad del reino. Es decir, en la historia de Mesoamérica, de los olmecas a los aztecas, el jefe político es el director de las ceremonias que celebraban la fiesta del Fuego Nuevo, los ciclos del calendario astronómico y religioso, la inauguración de los palacios y monumentos públicos, la conmemoración de las efemérides del reino, los triunfos de los guerreros, la recepción de los tributos, las jornadas exitosas de los comerciantes, los sacrificios de los cautivos hechos en la guerra o el ascenso de los nobles a una nueva jerarquía. En el Posclásico, la imposición a los jefes y los señores de las insignias del poder fue un de las ceremonias más publicitadas.

Una de las funciones más antiguas del tlatoani era interceder ante los dioses para el buen logro de las cosechas. Esta tarea, registrada en el calendario por innumerables ceremonias dedicadas a propiciar las lluvias y la fertilidad, había devenido en una teatralización espectacular de los dirigentes mexicas en la época de su esplendor. La fiesta de Huey Tozoztli, que tenía lugar entre el 15 de abril y el 4 de mayo, era quizá la más importante, pues celebraba la llegada de las lluvias y el inicio de las siembras. En sus orígenes debió ser la fiesta campesina por excelencia, el acto que congregaba a los labradores de las aldeas en una tarea común que nadie podía evadir. Pero en la época de Moctezuma Zocoyotzin el rito campesino se había transformado en una escenificación del poder, protagonizada por el tlatoani mexica y los jefes de la Triple Alianza.

La primera parte de esta ceremonia tenía lugar en la cumbre del Monte Tláloc, el lugar más alto de la sierra en el lado oriental del valle de México. Esta montaña era una de las fuentes de donde manaba el agua hacia el valle y por esta circunstancia el Monte Tláloc fue el centro de una ceremonia anual, encabezada por los reyes de Tenochtitlán, Tezcoco, Tlacopan y Xochimilco a fines de abril o principios de mayo. Era una suerte de rito de pasaje entre el tiempo de secas y el principio de la época de lluvias, el parteaguas que dividía las dos estaciones más importantes de Mesoamérica.

X-7 der b/n X-7 izq b/n
Figura 7. Reyes mixtecos sentados en su trono, según el Códice Bodley y el Códice Nuttall.  

Cuando la comitiva real llegaba a la cumbre del cerro, teniendo ante sí el espectáculo imponente de los volcanes y la extensa planicie de los valles de México y Puebla, accedía a un corredor bordeado por una alta pared de piedras y entraba en un recinto cuadrado, orientado hacia los rumbos principales del cosmos. En el interior de este espacio sagrado se levantaba el templo que albergaba una efigie de Tláloc rodeada de pequeñas figuras que representaban las montañas de los alrededores.

La comitiva real entraba en este recinto que resumía la geografía del cosmos llevando consigo regalos y comida para los dioses. Siguiendo un orden jerárquico estricto, los reyes depositaban sus ofrendas frente a los dioses y procedían a vestirlos y alimentarlos. Cuando los dioses estaban ataviados con sus nuevas vestiduras recibían como ofrenda la sangre de niños sacrificados. Concluida la ceremonia de petición de lluvias y cosechas abundantes, a la que sólo tenían acceso los señores de la Triple Alianza, la comitiva emprendía el descenso al valle. Así, en su papel de interlocutores ante los dioses, los jefes políticos presidían el momento crítico del cambio de las estaciones, cuando comenzaba la temporada de lluvias que habría de fertilizar los campos. Su viaje a la montaña sagrada, figurada en este caso por el Monte Tláloc, repetía el viaje de los ancestros a la Montaña Primordial que guardaba las aguas germinales y las semillas nutricias. Al retornar al lago y a los templos de Tenochtitlán, los gobernantes pretendían estar imbuidos de los poderes del héroe cultural o de los Gemelos Divinos que habían vencido a las potencias del inframundo. Es decir, aparentaban llevar a los pobladores del valle el agua y las semillas reproductoras de la vida.

X-8.tif copia
Figura 8. Escultura funeraria
del rey Pakal de Palenque,
encontrada en su tumba.
 
X-9 b/n
Figura 9. Máscara funeraria de jade de un
ajaw de Calakmul, Campeche.
 
