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México D.F. Lunes 14 de julio de 2003

Un poeta de la dinastía Tang: Du Fu

Carlos Montemayor /I

Hace ya varios años, cuando estaba escribiendo la novela Guerra en el paraíso, visité Xian, la vieja capital de la dinastía Tang. Ahí me sorprendió, entre muchas otras cosas, la vigencia de dos poetas del siglo VIII en las conversaciones cotidianas con intelectuales y artistas chinos. Los poetas recordados, casi lo diría, popularmente, eran Li Bai (el viejo Li Po) y Du Fu (a veces conocido en manuales de poesía china como Tu Fu). La vigencia de estos poetas me pareció después explicable por dos razones: primero, por la calidad de la obra de Li Bai y sobre todo de Du Fu; segundo, por la singularidad del pueblo chino, acaso poseedor de la cultura más poderosa y antigua del planeta.

En la historia literaria de China Du Fu es considerado el más alto exponente del realismo clásico. Dejó una extensa obra representativa de la dinastía Tang, época cumbre de las letras chinas y del esplendor de las ciencias y las artes. Nació en una comarca rural de la provincia de Henan, en el año de 712. Realizó largos viajes por el norte y sur del país y en la ciudad de Le Yan entabló una íntima amistad con Li Bai. Después de haber radicado algunos años en la capital del Imperio, Chan An, la actual Xian, en condiciones de extrema miseria (su hijo, en ese tiempo murió de hambre), Du Fu llevó una vida nómada, de vagabundo, que le permitió conocer directamente la pobreza de los campesinos y el nepotismo arrogante de los mandarines. Basándose en sus propias vivencias escribió seis de sus más famosos poemas, popularmente conocidos en su conjunto como Tres alguaciles y tres despedidas, que corresponden a los poemas "Alguacil en Tonguang", "Alguacil de Shin An", "Alguacil de Shihao", "Despedida de una recién casada", "Despedida de un viejo" y "Despedida de un hombre sin familia". A través de estos poemas podemos ver otro aspecto de la China de ese tiempo: la devastadora cauda de las guerras y de la expansión imperial.

En el verano del año 759 regresó a Chen Du, provincia de Shichuan, y allí, en las afueras occidentales de la ciudad, se construyó con la ayuda de algunos amigos una choza, la cual se conserva hasta hoy como museo del poeta.

Años después decidió regresar a su hogar natal y emprendió, a bordo de una pequeña embarcación, la última larguísima travesía de retorno por los ríos del norte. La prolongada estancia sobre el agua le provocó un grave reumatismo que minó lentamente su salud y le causó la muerte en el año 770, es decir, a los, en ese entonces, avanzados 57 años de edad. Murió solitario, todavía muy lejos de su tierra; la barca con su cuerpo inerte fue hallada en un rescoldo del río Shian Jian, que atraviesa parte de la provincia de Henan.

Conocí los poemas de Du Fu antes de mi viaje a China por una antología inédita de poemas de la dinastía Tang que prepararon entre 1983 y 1985 el poeta chino Chen Guang Fu y el investigador español Alfredo Gómez Gil. Por desacuerdos profesionales entre los dos coautores la antología no se publicó. En el año 1986, en la ciudad de México, trabajé con Chen Guang Fu en la revisión de ese volumen y le preparé nuevas versiones que tuvieran una flexibilidad mayor en el verso libre de lengua española. Publicamos algunas de esas versiones y después no me fue posible retomar los apuntes que habíamos preparado juntos.

En el año de 1987, con motivo del centenario del nacimiento de Fernando Pessoa, la embajada de Portugal ante la UNESCO organizó en París un homenaje internacional y una exposición de libros, manuscritos y traducciones. Nos invitaron a París a diversos traductores de Pessoa; Jin Guo Ping era su traductor al chino y pertenecía al Departamento de Literatura Latinoamericana de la Academia de Ciencias Sociales de China, en Pekín, donde Chen Guang Fu era vicerrector. Conversamos largamente en París de nuestros trabajos de Pessoa y también de los poetas chinos clásicos que yo había conocido por Chen Guang Fu. Cuando viajé a China, en 1989, los busqué en Pekín, pero en ese momento ambos se encontraban en Europa y no volví a tener contacto con ellos.

Recientemente he vuelto a abrir esas carpetas y he sentido de nuevo la fuerza de esos poetas clásicos y directos, profundamente humanos, llanos, verdaderos. He tratado de encontrar una expresión más natural en los poemas de los diferentes autores de la dinastía Tang que trabajé con Chen Guang Fu. En las numerosas tardes de trabajo, de lecturas, de análisis de las versiones que él había preparado con Alfredo Gómez Gil, reiteradas veces me releía en chino cada poema para que yo pudiera apreciar la cadencia y sonoridad de los versos. Después, en mi viaje a Pekín y a Xian, la inmensidad y la inmediatez de la historia china en las calles, en la población, en los restaurantes, entre los poetas, las bibliotecas, los reinos del paisaje: los caudalosos ríos, las montañas que por sí solas se elevan en el mundo como pinturas o esculturas, la neblina, la sensación de que la neblina es una forma del recuerdo, o del encuentro, o del destino, me llevaron a admirar y entender, particularmente, el interior humano de Du Fu, la pasión justa y solidaria de este gran maestro.

En el poema titulado "Marcha de los soldados con sus carros de guerra", Du Fu menciona a Shian Yan, el puente de la parte norte de la antigua ciudad de Chan An. En dos versos menciona que expertos jefes/ nos envolverán los cabellos; en el ejército de aquella época los soldados llevaban sus cabellos sujetos en forma de moño y envueltos por una tela de encaje; aquí, por impericia guerrera, los infantes debían ser asistidos por antiguos guerreros en el ritual de su peinado. Menciona también la montaña Huan San, situada al noroeste de la ciudad de Chan An. Leamos:

Los caballos relinchan.
Soldados inexpertos con el arco en la cintura
y las flechas en la aljaba
son palancas que impulsan las ruedas  de carros.

Padres y esposas los despiden
sumergidos en la polvareda de Shian Yan,
y se prenden algunos de las ropas para detenerlos
y luego se quedan gimiendo
con sollozos que conmueven el cielo
 
Así lo explica uno de ellos:
"Nos llevan en forzosa leva
a los que tenemos entre quince y cuarenta años.

Somos reclutas por un despótico decreto.
En la siguiente comarca expertos jefes
nos envolverán los cabellos,
que canosos serán quizás cuando tornemos un día.

Porque la frontera, rebosante de sangre,
no satisface aún al imperio que crece.

Al este de Huan San, allá
donde los matojos silvestres dominan
y estrangulan todo cultivo,
quedó bajo ignorantes manos el arado,
porque hijos mayores, maridos,
los brazos fuertes de la provincia,
fueron distribuidos como perros y gallos
según el capricho del mando militar.

Usted no se sorprenda
de la sinceridad con que le respondo.
¿Alguna queja observa en mis palabras?
Sólo le explico que en este invierno
fuimos convocados a las armas los jóvenes y los hombres de mi aldea.

Además, se nos obligó a entregar cosechas y bienes,
sin disminución alguna del sofocante impuesto.

Solas se quedaron cuidando el hambre de la casa
las menores, las adolescentes, las casadas,
mientras los hijos y maridos moriremos en la frontera
bajo la espada o con triunfo,
como un soldado cualquiera".

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