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México D.F. Domingo 24 de agosto de 2003

Robert Fisk

Destrozadas, las reliquias del pasado imperial británico

Basora, 23 de agosto. Los soldados de los ejércitos olvidados de Gran Bretaña yacen bajo el polvo y la basura del cementerio oficial de guerra en Basora. Son casi 3 mil. Sus tumbas están dispersas y destrozadas. El libro de visitantes hace mucho tiempo que se lo robaron de la entrada, e inclusive los nombres de los muertos han sido arrancados del muro de celosía.

Sólo al hurgar entre el polvo y los desperdicios se puede encontrar una pista de algunas de las grandes ironías de la historia reciente de Mesopotamia. Aquí yace, por ejemplo, Sapper GW Curry, de los Ingenieros Reales, quien tenía 31 años cuando pereció, el 5 de mayo de 1943. Su tumba está rota y volcada de lado.

No lejos de ahí se halla la estela levantada en memoria del piloto de primera clase KG Levett, de la Real Fuerza Aérea, quien murió el 31 de octubre de 1942. Aún es visible la inscripción en la parte inferior: "Nos encontraremos de nuevo en un lugar más feliz. Mamá". Unos metros más allá se levanta el monumento del marinero FC Smith, quien falleció a bordo del Presidente III en marzo de 1945. Una grieta corre en la tumba sobre las últimas líneas del Poema para los caídos, de Binyon: "A la caída del sol y en la mañana/los recordaremos".

El ruinoso cementerio indio de enfrente contiene un número desconocido de cuerpos cuyos números y nombres, para vergüenza del imperio británico por el cual murieron, jamás se registraron.

Pero si bien los grandes cementerios británicos e indios en Basora son una desgracia, tal vez su destino era inevitable. Fueron blanco de fuego sostenido de bombas durante la guerra de ocho años que siguióa la desquiciada invasión de Irán, realizada por Saddam Hussein en 1980, y los saqueadores despojaron el lugar de latón y piedras tras la revuelta musulmana chiíta contra Saddam en 1991.

El hijo iraquí del viejo sepulturero me contó que durante muchos años su padre estuvo demasiado atemorizado como para entrar. Sin embargo, ahí yacen los huesos -tanto reales como históricos- de las aventuras imperiales que tienen tanto en común con nuestra más reciente invasión a Irak. El cementerio contiene 2 mil 551 entierros, 74 no identificados, de soldados que irrumpieron en la costa de Basora en 1914, al principio de una campaña británico-india que a la larga capturó todo Irak a los turcos-otomanos.

En alguna parte, entre los helechos, por ejemplo, reposan los restos del mayor George Wheeler VC, del séptimo regimiento de Lanceros Hariana, muerto cuando "este galante oficial" -según la citación oficial- cargó a mano limpia los estandartes turcos en Shaiba, el 13 de abril de 1915.

Después que Rashid Alí declaró una alianza con la Alemania nazi en Bagdad, en abril de 1941, los británicos invadieron Basora de nuevo -como hicieron en marzo- y perdieron cientos de hombres más al echar a las tropas iraquíes de la ciudad portuaria en 1941.

Según la Comisión de Cementerios de Guerra de la Comunidad Británica, cuyo director general visitó Irak hace dos meses, existe un ambicioso plan para restaurar el cementerio de Basora, erigir nuevas lápidas y volver a poner en el muro los nombres de los muertos durante la guerra de 1914-18.

De hecho, la comisión preparaba la rehabilitación del Cementerio Británico de la Puerta Norte, en Bagdad -con permiso del gobierno de Saddam Hussein, desde luego-, cuando comenzó la más reciente invasión. La restauración en Basora tardará cinco años y costará, según el vocero de la comisión, Peter Francis, "millones". Siempre suponiendo, claro, que la "estabilidad" -esa cualidad tan difícil de encontrar en Irak- sea restaurada.
 
 

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya

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