La comunicación con los ancestros era otra de las funciones del soberano, una de las más antiguas y mejor teatralizadas bajo el aura de lo tremendo y espectacular. En su calidad de jefe de la comunidad y chamán de su pueblo, el soberano desempeñaba una función sagrada: establecía una comunicación permanente con los antepasados, la fuente primordial de la sabiduría y la legitimidad. El sacrificio de derramar la propia sangre era considerado por los pueblos de Mesoamérica un requisito para realizar la comunicación con lo sobrenatural y los ancestros, y su ejercicio fue una de las funciones cardinales del soberano. Como hemos visto antes, las ceremonias importantes del reino eran presididas por el ajaw y en ellas los sacrificios colectivos culminaban con el sacrificio de la sangre real. Según Schele y Freidel, "El soberano era el conducto hacia lo sagrado, la vía de comunicación con el mundo sobrenatural, el puente para establecer contacto con los muertos y el mediador para sobrevivir a la misma muerte".

Un ejemplo impresionante de los ritos que promovían la comunicación entre los vivos y los muertos lo brindan los célebres dinteles de Yaxchilán, en los cuales el ajaw Itzamnaaj Balam II mandó grabar unos bajorrelieves dramáticos. En estas escenas se ve a su esposa, la señora K'ab' al Xook, ejecutando el sacrificio de derramar sangre de su lengua para convocar a sus antepasados en el alucinante rito llamado Visión de la Serpiente (Fig. 14). El ancestro que aparece entre las fauces abiertas de la sierpe es nada menos que Yooat Balam, el fundador de la dinastía de Yaxchilán, quien de esta manera venía a legitimar el ascenso al poder de Itzamnaaj Balam II y su familia. Como afirma Patricia Mcanany en su estudio sobre la función de los ancestros en la sociedad maya, "Los ancestros generalmente son invocados para legitimar, santificar y poner orden en la existencia diaria". El ajaw maya, el stoho mixteco o el tlatoani naua, al remontar sus ancestros a los orígenes del reino o a los mismos dioses creadores del cosmos, comenzaron a participar de la condición de los seres sobrenaturales. Tal era el propósito último de las teatralizaciones del poder en Mesoamérica: grabar en el imaginario de los pobladores del reino la idea de que los gobernantes ejercían el poder por mandato divino.

X- 10 b/n
Figura 10. Entrada a la tumba de Suchilquitongo,
en Huijazoo, Oaxaca, quizá la recámara funeraria
más elaborada y rica de esta cultura. Dibujo de
Felipe Dávalos.
 
Las representaciones del poder tolteca

La fascinadora teatralización del poder que acabamos de resumir en algunas de sus escenas más salientes, en particular las que provienen de la región maya, contrasta con las representaciones del poder en el occidente y el centro de Mesoamérica. Quienes hace años advirtieron estas diferencias, como el arqueólogo David C. Grove, hicieron observaciones interesantes:

"Durante el período Clásico, el arte monumental concentrado en la realeza prevaleció en el área maya, pero no era significativo en las regiones del Altiplano o del sur, tales como Teotihuacán, Cholula o Monte Albán [...Los investigadores] atribuyeron estas diferencias a la existencia de dos sistemas ideológicos opuestos[...] En el sistema sociopolítico e ideológico de la costa del Golfo de México, lo mismo que durante el milenio maya, la realeza fue personalizada y reificada en el arte monumental, mientras que la estructura ideológica del occidente de Mesoamérica[...no le otorgó importancia a] los retratos monumentales de los reyes[...] Esta diferencia regional continuó sin cambios durante el período Clásico".

En la última década, los descubrimientos de estelas y otras representaciones del soberano en Monte Albán, Cholula y el Altiplano Central, mostraron que la representación teatralizada del jefe del Estado continuó siendo una constante del arte público. La diferencia más notable con la tradición olmeca y maya es la que se observa en las formas de representación del poder originadas en Teotihuacán. Se trata de una diferencia relacionada más con la concepción política del poder que con su representación artística. Es decir, la dilatada iconografía acumulada sobre los jefes olmecas y los numerosos reinos mayas muestra, sin sombra de duda, que estamos ante una exaltación del gobernante en turno; en esas imágenes el objetivo es magnificar la persona que en ese momento ocupa el cargo de jefe supremo del reino.

