Jornada Semanal, domingo 17 de agosto del 2003          núm. 441
ANGÉLICA
ABELLEYRA
MUJERES INSUMISAS

ROSA NISSÁN: PLENA DE CUERPO Y GOZO

Lleva un buen camino andado en su proceso de aceptación. Aceptación del cuerpo, de los placeres de viajera, de los temores ante la soledad, de los descuidos en su casa y hasta en su escritura y de algunos disgustos que genera en sus hijos por no ser la madre mo-delo. De esos cartabones que nos han enseñado a cargar en la vida, ya se libró desde hace mucho Rosa Nissán (df, 1939). Y, con naturalidad y júbilo, niega la historia que le enseñaron en la infancia: las mujeres son aburridas.

Si ahora ya no se cree esos cuentos, cuando era pequeña sí, a tal grado que trató de hacerse pasar por hombre. Jugaba a la lucha libre y conocía todas las llaves de rudos y técnicos. Pero de pronto le llegó la adolescencia y le brotaron dos pechos que la ubicaron del otro lado. Ni modo. A los diecisiete años, esa muchachita de madre turca y padre persa se encontró casada y "atrapada" porque le cortaron las alas cuando apenas nacían.

Entonces, la escritura no era parte de su horizonte. Eso sí, había estudiado periodismo en la Universidad Femenina, no por vocación sino porque la carrera contaba con clases de taquigrafía y mecanografía que le ayudarían a ser la secretaria bilingüe que su madre quería. Nunca lo fue ni ejerció como periodista. En cambio, con cuatro hijos a cuestas, la misión que aceptó fue hacer feliz al marido y los retoños, sin incluir en el paquete su propia dicha. Así, tras dieciocho años de matrimonio, aquellos esfuerzos parecieron insuficientes. Su esposo salió de la casa, se llevó consigo a los hijos durante una temporada y Rosa quedó al frente de su vida. "Como no tenía a quiénes dar felicidad, traté de hacerme feliz yo solita", dice ahora con una risa plena.

Sin embargo, en aquellos tiempos la ventura tardó en llegar. La soledad fue dolorosa porque estaba segura que trascendería sólo a través de los hijos. Sin ellos, ¿cómo lograrlo? Además, se le hacía extraño que una mujer separada debiera aprender a ganarse la vida. Ella, una "prófuga del comercio" renuente a seguir el oficio de su padre, vendedor de abrigos en La Lagunilla, sólo sabía cuidar niños y tomaba fotos. Por eso, el día que llevó a revelar rollos y la joven del laboratorio le dijo que eran bonitas imágenes, se convirtió en fotógrafa y durante dieciocho años vivió de retratar a niños en el estudio adaptado dentro de su departamento.

En ésas andaba cuando conoció a una personaja central: Elena Poniatowska. Como muchas cosas que le suceden a Rosa, ésta también fue por casualidad. Iba a una clase de apreciación musical, el maestro se ausentó y ella entró al salón contiguo donde daban un taller literario. No sabía ni qué era pero Nissán se fue quedando en las clases con la Poni y de repente tenía concluido un texto largo largo que se convirtió en novela: Novia que te vea. El título resultó fundamental ya que le hizo advertir su capacidad de hacer muchas cosas, hasta "aterrorizar" a su familia, que no quedó muy bien parada en la historia. Lo que la salvó de esa furia fue la felicidad que provocó en su madre la inclusión en la película de Angélica Aragón, su actriz preferida. Luego de la aventura literaria y cinematográfica, publicó Hijo que te nazca, Las tierras prometidas (novelas) y No sólo para dormir es la noche (cuento).

Asidua a talleres literarios (los tomó con Agustín Monsreal, Mempo Giardinelli y Agustín Ramos), ahora ella los imparte. Es parte de su manutención, junto con la renta de cuartos en su departamento de la Condesa. Y como sabe de la fuerza que pueden tener los libros "para movernos de lugar", ha decidido no parar de hacerlos. Revisa una serie de cartas surgidas de su viaje por India, prepara una novela sobre el sufragio en México y está recién salido de las prensas su más reciente volumen: Los viajes de mi cuerpo, donde usa su experiencia de vida para que las mujeres aprendamos a disfrutar de nuestra piel y nuestros deseos a pesar del grosor de la pinta exterior.

Y todo porque Rosa creció con esa enorme mentira de que "las gordas son feas y a nadie le gustan". Hoy, en tiempos de anorexia creciente y comercialización de la flacura, ella se acepta en su estructura plena, natural y jubilosa, sin esconderse, tratando de ser cuidadosa tanto al atravesar calles y no romperse una pierna de nuevo, como corrigiendo sus textos para descartar la calificación que los críticos le dan de una prosa "descuidada". Ella revira: "Según yo, soy cuidadosa; corrijo y corrijo pero llega el momento en que me aburro y lo dejo en manos de los editores. Todos necesitamos que un ojo nuevo vea lo que uno ya no ve en su propio trabajo. Y tal vez sí sea descuidada porque eso soy hasta en mi casa", ríe quien puede ser la Lola Luna o la Olivia, personajas de su novela y también dos esculturas rotundas que, cómplices, la acompañan en la mesa de su sala guiñándole un ojo.