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México D.F. Domingo 27 de julio de 2003

Carlos Bonfil

Anita no piede el tren

El cine del catalán Ventura Pons es poco conocido en México. Apenas una exhibición fugaz, hace más de 20 años, de su primera película, Ocaña, retrato intermitente, de 1978, un documental emblemático del clima de apertura en la transición post franquista, centrado en Barcelona y en uno de sus personajes pintorescos, el pintor y travesti Ocaña. El resto de su filmografía, más de 15 largometrajes, se desconoce en nuestro país. Sólo en fechas recientes, el Festival Mix de Diversidad Sexual ha presentado dos trabajos suyos, Amigo/Amado (Amic/Amat, 1999) y Manjar de amor (Food of love, 2001). Quedan por descubrir cintas clave del director -Caricias, Actrices y Morir (o no)-, en alguna retrospectiva que valdría la pena programar.

La Filmoteca de la UNAM rescata en su 10 Festival Cinematográfico de Verano una comedia de Ventura Pons, Anita no pierde el tren (2000), protagonizada por Rosa María Sardá, actriz fetiche del director, que el lector cinéfilo recordará en la cinta de Almodóvar Todo sobre mi madre. A la trama sencilla y sin sorpresas que propone el cineasta con base en la novela catalana Bones Obres, de Lluis-Anton Baulenas, la reanima la estupenda interpretación de Sardá en el papel de Anita, una mujer de 50 años, sin marido y sin trabajo, convencida de haber quedado derrotada en la vida, decidida sin embargo a empezar todo de nuevo. Anita la huerfanita, privada de su empleo de varias décadas como taquillera en un cine de barriada, una sala de repertorio con programas dobles, curiosidad local condenada a la desaparición ante la emergencia de multisalas comerciales que reclaman un look modernista y, naturalmente, taquilleras muy jóvenes con aspecto de edecanes. Con la súbita jubilación forzada, augurio sombrío de azotes existenciales y menopausia, Anita se refugia en la sabiduría mundana de su vecina (estupenda María Barranco), en la ilusión cinematográfica, a la manera de Mia Farrow en La rosa púrpura de El Cairo, y en los brazos de una inesperada conquista, Antonio (José Coronado), un trabajador de obras públicas a quien imagina, en divertida parodia, como un John Gilbert proletario que la transformará en reina Cristina de Suecia, nueva Garbo de la Rambla barcelonesa.

Luego del inclemente retrato del sometimiento amoroso que es Amigo/Amado, y de los juegos de infatuación artística y pasional de Manjar de amor, Ventura Pons regresa a un tono de comedia ligera, permaneciendo fiel sin embargo a los temas obsesivos de la soledad y la insatisfacción afectiva, del envejecimiento y sus facturas ineludibles. Al retrato de Anita, homenaje doble a una actriz y a la ciudad en la que vive, se suma la discreta elegía a un cine que desaparece -al placer de la cinefilia y al afán mercadotécnico que lo amenaza. Como en la comedia parisina de Cédric Klapisch, Y Chloé perdió a su gato, Ventura Pons transita aquí de una visión panorámica de su ciudad, Barcelona, a uno de sus barrios, y de ahí al punto pintoresco donde se confunden tradición cinéfila y sabor urbano. En su propia sensación de decadencia física y anímica, Anita encarna y agudiza las amenazas que presenta a la ciudad una modernización sin freno, y la respuesta de la protagonista se vuelve vitalísima. Hay un juego con los símbolos de la remodelación urbana, como la excavadora que maneja Antonio, y anhela poseer, y que se vuelve la mano gigantesca que rescata y eleva por los aires a Anita, nueva Fay Wray hechizada por un King Kong mecánico. La referencia fílmica es constante, como también la alusión a esas viejas salas derruidas, vedadas para siempre a las nuevas generaciones de la Internet y el video, y cuyo espíritu Ventura Pons reivindica en la cálida y divertida historia de una taquillera en naufragio de amor y de películas.

Anita no pierde el tren se exhibe esta semana en Cinemex Insurgentes.

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