Los estudiosos de la realeza olmeca advirtieron que las famosas cabezas colosales son retratos de señores específicos, identificados por su tocado, rasgos faciales y otros aspectos. En el caso de las representaciones de los reyes mayas las pruebas son copiosas y contundentes. Los estudios epigráficos iniciados en el siglo pasado y acrecentados en las últimas décadas, permitieron identificar por su nombre, edad, fechas de designación y muerte, casamiento y hazañas, a los gobernantes que buscaron inmortalizar su efigie en las estelas y monumentos de la época Clásica. En todos estos casos las estelas exaltan a personajes históricos, glorifican a individuos de carne y hueso. Dicho de otro modo, los símbolos y emblemas que cubren la imagen del soberano son adjetivos, informan que el personaje contiene las cualidades y poderes de los signos impresos en su cuerpo.

X- 11A X- 11B
Figura 11. En el lado izquierdo, la estela 21 de Izapa registra una de las escenas más antiguas de captura de un prisionero, seguida por su decapitación (100 a.C.-100 d.C.). La víctima lleva un collar de jade y adornos en las orejas, señales de que era un personaje importante. En el otro lado, el Códice Nuttall presenta esta escena, en la que se ve, a la derecha, al gobernante mixteco 8 Venado, apodado Garra de Tigre, armado con un lanzadardos y un escudo, tomar prisionero a un individuo llamado 4 Viento. Esta captura tuvo lugar el día 12 Mono del año 11 Casa (1049 d.C.).  

X- 12 b/n
Figura 12. Dintel de procedencia
desconocida, probablemente de
la región de Chiapas o Guatemala,
que describe con maestría una
escena en los aposentos reales.
En la parte superior izquierda se
ve la figura del ajaw Itzamnaaj
III de Yaxchilán (769-800),
quien recibe al capitán Aj Chak
Maax. Este último le presenta
tres cautivos, quienes expresan
su consternación.
 
En cambio, los emblemas del poder originados en Teotihuacán, y las numerosas imágenes que he presentado antes de Kukulcán y Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, remiten a una tradición iconográfica basada en otros principios. Quiero decir que la imagen de la Serpiente Emplumada que aparece por primera vez en Teotihuacán y luego se reproduce en Xochicalco, Cacaxtla, Chichén Itzá, Tula o Tenochtitlán, es un emblema del poder real, y en tanto tal, identifica a su portador como la persona en posesión de ese poder, pero no proporciona su nombre ni se interesa en su biografía. En estos casos, el emblema de la Serpiente Emplumada declara económicamente que la persona rodeada por ese emblema es la máxima autoridad política del reino.

Lo mismo ocurre con las imágenes que representan a Kukulcán, Nakxit o Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl en Chichén Itzá, Tula o Tenochtitlán. La característica común de estas imágenes es que en ninguna de ellas aparece el nombre o los datos históricos del individuo que representan. La imagen se limita a indicar que Kukulcán es un guerrero vestido con los atavíos del militar teotihuacano y rodeado por el emblema de la Serpiente Emplumada, o que Topiltzin Quetzalcóatl se identifica por ese emblema y el símbolo de la estera. Es decir, la iconografía del poder de tradición tolteca, en lugar de significar al individuo, refiere a los símbolos de la realeza o del Estado, a los sustentos institucionales del poder.

Los dos cuerpos del rey

X- 13 izq b/n
Figura 13.La famosa pintura de Bonampak
que escenifica la presentación de los cautivos
de la guerra al ajaw Chaan Muan, quien se
yergue triunfal ante las imágenes dramáticas
de los vencidos.
 
Estas formas teotihuacanas de representar el poder aluden a lo que Ernst Kantorowicz llamó "el segundo cuerpo del rey", la institución real, que es eterna, en contraste con el cuerpo físico del soberano, que es efímero. Aceptando, como arguye Kantorowicz, que la concepción de "los dos cuerpos del rey" es un hito de la teología política cristiana, no es menos cierto que entre esta concepción y las nociones que construyeron el Estado y la realeza en la tradición tolteca se perciben semejanzas interesantes. Por ejemplo, así como la teología medieval desarrolló la tesis de que "el rey nunca muere", o la concepción acerca del "carácter eterno de la dinastía", o los ritos asociados con la efigie del rey y su cadáver, en los reinos de prosapia teotihuacana encontramos ideas y prácticas políticas parecidas. El argumento de que "el rey nunca muere" fue una noción universal en los reinos de Mesoamérica, pues en todos ellos advertimos esa idea asentada en la perpetuidad de la dinastía, en el carácter continuo e indestructible del linaje real.

