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México D.F. Domingo 27 de julio de 2003

James Petras

Construcción imperial y dominación

Salvo algunos dinosaurios intelectuales, muchos escritores, pe-riodistas y académicos han vuelto a introducir el concepto de imperialismo en sus análisis de la estructura de poder mundial. Las discusiones que se centraban en la "hegemonía" han resultado inadecuadas para explicar el nuevo énfasis que los constructores del imperio estadunidense ponen en la coerción militar, la invasión y la ocupación, y en el dominio impuesto por la fuerza. Hace 50 años la Cepal describió la economía mundial en términos de "centro" y "periferia", y 20 años después los teóricos del sistema mundial añadieron una semiperiferia. La mayoría de los escritores críticos del mundo contemporáneo ya no encuentran utilidad alguna en estos términos, privados desde hace mucho de una especificidad histórica, de clase o de Estado.

Todas las preguntas importantes que nos confrontan hoy respecto de la naturaleza y dirección de las relaciones internacionales de poder, la naturaleza de los conflictos, las conquistas y las resistencias que se multiplican giran en torno de la naturaleza y la dinámica del imperialismo, en particular el de la potencia imperial más agresiva y poderosa: Estados Unidos.

Se han formulado preguntas fundamentales sobre la sustentabilidad del imperio estadunidense, por lo menos en su actual estructura militar y económica. En su forma más simple, la pregunta más co-mún es si el imperio estadunidense se encuentra en ascenso o en decadencia. Si bien en la superficie ésta parece ser la "cuestión central", en realidad oscurece preguntas más esenciales que deben abordarse, referentes a las relaciones entre las economías y las políticas nacionales y el imperio, a las relaciones de clase y políticas que sostienen a éste y las que se le oponen, y a la capacidad política del imperio para sostener la expansión hacia el exterior y la decadencia interna. Alegar, como algunos académicos, que el imperio declina porque está sobrextendido (Kennedy, Hobsbawm, Wallerstein) es pasar por alto la capacidad de la clase gobernante imperial de continuar reasignando recursos de la economía nacional al imperio; las duraderas instituciones estatales, mediáticas y partidistas que propician la continuidad de la construcción imperial y, de manera más importante, la capacidad de reclutar clientes que sirvan al imperio.

La dinámica y continua expansión im-perial, que incluye la conquista militar de tres regiones (los Balcanes, Afganistán e Irak), se lleva a cabo con la aprobación activa de la gran mayoría de los ciudadanos estadunidenses, que padecen los peores recortes sociales y económicos en los programas gubernamentales y la legislación fiscal más regresiva de la historia reciente. Está claro que se equivocaban los comentaristas impresionistas que pretendieron ver en las ocasionales manifestaciones masivas en Seattle, Washington y otras ciudades contra la globalización y la guerra en Irak un desafío al imperio y un signo de su debilitamiento. Una vez iniciada la conflagración, las grandes ma-nifestaciones terminaron y no existe ningún movimiento de masas que se oponga a la sanguinaria ocupación colonial o apoye la resistencia anticolonial.

Igualmente grave, desde la perspectiva metodológica, es que los críticos del po-der del imperio sean incapaces de explicar la naturaleza global de la doctrina imperial, que consiste en librar guerras "en todos lados y por el futuro previsible", conforme con la doctrina Bush. Aferrados al objetivo más visible y obvio -en el caso de Irak, el petróleo-, los críticos activistas pasan por alto los múltiples sitios de continua intervención militar imperialista en América Latina, Africa y Asia (Colombia, Djibutí, Filipinas, etcétera). El petróleo es un componente importante de la construcción imperial, pero también lo es el poder, el control y la dominación de los clientes y de los estados rivales e independientes.

Para entender con propiedad la agresión política y militar global de los constructores del imperio estadunidense, debemos enfocarnos en el alcance y ex-tensión del imperio económico de ese país. A fin de comprender adecuadamente si el imperio estadunidense está en decadencia o en expansión debemos distinguir entre la economía doméstica y la economía internacional, que es la que constituye propiamente el imperio.

