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P O L I T I C A
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México D.F. Lunes 11 de agosto de 2003

Armando Labra M.

La bolita

Una de las herencias que legó el porfiriato a los gobiernos mexicanos es esa especie de diálogo de sordos en el que el gobierno dice una cosa y se lo cree. No parece que el poder se dé cuenta que la gente sabe lo que es o no cierto, ni que los mexicanos tienen el hábito de hacer una lectura maliciosa, inteligente de lo que en verdad está pasando. Y atinan.

La reciente y no tan recomendable biografía política de Porfirio Díaz escrita por Paul Garner ilustra profusamente ese tortuoso proceder gubernamental que ha resultado ejemplar y vigente para los tecnócratas de entonces y de ahora.

El autor pretende matizar, con bastante ingenuidad, las críticas al porfiriato, acudiendo a las cartas y discursos del propio Díaz para identificar ahí la verdadera intención del dictador. Pero a pesar de las analogías históricas no es ése nuestro tema de hoy, sino más precisamente, la bolita. ƑDónde quedó la bolita, qué sucede realmente hoy, aquí, al menos en la economía?

Me refiero a las bolitas que nos quieren hacer desaparecer, a la usanza de los tahúres de esquina, con los argumentos para justificar que la economía no crecerá el 3 por ciento previsto, sino quizás 2.4 por ciento, conforme a la Secretaría de Hacienda. Pero resulta que la Comisión Económica para América Latina, la prestigiada CEPAL, así como varios analistas independientes locales, usualmente acertados, afirman que cuando mucho creceremos 1.5 por ciento. ƑDónde quedó la bolita?

Leyendo lo que en verdad nos dice el gobierno, pero no se atreve a verbalizar, sucede que en realidad no hay signos que permitan sustentar crecimiento alguno en 2003, puesto que se ha estancado la economía, notoriamente por la caída de la inversión productiva, el comercio y, sobre todo, la actividad manufacturera expresada en el cierre o suspensión de pago de impuestos de 63 mil empresas sólo este año y, como denunció la presidenta de la Canacintra, el cierre diario de cinco pequeñas y medianas empresas.

El horizonte es más precario que el del año pasado. Para espantarnos aún más con un discurso alarmista, pero caduco para esconder la bolita, el gobierno anticipa que a consecuencia de pagar la deuda pública contingente (entiéndase Foba-proa-IPAB, Pidiregas, rescates carreteros, etcétera) no se dispondrá de 120 mil millones de pesos para sufragar el presupuesto del presente año -y en otros por venir-, lo que en buen romance significa que habrá reducciones, posposiciones o tortuguismo en la aplicación del gasto público. Peor aún, esta reiterada práctica económica significa profundizar en la recesión que ya padecemos y enterrar la idea de restaurar el mercado interno.

En el cauce de la política económica en curso desde hace 20 años no hay confusión, nadie se hace bolas, ni bolitas. Simplemente se toman las directrices externas, enfurecidas por el radicalismo de las propias y se aplica la clásica tesis neoliberal: si la realidad no se apega a mi teoría, peor para la realidad. Pero esa realidad tiene límites de resistencia y ahora impone una circunstancia imprevista en los manuales de la tecnocracia. En efecto, es necesario resolver el problema del exorbitante costo de la deuda pública interna con estricto apego a la ley, como exigen, tardía pero certeramente, los diputados de PAN, PRI y PRD a la Comisión Permanente del Congreso. Sólo así tendrá el gobierno posibilidad financiera de hacer algo, lo que sea.

Pero el asunto Fobaproa-IPAB y su enorme peso en el servicio de la deuda interna no es sólo financiero, lo cual podría resolverse, entre otras medidas, recalendarizando los pagos. Su importancia es sobre todo política. Involucra delitos cometidos, hasta hoy impunemente, por funcionarios de sexenios anteriores y del presente, quienes primero inventaron el Fobaproa y con premeditación le confirieron potestades extralegales, provocando un endeudamiento deliberadamente ilegítimo e ilegal, sin autorización del Legislativo; y luego dieron rienda suelta a operaciones crediticias sin freno, muchas sanas y otras viciadísimas, discrecionales, corruptas y a la vista. No la libertad, sino el libertinaje monetario y crediticio provocaron que todas las operaciones, sanas o insanas, desembocaran en la crisis que ahora tiene que pagar el pueblo de México como deuda contingente. Y parafraseando al Presidente, la gente se pregunta, ahí sí con toda razón: "Ƒy por qué yo?"

Como se trata del fraude más importante de la historia de México, en el cual están involucrados muchos tecnócratas en el poder, cuyas alcurnias son reconocidas, no aquí pero sí más allá de nuestras fronteras, encararlo y resolverlo implicaría un verdadero cambio político sustantivo: proceder conforme a la ley. Pararán las cejas y los bigotes en Los Pinos: "ƑCómo meternos con ellos, si estamos en plena crisis económica y ellos la conducen... y los conocen en Washington? ƑAcaso no agravaremos el desempleo enviándolos a su casa o a la cárcel?" No. No sólo en nada empeoraría la economía, muy probablemente al contrario; más aún, políticamente el país en verdad habría cambiado y para bien.

ƑY si nada de esto pasa? El gobierno quizás continúe haciendo ajustes insustanciales de personas no de políticas, haciéndose bolas en lo político y, en la economía, perseverar y escondernos la bolita con trucos que todos conocemos.

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