Desde los iniciales reinos olmecas y durante el período Clásico, el sustento de las dinastías reposaba en la concepción de que el cuerpo del rey es mortal pero la dinastía tenía una vida sempiterna. En consonancia con esta tesis, la realeza, la banda o diadema real, el cetro o el trono, poco a poco se independizaron del cuerpo mortal del soberano y adquirieron el rango de símbolos del reino; es decir, se transformaron en instituciones con estatuto propio y vida eterna, o al menos tan larga como la de la propia dinastía.

X- 14
Figura 14. Rito de la Visión de
la Serpiente, ejecutado por la
señora K'ab'al Xook. Mediante
el derramamiento de su propia
sangre, la esposa del ajaw de
Yaxchilán, Itzamnaaj Balam II,
ha hecho comparecer al fundador
de la dinastía de ese reino, Yooat
Balam, cuya cara aparece entre
las fauces abiertas de la serpiente.
 
En los reinos de la época Clásica los ritos funerarios marcan también una diferencia entre el cadáver del soberano, ineluctablemente destinado a desaparecer, y su efigie, inmortalizada en mausoleos, estelas, pinturas, palacios y códices. Quizá la mejor representación mesoamericana del cuerpo mortal del ajaw y su efigie inmortal sea la cripta funeraria de K'inich Janaab' Pakal I. En este mausoleo impresionante se advierte, en el fondo de la cripta, el sarcófago donde reposan los restos mortales del rey desaparecido, custodiado por sus ancestros, y en la bella lápida grabada que lo cubre, la figura resplandeciente de Pakal renaciendo del inframundo, transfigurado en el joven dios del maíz (Fig. 15).

Los sabios y estadistas formados en Tollan-Teotihuacán avanzaron un paso más en el afán de separar el cuerpo perecedero del soberano del estatuto del reino. En contraste con la tradición olmeca y maya, que le atribuía al dios del maíz o al gobernante la creación del mundo y la civilización, los hijos de Tollan concibieron el Estado como el lugar de las fundaciones primordiales y declararon en sus mitos que en Tollan había nacido el Quinto Sol, el reino, la autoridad política y los emblemas del poder. En esta tradición Tollan es la cuna de la autoridad política y la fuente de la legitimidad dinástica.

El diseño mismo de la ciudad es una expresión de esas concepciones. Tollan fue concebida como un axis mundi donde convergían las fuerzas que mantenían el orden cósmico, era el ombligo del universo. La distribución de sus templos, palacios, plazas, avenidas y barrios obedecía a un orden riguroso, y sus gigantescas viviendas colectivas contenían la población urbana y la rural, de tal manera que la ciudad era, como dice Esther Pasztory, "el teatro ritual más grande de Mesoamérica, un teatro donde los actores y su audiencia convivían todo el tiempo". En este espacio planificado con exactitud, los dirigentes del Estado escenificaron sus actos políticos y religiosos, los transformaron en ritos emblemáticos de la realeza, y más tarde sus capitanes, comerciantes, sacerdotes, sabios y artesanos los propagaron en los distintos ámbitos de Mesoamérica.

Cuando este orden perfecto se vino abajo hacia 650, y los palacios y templos de la metrópoli cayeron destruidos, y los edificios fueron desencajados de sus cimientos y quemados, cuando la furia destructiva que invadió la ciudad se cebó en los recintos más sagrados e hizo añicos la efigie de los dioses, los emblemas del poder y la imagen de los dirigentes, pareció que el Quinto Sol que siglos atrás había iluminado el nacimiento de la metrópoli también desaparecía.

X- 15 b/n copia
Figura 15. Lápida que cubre el sarcófago de
Pakal, en Palenque. Aquí se ve a Pakal saliendo
de las fauces del inframundo, vestido con el traje
típico del dios del maíz, es decir, transformado
en un inmortal.
 
Pero como sabemos, de la debacle arrasadora que entre 650 y 900 acabó uno tras otro con los reinos de la época Clásica, renació el Estado. Un nuevo Estado, porque el que se instituyó en Chichén Itzá repudió el poder absoluto del antiguo ajaw, negó su pertenencia a un tronco dinástico ancestral, y en su lugar exaltó las virtudes del multepal o gobierno conjunto, y el valor de los capitanes de la guerra marcados por rasgos extranjeros. En el período Posclásico (1100-1321), asistimos al encumbramiento del caudillo militar, que se convierte en el icono político de esta época.