El imperio económico de EU

Uno de los parámetros clave de las di-mensiones económicas del imperio estadunidense es el número y porcentaje de sus corporaciones trasnacionales y bancos entre los 500 mayores consorcios del mundo en comparación con otras regiones económicas. Casi todos los analistas económicos coinciden en que las trasnacionales son la fuerza motriz de la economía mundial, las instituciones centrales de las inversiones internacionales, las transacciones financieras y el comercio mundial. Algo igualmente importante es que ningún Estado puede aspirar a la dominación mundial si sus principales instituciones económicas, las trasnacionales, no ejercen un papel de liderazgo en la economía del planeta. Cualquier discusión seria del presente y el futuro de la supremacía imperial estadunidense tiene por fuerza que analizar la distribución del poder entre las trasnacionales en competencia.

Existen varias formas de medir las "trasnacionales líderes". He seguido el enfoque del Financial Times y utilizado los datos que ese medio ha compilado. Califica las empresas según su capitalización de mercado, es decir, el valor en acciones de cada compañía. Mientras mayor sea el valor de mercado de una empresa, más alta será su calificación. La capitalización de mercado se obtiene multiplicando el precio de cada acción por el número de acciones emitidas. Sólo se incluyen las empresas en las que las acciones libres exceden de 85 por ciento del total, con lo cual se excluyen las compañías en las que un alto porcentaje del capital está en manos del Estado o de familias.

Las trasnacionales estadunidenses do-minan la lista de las 500 principales empresas del mundo. Casi la mitad de las mayores trasnacionales (48 por ciento) son de propiedad y dirección estadunidenses, casi el doble del competidor regional más próximo, Europa, con 28 por ciento. Las trasnacionales de propiedad japonesa representan sólo 9 por ciento, y el resto de Asia (Corea del Sur, Hong Kong, India, Taiwán, Singapur, etcétera) posee en conjunto menos de 4 por ciento de las 500 firmas y bancos principales. La concentración del poderío económico es aún mayor si nos fijamos en las principales 50 trasnacionales, de las cuales 60 por ciento son de propiedad estadunidense, y es todavía más evidente al examinar las 20 mejor situadas, de las cuales más de 70 por ciento son de ese país. De las primeras 10, Estados Unidos controla 80 por ciento.

Muchos analistas impresionistas, para quienes el descenso de los valores de mercado de las trasnacionales estadunidenses es indicativo de una declinación de la posición estadunidense en el planeta, no se dieron cuenta de que el valor de mercado de las trasnacionales de Europa, Japón y el resto del mundo también bajó -en igual o mayor grado-, lo cual neutralizó el efecto de la caída de los consorcios estadunidenses en su preponderancia global.

Podemos examinar otras formas de me-dir el persistente y consolidado poderío económico del imperio estadunidense. Si comparamos la capitalización neta de las trasnacionales de ese país que figuran entre las primeras 500 del mundo con las de otras regiones, encontramos que el valor de esas compañías estadunidenses excede el valor combinado de todas las demás regiones. La valuación de las trasnacionales estadunidenses es de 7 billones 445 mil millones de dólares, contra 5 billones 141 mil millones de dólares de las otras. Las trasnacionales estadunidenses tienen un valor de mercado superior al doble de sus competidoras más cercanas, las europeas.

El argumento en favor de la tesis de que existe un imperio económico estadunidense consolidado y en expansión se ve realzado si examinamos los ocho principales sectores de la economía mundial, que son banca, industria farmacéutica, telecomunicaciones, hardware para la tecnología de la información, petróleo y gas, software y servicios de cómputo, se-guros y cadenas de autoservicio. Las trasnacionales estadunidenses constituyen mayoría entre las que ocupan los primeros lugares en cinco sectores, conforman 50 por ciento de uno de ellos (petróleo y gas) y sólo son minoritarias en un sector (seguros).

