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México D.F. Sábado 23 de agosto de 2003

Vilma Fuentes

Funiculi canicular

Algunas pruebas más de la veracidad de las buenas nuevas anunciadas por los Evangelios -me permito el pleonasmo por la seriedad del asunto- nos la dan los servicios de pompas fúnebres franceses. Ante las pruebas contundentes de que ''los últimos serán los primeros'', el más escéptico de los incrédulos pondrá atención a no expirar en Francia durante la canícula.

Al menos este año, pues, según las informaciones la temperatura ha alcanzado más de 40 grados inclusive en la capital, y un aumento consecutivo de fallecimientos, fenómeno no acaecido desde 1947. Sin embargo, los marselleses, por ejemplo, aseguran que en 83 tuvieron ellos solos alrededor de 600 muertos, es decir, más de los que lleva por el momento el país entero. Sin contar con los aguafiestas que no faltan y pretenden que no todos los fallecimientos se deben a la canícula. En fin, todo puede ser cierto, pero no debe olvidarse el carácter exagerado de algunas personas que, con tal de ser los triunfadores y obtener el primer lugar en el libro de récords no les importa que se trate de explosión demográfica, serial killers, damnificados por catástrofes naturales o bombarderos gringos.

En fin, comencemos por las evidencias que nos llevan a la demostración logística final.

La primera, la menos importante aunque significativa, es la falta sorprendente de preparativos para soportar un número de fallecimientos superior al acostumbrado durante la época de vacaciones, en el caso caniculares, por un país que se precia de pertenecer a uno de los más ricos y poderosos, cuando cualquier nación africana o tercermundista sabe cómo reaccionar en tal caso, es decir, enterrando de inmediato al difunto por más amado que sea o, sobre todo, por más sospechosa que sea su muerte. A pesar de la sediciosa capacidad para cambiar el horario de una hora entre el invierno y el verano, sin por ello pensar en variar de un ápice los reglamentos que conciernen entierros e incineraciones, a sabiendas de que si el frío retarda, el calor acelera la corrupción de la carne.

La segunda, tampoco primordial pero que viene a confirmar viejas teorías a las que debe evitar juzgarse con el carácter tendencioso de lo políticamente correcto y uniforme, es que los débiles sucumben casi siempre en primer lugar. Es decir, los cardiacos, los obesos, los agitados, los sedentarios, los viejos y otros enfermos, como son los vagabundos alcohólicos, son más afectados por el calor canicular que las personas sin tensiones cardiacas, serenas, bien nutridas, deportivas, jóvenes y, sobre todo, sanas -y con un domicilio en donde beber a la sombra. Sí: todo esto parece evidente, pero tiende a olvidarse en un sistema igualitarista al que aspiran las campañas publicitarias y la propaganda actual.

La tercera, fenómeno que no es particular a la canícula ni a Francia, pero que no deja de hacer su aparición en épocas duras, es la oportunidad que tiene la oposición, como cualquier ciudadano anónimo, de acusar al gobierno, del bando que sea, democracia o dictadura, república o monarquía. Si hay canícula, sobre todo cuando rebasa los récords, con más razón si hay muertos, debe encontrarse de inmediato un culpable, un chivo expiatorio, un responsable irresponsable, y ninguno mejor que el gobierno. Huracanes, ciclones, temblores, maremotos, canículas, incendios: si no, Ƒpara qué diablos sirve elegir a esos mantenidos ?

En fin, la prueba tangible de que ''los últimos serán los primeros'' en la otra vida, es decir, después de la muerte, nos la da el destino, por ahora en este mismo mundo, de los cadáveres en estos días caniculares. En efecto, las pompas fúnebres son insuficientes para ocuparse de los difuntos.

Así, los SDF (sin domicilio fijo), los clochards, son los primeros en tener derecho a ocupar un lugar en una cámara frigorífica, sea de los hospitales, sea de las funerarias, sea del Instituto Médico Legal (sus alrededor de 600 cajones frigoríficos han sido requisados por las autoridades), sea de construcciones provisorias para tal efecto. Mientras que los difuntos poseedores de un domicilio hacen, por ahora, la cola para ser enterrados en los seis días programados por la ley. Y, a pesar del calor, los parientes se ven obligados, no sólo a encontrar un refrigerador donde meter al muerto, sino también a obtener derogaciones para posponer el entierro... ahora que los ''últimos son los primeros''.

Después de todo, la imagen ante todo: no es posible abandonar los cadáveres pudriéndose en la calle a la vista de los turistas.

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