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México D.F. Miércoles 13 de agosto de 2003

Arnoldo Kraus

Homosexualidad y religión

La homosexualidad no es un tema religioso. No le compete a ninguna iglesia ni, por supuesto, a ninguno de sus muchos dioses, juzgar, aceptar, rechazar, validar o aplicar cualquier otro adjetivo al mundo de la homosexualidad. Los credos religiosos no deberían siquiera opinar al respecto, empezando porque los o las homosexuales son también criaturas de Dios, condición suficiente para aceptarlos e incluso, como todo buen creyente lo sabe, amarlos como tales, sin tapujos, sin interrogantes, sin condiciones. O Ƒya no es actual el concepto religioso que afirma que en la viña del Señor todos somos iguales? En esta tierra tan malograda y tan yerma de Dios, suficiente chamba tienen los religiosos con lo que hacen y no hacen, con lo que dicen y no dicen como para inmiscuirse en las vidas de los gays.

Dos semanas atrás el Vaticano solicitó a los políticos católicos que se opusieran al matrimonio entre homosexuales por considerar que son "inmorales" y "nocivos" para la sociedad. De acuerdo con el cardenal Joseph Ratzinger, la equiparación de las uniones entre homosexuales con los matrimonios convencionales "supondría no sólo aprobar una conducta desviada, sino equivaldría a oscurecer valores básicos que pertenecen a la herencia común de la humanidad".

Ratzinger es tan contundente como sesgado. Apela, por un lado, a la moralidad de los políticos católicos para que impidan los matrimonios entre gays o lesbianas, pero olvida la conducta de algunos de ellos, como Pinochet, Aznar o Videla, todos católicos confesos, y todos inmiscuidos, directa o indirectamente, en genocidios y asesinatos.

La mano dura del cardenal no debería ser tan selectiva: algo, al menos algo, debería decir acerca de la religiosidad tan extraña de muchos dirigentes católicos. Bien haría Ratzinger si pudiese darse "un tiempito" para ver Amén, la película de Costa-Gavras que muestra el silencio que guardó la Iglesia durante la Segunda Guerra Mundial, y así repensar la tentación de invitar a su rebaño a los políticos católicos. ƑEs acaso válido que la Iglesia haya intervenido para rescatar asesinos católicos como Pinochet?

Estigmatizar o denostar es incompatible con la conciencia que implica rezar, con la autorización que supone conllevan los hábitos para hablar con Dios o con la esencia íntima de ser religioso -en el doble sentido que apela al ser interior de la persona y a la conducta que se asume por ser partícipe de alguna ideología. La religión, hablando de seres humanos, debe ser incluyente y no excluyente, universal y no sectaria. De no ser así, no es religión. En un mundo y en un tiempo dominado por la intolerancia, quien menos derecho tiene a serlo son las religiones. El enfoque que Ratzinger pretende dar a los enlaces entre homosexuales, "inmorales" y "nocivos", perjudica más a la Iglesia que a los gays y lesbianas que pretendan unirse "legalmente" en matrimonio.

Tanto el diagnóstico del cardenal -"oscurecer valores básicos que pertenecen a la humanidad"- como la prescripción -solicitar a los políticos católicos que se opongan al matrimonio entre homosexuales- son equívocos. Equívocos, porque dentro de la Iglesia hay muchos sacerdotes homosexuales, porque las religiones no tienen derecho de exigir a un homosexual que no acepte su homosexualidad ni impedirle que se una con quien lo desee, porque la Biblia no condena "expresamente" la homosexualidad y porque desde cualquier óptica la estigmatización es un ejercicio que seguramente Dios condena. Erróneo también porque, insisto, Ƒcuál es la moral de los políticos católicos a quienes se invita a participar en esta condena?

En el documento Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales también se considera que es inadecuado permitir que los homosexuales adopten hijos, porque los someten a "violencias de distintos tipos"; al hablar de la unión entre ellos considera que "el matrimonio es santo, mientras que las relaciones homosexuales están en contradicción con la ley moral natural". En el texto también se asevera que la homosexualidad es un "desorden".

Estas declaraciones son decimonónicas y peligrosas: afirmar que la homosexualidad es una enfermedad es una invitación para que en países tercermundistas, como el nuestro, prosigan los crímenes por homofobia. Son peligrosas a la vez porque no existen estudios que demuestren que en las adopciones por homosexuales la violencia es mayor cuando se les compara con las de los heterosexuales. Ni qué decir de la ola de mujeres asesinadas bajo la estrella de la santidad de los matrimonios "normales".

La doble moral de estos discursos no debería tener cabida en estos tiempos. Incitar a los políticos católicos a condenar estas uniones es atentar contra los preceptos elementales de cualquier religión y, por supuesto, contra la imagen de Dios. Amén.

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