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México D.F. Domingo 13 de julio de 2003

Gonzalo Martínez Corbalá

Las campañas y sus resultados

El tema actual obligado para discusión, reflexión y análisis es el de las elecciones del 6 de julio y sus efectos posteriores, así como los dirigentes de los partidos políticos contendientes. Se hacen cruces por descifrar el misterio de las causas probables y, como se dice ahora, "de los presuntos culpables" de que se hubiera registrado una tan escandalosamente alta abstención (de 60 por ciento), la que generalmente se interpreta como mandato de la sociedad para revisar la estructura de los partidos políticos y sus programas de acción, aunque no falta quienes culpen de la abstención más alta de las décadas recientes al gobierno federal y a las instancias estatales.

Los dirigentes de los partidos políticos nacionales que contendieron en esta justa electoral, reunidos en una mesa redonda de análisis moderada por el periodista Joaquín López Dóriga, en Televisa, estuvieron de acuerdo, en términos generales, en que había que interpretar el mandato de la sociedad en dos planos, que en resumidas cuentas, resultan dos vertientes unidas por un mismo eje: la primera, planteada vehementemente por el presidente del PAN, Luis Felipe Bravo Mena, sería, palabras más o menos, que la sociedad espera que mantenga su carácter plural mediante acuerdos y consensos que destraben lo que Acción Nacional considera una parálisis legislativa, y que sea posible que, además de respetarse escrupulosamente la división de poderes, se consiga la colaboración entre el Legislativo, el Ejecutivo y el Judicial, tesis que postula Dante Delgado, presidente de Convergencia -que fue el único de los nuevos partidos pequeños que salvó la barrera del 2 por ciento y que, por tanto, conservará su registro-, quien se mantuvo durante la mesa redonda en la posición más conciliadora de todos.

La segunda vertiente del análisis se centró de manera general en el hecho evidente de que se hace necesario analizar a fondo las causas profundas que generaron la enorme abstención que se registró. Hubo quienes lo atribuyeron a la desilusión generada por las promesas incumplidas del Presidente de la República, y dicho sea de paso, también como un voto de castigo que por razones muy obvias no acepta Bravo Mena, un presidente beligerante que abandonó su función de jefe de Estado para convertirse en un activista partidario, que promovió mediante la emisión de un millón 400 mil mensajes de televisión el voto en favor de su partido, y que se valió de sus giras por el interior del país y de su asistencia a actos públicos, en los que no faltaba nunca la referencia a una propaganda gubernamental que se supone de carácter obligatorio para el primer mandatario, y que en realidad la intención no fue otra que tratar de mostrar las bondades de la transición política frente a los "viejos tiempos de los gobiernos priístas".

Pero lo peor de todo fue la absoluta y total ineficacia de la publicidad gubernamental que, sumada a la de los obispos y el clero en general, fue finalmente un completo fracaso.

También debe tomarse en consideración el fracaso estruendoso de publicistas, encuestadores y mercadólogos que mostraron las aberrantes campañas basadas en una insultante abundancia de propaganda diseñada para mostrar sonrisas, peinados y efigies que supusieron seguramente que les iban a atraer votos a los candidatos, y lo único que sí seguramente generaron fueron utilidades para quienes la diseñaron, produjeron y colocaron, llenando calles, puentes, postes, semáforos, paredes y bardas de una propaganda que lo único que habrá producido al final de cuentas son cientos de toneladas de basura que ni siquiera es biodegradable, y que lo único que realmente hizo degradable fue la política expresada en una campaña que hizo frívolo y banal lo que debió haber sido una divulgación de principios y programas políticos e ideológicos, cuya vacuidad motivó al elector a quedarse en su casa y disfrutar de sus series favoritas de televisión y del juego de futbol de la selección mexicana, en un frío y húmedo domingo, en el que no había por qué arriesgarse a una mojada de la lluvia para votar por candidatos que, finalmente, muchos no supimos si se trataba de aspirantes a jefes delegacionales, a diputados federales, o a la Asamblea Legislativa del Distrito Federal.

Es un hecho innegable que junto con la caída de las hojas del calendario que marcó el fin del siglo XX, cayeron también las ideologías que aparecieron en los primeros años como ejes rectores de las grandes revoluciones del siglo, que nadie podía suponer entonces que no habrían de trascender la centuria. La indiferenciación de las ideologías se fue dando menos violentamente que su formación en sus orígenes, hasta llegar en la actualidad a la supervivencia de unas cuantas de ellas, desgastadas y maltrechas, convertidas en meros rituales y referencias retóricas más que en realidades concretas.

Lo que parece ser una tarea ineludible y urgente de los partidos políticos en este violento y ominoso principio del siglo XXI, es la integración de programas y la reconstrucción de las ideologías que les dieron origen, para actualizarlas y ponerlas a tiempo con las demandas de la sociedad. Tan dinámicas, tan sentidas y tan urgidas de respuestas concretas que produzcan resultados tangibles y no solamente esperanzas que difícilmente pueden caracterizar ya a una izquierda desdibujada, cuya factibilidad ponen en duda en términos universales pensadores como Norberto Bobbio, quienes se preguntan si verdaderamente existen la izquierda y la derecha como denominaciones geométricas verdaderamente sustentables en nuestros días.

Por último, el PRI tiene que hacer una reflexión seria y a fondo acerca de a qué revolución se refiere su propio nombre, y si ésta sería realmente la misma que definió en su origen, ya muy remoto históricamente hablando, a la del Partido Nacional Revolucionario (PNR) de Plutarco Elías Calles o la del Partido Revolucionario Mexicano (PRM) de Lázaro Cárdenas, puesto que el PRI como tal fue fundado verdaderamente en 1946.

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