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México D.F. Jueves 14 de agosto de 2003

Martí Batres Guadarrama

Zapatismo, perredismo y nación

En una muestra de audacia, los zapatistas de Chiapas exhibieron nuevamente sus mejores destrezas políticas y su agudo sentido estratégico. El encuentro en Oventic constituyó una iniciativa política mucho mejor que aquellas otras que venían planteando a lo largo de 2002. La instauración de las juntas de buen gobierno es una convocatoria que viene de abajo, es pacífica e inclusive institucionalizadora de la revuelta indígena, y tiende a materializar la tan anhelada autonomía de los pueblos indios.

Dicha propuesta ha colocado a los poderes del Estado en una situación incómoda. No se trata de una iniciativa militar, sino civil; no propone desgobierno, sino gobierno. No se opone al derecho, sino que propone ejercer derechos. ƑQué puede decir el gobierno federal al respecto? Si la combate, si la juzga ilegal o inconstitucional, sería tanto como reconocer abiertamente que la reforma constitucional de 2001 no sirvió en nada, para el fin principal que tenía: el ejercicio de la autonomía indígena.

De hecho, el movimiento indígena recorrió los tres poderes del Estado. Pactó con el gobierno federal los acuerdos de San Andrés Larráinzar; habló con el Poder Legislativo, esperó la aprobación de la ley Cocopa y recurrió a controversias constitucionales ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación cuando aquello no ocurrió. Pero la rendija que se abrió en cada puerta se cerró después completamente.

Resulta muy sintomático y elocuente que esta convocatoria ocurra precisamente hasta ahora y de esta forma. Después de la reforma de 2001, por si alguien tenía dudas, quedó descartada toda iniciativa del Estado tendiente a la materialización de la autonomía indígena. No hay un solo paso, una sola iniciativa material y concreta de los poderes públicos que haya buscado en los hechos darle cuerpo a esa autonomía de los pueblos indios. Queda claro, entonces, que dicha reforma no se hizo para abrirle su espacio a los indígenas dentro del Estado mexicano, sino para cerrárselo, para olvidarlos. Ante la indolencia y el desdén, los pueblos del sureste han rebasado las instancias formales del Estado para construir su autonomía; ellos mismos están abriendo su propio espacio institucional de gobierno. Ese proceso no es electoral ni partidista, pero sí es pacífico, participativo, comunitario e institucional.

Que tenga éxito es deseable en un proyecto de nación que entiende la democracia moderna no simplemente como la competencia electoral de partidos, sino también como la convivencia de formas diferentes de organización política dentro del mismo Estado.

Ojalá esto se entendiera en los partidos políticos. Ojalá que en nuestro querido PRD -que tantas veces ha podido concitar la participación de miles y hasta millones de mexicanos- se pudiera poner más atención a este proceso como a muchos otros que ocurren en el país. Cómo sería bueno que esa enorme energía que invierte el perredismo en sus luchas internas se pudiera canalizar hacia el exterior, hacia la sociedad. Cómo avanzaría el país si el PRD dejara de luchar contra sí mismo y aprendiera a reconocerse, a cuidar a sus cuadros y a sus liderazgos, y a darse cuenta de sus propios logros. Qué importante sería que sus dirigentes compitieran no tanto por el número de cargos partidarios, sino por la convocatoria y la organización de la gente; por ver quién formula más propuestas viables o quién recorre más municipios del país; quién difunde más los principios del PRD o quién los aplica mejor en el ejercicio de gobierno; quién atrae a más elementos valiosos de otras esferas hacia el proyecto o quién construye más alianzas para el mismo; quién organiza más y mejor a las clases populares o quién establece más puentes de comunicación con las elites económicas o académicas; quién llega más a los sectores refractarios o quién es más eficiente para conquistar nuevos territorios y construir estructuras partidarias ahí donde no las hay.

El PRD tiene que reconstruir muchas, pero muchas alianzas y propiciar otras nuevas. Con los pueblos indios tiene que recuperar el terreno perdido, pero también con la comunidad cultural, con el movimiento feminista, con los universitarios, terrenos todos en los que el propio PRD tuvo mayor presencia en años anteriores. Debe, asimismo, abrir camino entre un amplio sector del empresariado nacional, que apuesta a fortalecer el mercado interno, y construir una relación mucho más estrecha con diversas comunidades, como la judía, las Iglesias y los medios de comunicación.

Sólo si el PRD deja de verse el ombligo a sí mismo y se concentra en los grandes asuntos nacionales (Fobaproa, impedir la existencia de legisladores litigantes, las pensiones millonarias para ex presidentes, la defensa del sector eléctrico, del campo o la aprobación de la ley Cocopa, entre muchos otros) podremos decir que realmente se encamina, triunfador, hacia 2006.

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