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México D.F. Domingo 27 de julio de 2003

Guillermo Almeyra

Kirchner: Ƒapoyo puntual o seguidismo?

El gobierno de Néstor Kirchner está conquistando la simpatía de la amplia mayoría de los argentinos gracias a algunas medidas que, aunque no son radicales ni resuelven los problemas de fondo de los desocupados, de los trabajadores o del país, instauran un nuevo clima moral y abren espacios democráticos y, por lo tanto, son importantes, sobre todo en un país, como Argentina, profundamente desmoralizado por la pérdida de sus ilusiones sucesivas (en Alfonsín, en el siniestro Menem de dos presidencias, en el Frepaso y en la alianza que puso en el gobierno, con amplísima mayoría, al mismo Fernando de la Rúa que la movilización popular defenestró en diciembre del 2001).

La simpatía mayoritaria, sin embargo, aunque muy importante, no es decisiva. Además hay que ver, sobre todo, dos cosas: el carácter social de la política y del gobierno que la aplica, y la capacidad de los que simpatizan con ese gobierno o con el político carismático que la dirige, de cogobernar o controlar el gobierno mediante su propio poder organizado y su independencia política frente mismo a quien dan su apoyo. Porque no es cierto que siempre "la voz de los pueblos sea la de los dioses" ni que "los pueblos no coman vidrio". Ahí están, en el peor de los casos, los ejemplos de Mussolini o Hitler, elegidos con amplias mayorías y seguramente populares, o el de Héctor Cámpora o Luiz Inacio Lula da Silva en los buenos, para mostrar que los pueblos pueden "comer vidrio" o, cuando en líneas generales aciertan, pueden no ser capaces de asegurar por sí mismos la concreción de sus aspiraciones y ni siquiera de frenar las involuciones desastrosas de los gobernantes por ellos elegidos.

El origen de clase personal o la proveniencia de un dirigente político, por otra parte, no es un criterio decisivo: Tony Blair, como Lagos, provienen de la socialdemocracia pero pertenecen a la otra derecha, la de corbata, y el ex campesino y ex dirigente obrero Lula lleva a cabo una política burguesa similar a la que aplicaba Fernando Henrique Cardoso, mientras que los ex demócratas burgueses Carlos Marx y Federico Engels (que además era un industrial) dedicaron en cambio su vida a luchar contra el capital. Lo que cuenta es, antes que nada, la aceptación o no del marco del capitalismo como único posible y la consecuencia de esa posición: o sea, la búsqueda de una reforma del régimen o, en cambio, de la construcción de una alternativa al mismo basada en transformaciones radicales (autogestión, autorganización de los trabajadores, liberación nacional y social, democracia directa, transformación del aparato estatal en una simple administración de las cosas, etcétera).

Esto es lo que permitirá ver el carácter de un régimen o de un gobierno para darle un apoyo constante o, por el contrario, para apoyar puntualmente todo lo que sea positivo para la liberación nacional y social pero manteniendo la independencia. El tan ignorado Lenin sostenía que se podía golpear juntos a condición de marchar separados. O sea, hacía hincapié en lo fundamental: la independencia política y organizativa de los dominados incluso frente a los líderes y caudillos progresistas, entre otras cosas porque la tarea histórica de los primeros es prescindir del liderazgo y de los caudillismos y adquirir realmente la ciudadanía, es decir, la capacidad de ser sujeto, de decidir, de pesar en la vida pública.

El ejemplo de Cámpora, en Argentina, es en este sentido ilustrativo: el apoyo popular tropieza inevitablemente con la resistencia feroz de la derecha política y social. Si no hay una fuerza que sea algo más que una simpatía, el mejor intencionado de los gobiernos será capturado o derribado por las fuerzas que temen como la peste el peligro de la irrupción de los dominados en la política. Y si éstos no son independientes ni están organizados, no podrán resistir el golpe. En la Argentina de hoy la derecha es muy fuerte y no está representada prioritariamente por Menem. El embajador de Estados Unidos es un cubano que considera que Fidel Castro y Hugo Chávez, a quienes abomina, son modelos que Kirchner podría seguir; la derecha social -pequeña burguesía reaccionaria, terratenientes, financistas, importadores, etcétera- que apoyó a López Murphy consiguió para su política cerca de un quinto de los votos; la resistencia de los aparatos de represión policiales y militares, además de la de los aparatos jurídicos, es sorda, pero es enorme. Y, sobre todo, detrás de todos esos sectores está el gobierno de George W. Bush, empeñado en acabar con el Mercosur (por limitado que éste sea) para imponer el Area de Libre Comercio de las Américas.

Subestimar al adversario es el peor de los errores y confiar en la espontaneidad de los trabajadores -sobre todo cuando éstos aún están semiparalizados por la desocupación y la crisis- es propio de fatalistas. Peor aún es esperar que un líder recién llegado saque las castañas del fuego, olvidando que "la liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos". La izquierda no puede ser sectaria y debe ser flexible en su política de alianzas, pero sobre todo debe ser constructora de sujetos independientes.

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