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México D.F. Miércoles 30 de julio de 2003

Helga Schneider narra en un libro los desencuentros con la figura materna

En español, la historia de la hija de una celadora de campos nazis de exterminio

Preparan ya la adaptación en teatro de Déjame ir, madre para escenificarla en Roma

ALIA LIRA HARTMANN CORRESPONSAL

Berlin. Las historias que se cuentan a partir de los sucesos ocurridos con motivo de las atrocidades cometidas por el régimen nazi durante la Segunda Guerra Mundial no dejan de impactar. Para leer la historia de Helga Schneider, escritora alemana radicada en Italia desde hace más de 40 años, hay que tomar aire.

Déjame ir, madre, relato autobiográfico de Schneider, traducido ya a más de siete idiomas y éxito editorial tanto de crítica como de público, narra la relación-no relación de una mujer con su madre a la que en 58 años sólo ha visto dos veces. La historia comienza en 1941 cuando la pequeña Helga, de apenas cuatro años, ve a su madre preparar sus maletas y abandonar el hogar para nunca más regresar. ''No llores, tienes que ser valiente, además puedes despertar a tu hermano''. El pequeño Peter, de dos años y medio, dormía.

alia helga_okEl régimen nazi necesita voluntarios para convertirse en celadores de campos de concentración y la madre de Helga acude de inmediato al llamado del führer. Auschwitz y Ravensbrück son sus lugares de trabajo, también se desempeña como asistente de los médicos nazis en los experimentos que realizaban con las prisioneras.

Helga tiene grabado el momento que ha marcado su vida desde entonces, dejando una herida que nunca cicatrizó en su alma. Sólo 30 años después de este episodio y cuando ella misma se convierte en madre decide buscar a esa mujer de la cual no sabe nada, un misterio rodea esa figura y Helga decide enfrentarlo.

Quedar como hija

Traudi, madre de Helga, vive en Viena y le escribe a ésta diciendo que puede ir a visitarla. La hija está dispuesta a perdonar lo que sea, además, se conmueve al pensar que el pequeño Renzo, su hijo, por fin pueda conocer a su abuela. Ese primer encuentro, de no más de dos horas, marca el descubrimiento para Helga de la razón por la cual su madre la abandonó a ella, a su hermano y a su padre. Traudi guarda celosamente en su ropero su uniforme de la SS, siglas de la policía secreta del régimen nazi, y la ex celadora pide a Helga que haga realidad un sueño que siempre ha rondado su cabeza: ver a su hija vistiendo el uniforme con el que ella se desempeñó.

Además, le ofrece un puñado de joyas, pues podrían resolverle problemas económicos en caso de que los tuviese, que pertenecían a las prisioneras. Traudi expresa una y otra vez su orgullo por haber servido a la causa nazi.

Helga Schneider regresa a Italia con el pequeño Renzo, marcada por el convencimiento de no volver a ver al monstruo que se alberga en esa madre recién descubierta. Veintiocho años después de aquel encuentro Helga recibe una notificación de un asilo de ancianos, su madre vive aún, nonagenaria y enferma. El encuentro de sólo algunas horas constituye la mayor parte del relato de Déjame ir, madre. El título refleja la especie de cordón umbilical que todavía la une a su madre y del cual hace inútiles intentos por cortar.

En conversación con La Jornada, Schneider relata: ''Ver a una madre anciana fue terrible, fue como confrontarme con mi propia senilidad; somos muy parecidas físicamente''. Este encuentro constituye ese fallido intento de Helga por desprenderse de la fatídica figura materna. Pide a Traudi le detalle su trabajo de celadora, como asistente de médicos nazis.

Los detalles narrados no dejan de ser espeluznantes y Helga pregunta sin cesar, tal vez después de escuchar las monstruosidades de que fue capaz su madre, acabe por odiar a ese ser que le dio la vida pero que representa una moral repugnante. La débil corporeidad de Traudi exhibe todo menos esa monstruosidad, a pesar de lo detallado de sus relatos, del desprecio que las víctimas del Holocausto le siguen causando, de la admiración absoluta que el régimen nazi continúa ejerciendo en ella, la fineza de sus frases manipuladoras convierten este relato en una especie de estira y afloja entre madre e hija; la una tratando de recuperar de alguna manera a la hija, la otra intentando acabar de una vez por todas con ese fantasma.

Al preguntársele sobre el aprendizaje de estos encuentros, Helga Schneider confiesa: ''He perdido. Mi madre ha ganado la batalla que he venido librando durante toda mi vida, me he pasado toda mi existencia buscando una madre, necesitando a la madre de la cual soy víctima, pero que nunca tuve y he perdido porque yo sí que he quedado como hija''.

Anestesia colectiva

-¿Se ha puesto a pensar en lo que hubiera sido su vida de haber convivido al lado de una mujer con estas características?

-Por suerte somos diferentes a nuestros padres y esta experiencia me ha ayudado a ser fuerte, esa fuerza de mi madre, pero empleada positivamente. Mi tarea como escritora es mostrar a mis lectores cómo el pueblo alemán estaba bajo una especie de anestesia colectiva, sólo de este manera nos podemos explicar esta tragedia colectiva; también me interesa dar testimonio del sufrimiento de aquellos ciudadanos que estaban contra ese régimen ante el cual era prácticamente imposible oponer resistencia.

-Entonces, ¿odia o ama a su madre?

-No la puedo odiar, pero tampoco la puedo amar. Es un conflicto que no se resolvió ni se resolverá.

Déjame ir, madre está traducido al español por editorial Salamandra y la adaptacion teatral está en preparación para presentarse en febrero de 2004, en Roma. Helga Schneider ha publicado recientemente en Italia, Stelli di canella (Estrella de canela) en la que narra la amistad entre un joven judío y uno alemán y el creciente deterioro de esa amistad a raíz del régimen nazi. La novela ha sido merecedora de reconocimientos literarios italianos.

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