Teresa del Conde

Exposiciones en Coyoacán

Entre las exposiciones que ha ofrecido la Casa de la Cultura Reyes Heroles está una con las primicias del joven Pablo Elizondo, hijo de la fotógrafa Paulina Lavista y del escritor (y pintor) Salvador Elizondo. Puede pensarse que el aprecio que sus padres suscitan mueve a comentar brevemente la muestra del muchacho, y quien así lo crea está en lo cierto: los afectos y la admiración hacia las gentes de la verdadera cultura (lo digo porque la cultura del disfraz nos invade) son mociones siempre positivas. Sin embargo, eso no bastaría para mencionar al artista en ciernes, que a sus 21 años está buscando el encuentro con sus posibles modos de expresión. Vale la pena uno de sus cuadros al óleo que tiene como tema la tauromaquia: La suerte de Vargas, que combina dos o tres técnicas a modo de ofrecer lo que está aconteciendo en el ruedo, las "suertes" del torero, la presencia del rejoneador y el aire que arremolina la arena en que los personajes actúan. Atrás de la barrera está el público, tratado muy sintéticamente con técnica semipuntillista. El cuadro es simpático y haría las delicias de cualquier aficionado a la fiesta brava, no sólo por la iconografía, sino por la manera en que están tratados los materiales. Eso y los objetos intervenidos con pintura y recubrimientos, una cabecita de barro apeada sobre un cubo, el cuadro de Salomé ante la cabeza empicada del Bautista y el homenaje a Mahler acompañado de una serpiente que discurre sobre un violín de pueblo, denotan sentido del humor e intención de búsqueda. Lástima de la glosa a Magritte con la que el joven pretende referirse a los terribles asesinatos de mujeres perpetrados en Ciudad Juárez. La pieza es prescindible sobre todo porque la referencia al surrealista belga es directa, no está "interpretada". Lo que sí me queda claro es que el autor tiene que ponerse a dibujar, a dibujar en serio, si quiere superar su fase de joven ingenioso; lo demás se le vendrá dando por añadidura.

Otra exposición que puede visitarse a unos pasos de allí se encuentra en la resurgida galería A Negra y corresponde a Manuel Marín. También allí priva el sentido del humor, pero se trata del humor infantil preservado en un espíritu bien adulto que ha hecho alarde en no pocas ocasiones de un acendrado profesionalismo. La muestra se denomina Estípites y las piezas de mayor tamaño que la integran guardan en cuanto a altura y volumen desplegado la proporción de esas columnas de las que tanto nos han hablado Jorge Alberto Manrique y Manuel González Galván, entre otros. Los estípites, como es sabido, se corresponden con las dimensiones del cuerpo humano y son signo inequívoco del barroco mexicano. Las piezas de Manuel Marín también son bastante barrocas. Despliegan en su extremo inferior un engañoso triángulo, debido a que, aunque todas son de metal soldado y policromado, sólo se mantienen erectas porque tienen un alma (muy racional) que parte de un prisma triangular invisible, corriendo de arriba abajo. El procedimiento ideado para su consecución es ingenieril (Marín cursó completa la carrera de ingeniería en el Politécnico al tiempo que completó sus estudios en La Esmeralda e hizo maestría en matemáticas). Si sus "estípites" se ven de canto (la arista central perpendicular a la mirada), uno tiene ante sí dos panoramas muy distintos y contrastantes. En cambio, si cada cara es vista de frente, las formas que allí juegan, pintadas como si se hubiera utilizado gouache, o bien dibujadas a lápiz, ya sea en blanco y negro o a color -se ven las superficies cortadas a la mitad como si la lámina estuviese doblada-, resultan así complementarias sin ser simétricas. Se trata de juegos de percepción con los que el autor hace guiños al espectador, o bien, de plano, pretende engañar la visión de las cosas manipulando las estructuras por medio de recursos que podrían calificarse de "manierismos contemporáneos". Sobre las superficies recortadas que sirven de soporte discurren pinturas y dibujos, que se corresponden a bases atípicas de columnas, zoclos, espirales, polígonos irregulares, esquemas de formas rococó, es decir, toda esa utilería a la que este artista ha sido siempre tan afecto. Algunas tienen perforaciones en la parte superior, regulares y circunscritas. Me refiero sobre todo a la que ostenta un instrumento de medición plegable e ilusoriamente articulado en el extremo superior. Son estas perforaciones las que virtualmente permitirían su pliegue o su extensión. Ese conjunto se complementa con un zoológico de metal: jaguar amarillo, serpiente de agua, sapo verde, etcétera. Junto a las complicadas anatomías de esta animalia se encuentra una de las piezas pequeñas más interesantes. Se trata de la figura humana fragmentada y reiterada que se apoya en el despliegue de su propia sombra, tan densa como la supuesta corporeidad del hombre. Hay también otras esculturas exentas que parecen apeadas en tripiés, pero los tripiés funcionan como si fueran muletas, tal que si estas esculturas "discapacitadas" tuvieran que valerse de prótesis y de algunos otros aditamentos a manera de tentáculos para sostenerse. El recorrido coyoacanense de esa zona se completa ahora con el corredor escultórico (Felguérez, Rojo y González Gortázar) inaugurado el domingo pasado en Miguel Angel de Quevedo.