El encumbramiento del caudillo militar

Así, varios textos narran que a fines del siglo ix un jefe chichimeca llamado Mixcóatl o Camaxtle irrumpe en el México central e inicia una serie de conquistas que rematan en la fundación del reino de Tula-Xicotitlan. En estos textos Mixcóatl es un guerrero formidable que suma una victoria tras otra y hace conquistas en los cuatro rincones del mundo. En sus correrías conoce a una mujer aborigen, Chimalman, a quien combate y vence. Del enlace entre el aguerrido chichimeca y la mujer nativa emparentada con los antiguos toltecas nace Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl. En esta saga Mixcóatl es un precipitador de nuevas realidades, pues funda un reino en Culhuacán, poblado por chichimecas y antiguos descendientes de Teotihuacán. Poco más tarde su hijo, Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, se establece en Tula, que llega a ser la capital de una poderosa confederación formada por Culhuacán y el señorío otomí de Otumba. Cuando esta confederación es destruida por luchas intestinas, comienza otro ciclo de migraciones que sigue el modelo de la diáspora que estremeció a Mesoamérica cuando se derrumbó la primera Tollan.

Este segundo ciclo narra la vasta dispersión de los toltecas que salieron de Tula-Xicotitlán a fines del siglo xii. Dicen estas historias que un grupo, dirigido por Mixtécatl, un descendiente de Mixcóatl-Camaxtle, se asentó en la Mixteca baja, en la región comprendida entre Acatlán y Tututepec, entre las tierras altas de Oaxaca y la costa sur del Pacífico.

Otro grupo, llamado nonoalca, abandonó Tula bajo la dirección de Xelhua y se asentó en Cholula, que vino a ser la capital política de esta región y el santuario de mayor prestigio en el área central de Mesoamérica, célebre por su dedicación a Ehécatl-Quetzalcóatl, el dios del viento. El edificio más notable de Tollan Cholollan era la pirámide consagrada a Quetzalcóatl. Dice una crónica que este monumento se construyó para hacer honor a "un capitán que trajo [a] la gente de esta ciudad, antiguamente, a poblar en ella, de partes muy remotas hacia el poniente [...] y este capitán se llamaba Quetzalcóatl, y muerto que fue, le hicieron templo". En este templo residían los sacerdotes dedicados al culto de "la imagen de Quetzalcóatl que estaba [...] en el templo grande, hecha de bulto y con barba larga". En estos relatos Quetzalcóatl es el fundador del reino de Cholula, el creador del linaje de la Serpiente Emplumada, el arquetipo del gobernante y el dios protector de la ciudad.

Otra variante de la migración chichimeca está narrada en la Historia tolteca-chichimeca, un relato complementado por los Mapas de Cuauhtinchan. La Historia tolteca-chichimeca relata la migración chichimeca desde el lejano Chicomóztoc hasta su asentamiento en las tierras de Puebla y Tlaxcala, donde fundan el señorío de Cuauhtinchan. Cuenta cómo los chichimecas se asentaron en la tierra, se mezclaron con las mujeres toltecas y fundaron ciudades que apellidaron Tollan, en recuerdo de la antigua capital tolteca, y erigieron el señorío de Cuauhtinchan. La crónica informa que desde el siglo xii hasta el xv los pueblos de Cuauhtinchan vivieron sometidos al reino de Cholula, a cuya capital pagaban tributo y era el lugar donde sus jefes recibían la investidura real. Los pobladores de Cuauhtinchan proclamaron que en Cholula sus ancestros recibieron los emblemas del poder y las tradiciones históricas de Tollan.

Una serie de lienzos, mapas y códices describe la migración de los chichimecas en la Mixteca Alta y la fundación del señorío de Coixtlahuaca. El Lienzo de Tlapiltepec y otros documentos relatan mediante pinturas la peregrinación desde las cuevas de Chicomóztoc hasta la gloriosa fundación de su señorío en las tierras del actual estado de Oaxaca. El Lienzo destaca la figura de Atonal, el fundador del reino, y registra su larga dinastía, que se extiende por 19 generaciones, así como la alianza entre Coixtlahuaca (situada en la Mixteca Alta) y la casa real de Cuahutinchan, en el sur de Puebla. Como se advierte, estos mapas y los relatos de Cholula y Cuauhtinchan celebran la migración de los tolteca-chichimecas, sus conquistas en tierras ajenas y la fundación de nuevos señoríos, que hacen descender de la antigua Tollan, el primer reino. El héroe de estos relatos es siempre el conductor de la migración: Mixcóatl, Mixtécatl, Xelhua, Quetzalcóatl o Atonal. Lo mismo se observa en el Códice Xólotl, que narra la invasión del guerrero chichimeca Xólotl en el México Central y describe su asentamiento en esa región y la fundación del reino de Tezcoco. En todos estos relatos la figura estelar es el jefe guerrero, y el asunto del relato, la fundación de un nuevo reino, concebido, como una repetición de la Tollan primordial.