La misma pauta se puede observar si examinamos la llamada "vieja economía", en la cual las trasnacionales estadunidenses -entre ellas las de las industrias minera, petrolera, automotriz, química y de bienes de consumo- suman 45 de los cien consorcios líderes. Entre las principales 45 relacionadas con la manufactura, Estados Unidos tiene 21, Europa 17, Japón cinco y el resto del mundo dos. Estados Unidos tiene la compañía que ocupa el escalón más alto en 23 de 34 grupos de industrias, y sus trasnacionales controlan casi 59 por ciento de las principales empresas extractivas y manufactureras, casi tantas como los consorcios europeos y japoneses juntos. La principal área de debilidad estadunidense es el sector electrónico, donde ese país sólo posee dos de las 23 firmas líderes.

En la medida que las trasnacionales son el fundamento y la fuerza motriz de la construcción del imperio económico, está claro que Estados Unidos sigue do-minando, controlando, y que muestra po-cos signos, o ninguno, de "debilitamiento", "decadencia" o pérdida de posición frente a Japón o Europa. La tesis de una economía "sobrextendida" o "decadente" tiene pocas bases. La reciente burbuja especulativa sólo ha afectado a algunos segmentos del sector de la tecnología de la información, pero esto se aplica también a los competidores de Estados Unidos. Además, mientras ese sector declinó, los de la "vieja economía" se han expandido. E inclusive dentro de los sectores de la tecnología de la información ha habido un proceso de concentración y centralización del capital, en el que Microsoft, IBM y unos cuantos gigantes estadunidenses más han mejorado posiciones en tanto muchos otros decayeron.

Si bien los fraudes y la corrupción han afectado la confianza de los inversionistas en las trasnacionales estadunidenses, también ha ocurrido así en Europa y Japón. El resultado ha sido una declinación general en las evaluaciones de mercado de todas las trasnacionales de los centros imperiales en competencia (Estados Unidos, Unión Europea y Japón). La disminución global de la valuación de mercado es evidente si comparamos los totales entre 2002 y 2003: en 2002 el valor neto era de 16 billones 250 mil millones de dólares, en comparación con 12 billones 580 mil millones en 2003, una caída de 22.6 por ciento. Sin embargo, aproximadamente 50 por ciento de esta disminución se experimentó en el sector de hardware para la tecnología de la información.

El hecho indiscutible es que el imperio económico estadunidense es dominante y está en fase ascendente: su profundidad y amplitud sobrepasa a sus rivales europeos y japoneses por múltiplos de dos en la mayoría de los casos. Quienes hablan de la "decadencia del imperio", o no comprenden los elementos estructurales del imperio estadunidense o recurren a pronósticos de largo plazo basados en comparaciones históricas, cuya conclusión es que en algún momento del futuro el imperio estadunidense decaerá, como to-dos los imperios (Hobsbawm). La predicción histórica a largo plazo de una decadencia inevitable tiene la virtud de consolar a los miles de millones de personas que enfrentan la explotación y las guerras destructivas, y a los gobernantes de naciones amenazadas con la invasión militar y con el despojo de sus lucrativos recursos naturales. Pero es totalmente irrelevante para diagnosticar el poder del imperio hoy día, su dinámica y las fuerzas organizadas en su contra. La tesis de la decadencia está basada en teorías abstractas, que en el peor de los casos son simple racionalización de deseos, y en el mejor extrapolaciones de la economía doméstica del imperio.

Lo que es necesario enfatizar es que las "contradicciones" que amenazan al imperio no son simples deducciones económicas a partir de un supuesto "imperio sobrextendido" que presumiblemente impulsará a "la gente" a derrocar a la elite constructora del imperio, o forzará a sus dirigentes a repensar su proyecto imperialista. El imperio estadunidense está construido y apoyado por los dos principales partidos políticos, por todas las ramas del gobierno, y ha seguido una trayectoria ascendente vía guerras imperiales, conquistas coloniales y expansión de las trasnacionales, en particular desde la derrota en las guerras de Indochina. Las derrotas imperiales y los momentos de decadencia son resultado directo de las luchas políticas, sociales y militares, la mayoría de las cuales han tenido lugar en América Latina y Asia, y en menor medida en Europa y Norteamérica.

 

Traducción: Jorge Anaya

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