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México D.F. Domingo 27 de julio de 2003

Néstor de Buen

Economía formal, economía informal y sin economía

Las clasificaciones económicas de la desgracia laboral venían fijando las dos categorías tradicionales. En primer término, la economía formal, la de aquellos trabajadores que por serlo mantienen una relación activa en la que se produce el vínculo esencial de la subordinación hacia el patrón o empleador, hay un salario y otras diversas condiciones de trabajo. Supone registros en el Seguro Social, pagos al Infonavit y la intervención de las autoridades del trabajo en los conflictos individuales y colectivos. Desde luego que domina ese mercado el intervencionismo estatal y corporativo en la fijación de los salarios mínimos, que suelen ser más mínimos que salarios, y los rigurosos controles estatales sobre sus organizaciones gremiales, en parte por mandato de la ley y en gran parte por la subordinación histórica de las centrales obreras al Estado, particularmente algunas de las que integran el Congreso del Trabajo.

Este mundo se vincula a cifras de la seguridad social, con aproximadamente 12 millones de afiliados al IMSS y unos 2 millones (cada día menos) al ISSSTE, lo que hace un total de 14 millones, con la advertencia de que hay muchos casos en que una persona está inscrita en ambos institutos. Ese ha sido mi caso por muchos años, en que además de ser abogado en el IMSS, daba clases en la UNAM, lo que provocaba y provoca mi inscripción antiquísima en el ISSSTE, además de otras coincidencias. Por ello los números totales no deben necesariamente sumarse.

Ese gran total, más los empresarios y profesionales sin seguridad social, quizá unos 4 milloncejos más, dan para un 48 o 50 por ciento más o menos de la población económicamente activa (PEA, que debe andar por los 34 millones).

Del otro lado está la famosa economía informal, que el INEGI considera empleo (trabaja una hora a la semana o lleva ocho semanas buscando empleo, pero no necesariamente al servicio de un patrón: simple ocupación personal en la calle), sin que lo sea realmente. De acuerdo con los datos del muy interesante reportaje de Juan Antonio Zúñiga (La Jornada, 23 del mes en curso), ese ambulantaje venía integrando el saldo de la PEA (8.4 millones de personas), dejando fuera del "empleo" (desocupación abierta) a un sospechoso 2.78 por ciento, es decir, 896 mil 114 personas en marzo del año en curso, que hoy, por lo visto, asciende a 3.17 por ciento gracias a la avalancha de despidos colectivos, públicos y privados que se están produciendo en estos meses.

Pero ahora nos alerta y angustia esa tercera categoría a la que Juan Antonio Zúñiga se refiere de manera importante: el sector de la población que perdió el empleo formal pero no ha tenido acceso al empleo informal, esto es, no ejerce el ambulantaje ni se ha podido incorporar a la zona changarrera a la que con tanto entusiasmo se ha referido siempre el presidente Fox. "De acuerdo con la información de este organismo (el INEGI) -nos dice Juan Antonio-, en junio de este año un millón 21 mil 858 personas de la PEA buscaban trabajo -hasta en las actividades informales- sin encontrarlo; o bien, intentaban ejercer una actividad por su cuenta, sin conseguirlo".

La tradicional división de la economía de crisis: formal e informal, entre nosotros manejada intencionalmente como empleo a pesar de ser ya, quizá en 48 por ciento sólo ocupación, ya no nos sirve. Habría que abrir un concurso para denominar a la tercera categoría, porque los manuales de economía estarán ansiosos por referirse a ella.

Es obvio que sociológicamente cabría el recurso de hablar de la zona de absoluta miseria, creciente y desbordada en México, pero el término tendría que ser económico y lo único que se podría decir es que ese grupo lo que representa es la "no economía".

Hace unos días intentamos recorrer alguna de las calles del centro histórico en busca del museo Cuevas. Mi chofer se perdió, o tal vez me perdí yo, y tratando de encontrar el camino llegamos a una calle tan absolutamente ocupada que un personaje curioso nos ofreció el servicio, generosamente pagado después, de ir abriendo camino al carro para separar puestos de comida en medio de la calle, caminantes enfurecidos que se molestaron por la presencia de un automóvil en su territorio, puestos laterales y otras linduras. El guía nos condujo por tres cuadras hasta la lateral del Palacio Nacional y pudimos salir por nuestro propio pie (Ƒllantas?) al Zócalo a la altura de la Catedral. Y por supuesto que no pude llegar al museo. Diríamos que ya no me atreví a hacerlo caminando. šCobardón que es uno!

Pero seguramente ese mismo día había leído alguna declaración oficial de que nuestra economía, por más que sea dependiente de la estadunidense, pinta muy bien... No, por cierto, del Banco de México

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