El rasgo que distingue a estos jefes no es la antigüedad del linaje, sino sus prestigios guerreros, su capacidad para unificar pueblos de etnias diversas y la ambición de crear, en un medio donde predominaba la guerra depredadora, organizaciones políticas estables. En contraste con las antiguas familias gobernantes de la época Clásica, que presumían tener raíces ancestrales en el reino, los capitanes fundadores de Chichén Itzá, Tula, Cholula o Tezcoco despliegan orgullosos sus rasgos extranjeros, proclaman provenir de la Tollan primordial, o de antepasados vinculados con ella, visten a la usanza de los militares que le dieron fama a esa metrópoli, ignoran o pronuncian mal la lengua nativa y usan el náuatl como habla exclusiva de los dirigentes y los ritos de poder.

El jefe político que gobernó Chichén Itzá o Tula es encarecido por tres virtudes. Por la fuerza destructiva y defensiva que lo llevó a imponer orden en territorios acosados por una violencia intermitente. Por su talento para crear, en un medio donde se habían borrado las antiguas fronteras étnicas, lingüísticas y culturales, comunidades integradas por poblaciones heterogéneas, dotándolas de identidad, unidad y propósitos comunes. Y por último, por su condición de intermediarios entre los valores del mundo Clásico y la turbulenta realidad del Posclásico. Kukulcán, Nakxit y Topiltzin Quetzalcóatl declaran descender de los antiguos pobladores de Tollan-Teotihuacán, y se presentan como portadores de la tradición más prestigiosa e influyente de Mesoamérica. La identidad con el Estado que había originado la vida civilizada es el legado que les permitió construir organismos políticos fuertes, sustentados en la misión de recrear y propagar el ideal de Tollan.

En una época abrumadora por las catástrofes que dieron al traste con los antiguos reinos, Kukulcán, Nakxit y Topiltzin Quetzalcóatl restauraron la autoridad del Estado, y esa acción por sí sola los convirtió en héroes de su tiempo, en personajes míticos a cuyos nombres se colgaron los adjetivos que glorificaban a los gobernantes visionarios. Así, aún cuando ninguna fuente de la época informa sobre las biografías de Kukulcán o Nakxit, en la memoria maya del Posclásico estos nombres fueron sinónimos de capitán victorioso, fundador de reinos y jefe carismático que instauró una nueva forma de legitimar el poder y de convivencia entre grupos procedentes de diversas tradiciones.

Como se advierte, en contraste con los minuciosos retratos históricos del soberano grabados en las estelas, las pinturas o los textos de la época Clásica, los jefes y capitanes del Posclásico son representados por prototipos, por imágenes icónicas que apenas trazan sus rasgos generales y señalan con vigor su misión restauradora. Mixcóatl, Mixtécatl, Xelhua, Atonal o Xólotl son, como sus arquetipos Kukulcán, Nakxit y Topiltzin Quetzalcóatl, caudillos guerreros, fundadores de reinos y restauradores de los ideales políticos originados en la Tollan primordial. La repetición de sus figuras y fundaciones en los testimonios históricos, arqueológicos y etnográficos del Posclásico, muestra que en este tiempo el centro del relato histórico y de la memoria política fue la reconstrucción del Estado, la recreación de los mitos fundadores de la civilización tolteca: Ehécatl, el dios creador del Quinto Sol, Tollan, el reino paradigmático y Quetzalcóatl, el epítome del gobernante sabio.

Así, al restaurarse los hilos históricos, políticos y culturales que unían el legado tolteca con los jefes fundadores de nuevos estados en el Posclásico, Tollan-Teotihuacán recupera su papel rector en el desarrollo histórico del Altiplano Central. A su vez, esta interpretación del proceso histórico despoja a la Tula de Hidalgo de la falsa identidad que le impuso la Mesa Redonda de 1941 y la ubica en la centralidad de su tiempo histórico, en el momento en que la restauración del liderazgo político promueve la creación de un Estado cuyo nombre, como el de su líder y sus emblemas, rememoraban la fama y el prestigio de los antepasados toltecas.