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México D.F. Domingo 24 de agosto de 2003

El escritor participó en la primera mesa redonda del Festival de Baile Popular, en Monterrey

La cumbia, forma de resistencia de las subculturas, dice Monsiváis

Para Margarito Cuéllar, esta música es un virus que en vez de hacer daño, libera a quien la baila

Lamenta Alejandra Rangel que quienes gustan de este género sean excluidos socialmente

DAVID CARRIZALES JORGE CABALLERO CORRESPONSAL Y ENVIADO

Monterrey NL, 23 de agosto. En la mesa redonda inaugural para tributar al patriarca del Cerro de la Campana, Celso Piña, del primer Festival de Baile Popular, intitulada El lugar de la cumbia en la música popular mexicana, que participaron el poeta Margarito Cuéllar, el investigador Jorge Bustamante, la escritora Alejandra Rangel Guerra y el escritor y periodista Carlos Monsiváis, este último confesó su falta de calidad moral para hablar de cumbia, ''a pesar de haberla presenciado y escuchado, pero no tengo esa corroboración de memoria acústica que es la capacidad de bailar sobre una pista", y agregó: "De niño oía una canción que se llamaba Camina como Chencha, tenía unas líneas que me han preocupado desde entonces: Por aquí no ha pasado un tranvía/ por aquí no ha pasado un camión./ Ojalá que pasara un tranvía/ ojalá que pasara un camión./ Camina como Chencha...; cuando pienso en esto el misterio más profundo de mi vida fue saber qué quiso decir el autor con caminar como Chencha".

El escritor, ya entrando al tema de la cumbia, agregó: "Es un terreno de las subculturas, sin ninguna carga peyorativa sino sociológica, que por medio de la resistencia a través del ritual salió a la superficie. Esta resistencia -precisó Monsiváis- fue a la falta de oportunidades, a la idea de futuro complicada o depredada por una monstruosa concentración de capital, a la violencia urbana y al machismo, en el caso de la cumbia en México me ha sorprendido la manera en que se mezclan en los sitios cumbieros los gays, hombres y mujeres, donde se baila para pertenecer, para cerciorarse que nadie que use así su cuerpo pueda estar solo, se baila para crearse un árbol genealógico del sonido y del movimiento, como se debe de hacer desde los pies".

Sobre Piña, el escritor de A ustedes les consta, mencionó: "Celso Piña es un flautista de Hammelin algo extraño en este momento que el típico líder político es una autista de Hammelin que ni toca, ni persuade, ni lleva a nadie a lugar alguno; en sus discos y bailes, Celso Piña encuentra en los ritmos, el sonido y el énfasis de Colombia, país de la violencia histórica, popular, que a los adolescentes y jóvenes mexicanos post José Alfredo Jiménez les persuade; bailar cumbia y vallenato es de tiempo libre completo, hay que ensayar e ignorar el género de la pareja, eso no es difícil mientras se baila -es más complicado ante el registro civil-, para seguir bailando. Celso es la moda fuera de la moda, es una voz admonitoria, cuando el rock está en la cúpula y es el modulador de los sentimientos contemporáneos, la cumbia y el vallenato son formas de autoconsolación síquica inartística, jóvenes en la pista que se han desprendido de la moralidad y la voz".

El vallenato y la cumbia, multiculturales

Margarito Cuéllar mencionó que, en sus inicios, la música tropical era mal vista por las "buenas conciencias" de la sociedad. Citó que un diputado del Congreso Nacional de República Dominicana cuestionó la intención de varios municipios que pretendían adquirir una remesa de acordeones para fomentar la música, señalando que no era un asunto prioritario, y además se trataba de un intrumento "que sirve para aglomerar a los vagos".

Esa misma idea prevelecía hace dos décadas en Monterrey, cuando el reino de la música colombiana se limitaba a los barrios bajos o marginados de la ciudad, y la cumbia o el vallenato eran equivalentes a un estigma social.

Expuso Cuéllar que el vallenato regiomontano ha ganado terreno gracias al llamado Patriarca del Cerro de la Campana, Celso Piña, que seguido llena plazas en México y Estados Unidos.

Agregó que "la música colombiana es como el pecado original de muchos mexicanos que no se atreven a salir del clóset cumbiambero y a reconocer, de una vez por todas, que este género musical se insertó de manera definitiva en nuestra cultura, como el danzón o el bolero".

Uno de los precursores de la música colombiana en México es sin duda Celso Piña, y con esta clase de exponentes llegó para quedarse, dijo Cuéllar, quien además definió a la cumbia como una especie de virus, que en vez de hacer daño, libera al que la escucha o la baila.

Alejandra Rangel Hinojosa, escritora y ex presidenta del Conarte de Nuevo León, comentó que el vallenato y la cumbia tienen influencia de tres culturas: la indígena, que se observa en las flautas; la africana, por la estructura rítmica, y la europea, por el acordeón.

Rangel Hinojosa coincidió con Cuéllar en el sentido de que hay exclusión social para quienes gustan de este tipo de música popular, pero no obstante ofrece un espacio libre más allá de la cultura dominante.

Hay quienes, sin embargo, consideran una utopía la resistencia cultural porque los sistemas de dominación son de tal magnitud que cualquier expresión cultural se transforma rápidamente en otro compromiso del Estado, que no es el caso de Celso Piña, quien en sus dos décadas y media de ofrecer su música, sigue siendo El Rebelde del acordeón, dijo Alejandra Rangel.

A su vez, el investigador Jorge Bustamante aceptó la invitación a participar en la mesa redonda, para hablar del fenómeno de la migración que bien conoce. Señaló que las expresiones musicales que gustan a las clases populares, son menospreciadas por las elites del poder y la clase media, que tampoco se inmutan por la suerte de todos aquellos que se van a trabajar a Estados Unidos y mueren en el intento, o sufren graves violaciones a sus derechos humanos.

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