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México D.F. Domingo 27 de julio de 2003

Bárbara Jacobs

Camino al cielo

Cuando la United Press International, o UPI, envió a Josefina a cubrir la entrada del subcomandante Marcos a la capital, llegó camuflada y evasiva. Tenía el pelo, más que inusualmente largo, según la recordaba, peinado, cosa que era todavía menos característica de ella. La había llamado Ioa cuando llegó a México por primera vez, entonces a estudiar español, que aprendió como si hubiera sido su primera lengua. Su afecto por los perros era europeo: o, más bien, una mezcla del cuidado de los desarrollados con buena parte de identificación con el tercer mundo. Acariciaba igual a un callejero que a uno de raza, pero el pelo de ella se parecía más al de los callejeros, que el único baño que reciben es el de la lluvia, y el único engomado, el del chicle.

Antes, Ioa había sido corresponsal para la revista Time durante las Olimpiadas en México del 68. Tomó fotos de los tanques invadiendo la universidad, rollo que le fue confiscado. En un momento dado, calmado el mundo y el país en el que por bondad Ioa quiso sentar cabeza, sacó una maestría en la Universidad Iberoamericana, en letras, que le dirigió Rosario Castellanos y que tituló La risa. Camino al cielo en Rayuela. Acudía a sus encuentros con Rosario en caballo, uno que logró que un caballerango que paseaba por el camellón de Miguel Angel de Quevedo, le prestara.

Conoció a Cortázar en un viaje que hizo a París, tras su huella, y también a Borges, en otro que emprendió a Buenos Aires. Lo oyó en una conferencia de la que no recordó gran cosa pero al final de la cual le tomó algunas fotografías. La enorgullecía haber logrado decirle a Cortázar una frase que ella supuso que él encontraría digna de significado. El encuentro tuvo lugar en un elevador. Según ella, él la miró. Y fue entonces cuando Ioa pronunció su parlamento inolvidable, es decir, para ella, y que fue, Como la Maga, ante lo cual Cortázar, en su amable elegancia, le sonrió.

En México, se enamoró de tres jóvenes. Uno, el actor Jorge Rivero, que ni siquiera se enteró de que Ioa comía enfrente de él en una reunión familiar. El segundo, un vecino, tan tímido que se inscribió en un curso intensivo de alemán para leer a Marx, actividad que le impedía incluso tomarse una nieve de guanábana en el Bazar del Sábado con Ioa, la turista circunstancial. El tercero, era, creo, un espía de la CIA. Fungía de maestro de inglés en comunidades indígenas y, los fines de semana, enviaba reportes en clave a no sé qué receptor de Estados Unidos. Nada de esto hubiera impedido el amor a no ser que Ioa, en su pasión, una mañana lo despertó a golpes en la ventana para anunciarle, sin preámbulos, "estoy enamorada de ti".

Encaminó su bondad, acompañada de la Novena de Beethoven, hacia las Hermanas de la Caridad. Se hizo un lugar en un hospital para niños a cargo de ellas. Ioa se encariñó tanto con los enfermos que construyó una casa en las afueras de Cuernavaca para llevarlos a pasear. Pero la construcción resultó más que ineficaz, sobre todo para inválidos, de modo que fue abandonada.

Ioa fumaba pipa. Y antes de llegar a México por primera vez, había sido reportera, jurado en un juicio y paracaidista. Me confesaba que la libertad que se experimenta entre el momento en que uno salta del avión y se le abre el paracaídas es única, y que la sensación no la cambiaría por ningún placer. Reía desde el fondo de su corazón, periodos que alternaba con mutismos inescrutables. Tan inexplicables como los tres estornudos infaltables que soltaba ante el primer rayo del sol del día que veía.

A pesar de sus diversas experiencias y de que, hasta cierto punto, tenía el mundo a sus pies, pues su padre, italiano, era vicepresidente de la General Motors de Nueva York, lo que Ioa quería hacer en la vida era escribir. Para empezar, tenía una lista de títulos posibles para novelas imaginadas. Y cuando viajábamos al St. Pierre, frente al Central Park, en Manhattan, visitábamos librerías, acudíamos al cine y al teatro, pero, sobre todo, nos hicimos una promesa: "Nos suceda lo que nos suceda en la vida, cuando publiquemos nuestra primera novela vamos a venir aquí, a la Biblioteca Nacional, y tú en un león y yo en el otro, las vamos a lanzar al aire para celebrar."

Pero ella se fue a la India, a trabajar con madre Teresa, y cuando regresó, le extrajeron un tumor de la cabeza. Me envió una fotografía de ella ya recuperada. Cuando la vi, no reconocí en ella a mi vieja amiga Ioa.

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