La Jornada Semanal,   domingo 31 de agosto del 2003        núm. 443
El Fisgón
Filosofía del relajo y relajo de la filosofía
(Jorge Portilla y Abel Quezada)

FILOSOFÍA DEL RELAJO

A mediados del siglo xx, algunos intelectuales mexicanos, o radicados en México, se dedican a estudiar ese fenómeno extrañísimo que es el ser mexicano y escriben ensayos fundamentales para la cultura y el debate nacionales; así, en 1934, Samuel Ramos publica El perfil del hombre y la cultura en México y en 1950, Octavio Paz El laberinto de la soledad. La reflexión mexicanista rebasa los círculos filosóficos y académicos y, al cabo de un tiempo, se convierte en tema de moda para la clase política priísta (en ese momento no hay otra) y en motivo de relajo y cultura popular a través de los "monos" de Abel Quezada y Rius.

A fines de los cuarenta, un puñado de jóvenes pensadores nacionales influidos por las filosofías de compromiso (sobre todo por el existencialismo de Sartre) forman el grupo Hiperión, que se preocupa por esclarecer la propia realidad y se propone dilucidar racionalmente al mexicano y lo mexicano. Una de las mentes más lúcidas de esta agrupación es Jorge Portilla y su obra más conocida, Fenomenología del relajo,* es un breve tratado sobre una de las formas de humor que practica el mexicano.

En su introducción, Portilla plantea que su ensayo es un intento de "comprender el relajo, esa forma de burla colectiva, reiterada y a veces estruendosa que surge esporádicamente en la vida diaria de nuestro país" y asienta que la importancia de este objeto de estudio reside en que "una forma de conciencia tan incidental y pasajera como la burla o la risa puede servir de clave para comprender los rasgos esenciales de la condición humana o para penetrar en la estructura espiritual de un pueblo".El escritor confiesa que este tema le interesa porque los mejores representantes de su generación "vivieron en un ambiente de la más insoportable y ruidosa irresponsabilidad que pueda imaginarse" y "todos parecían incapaces de resistir la menor ocasión de iniciar una corriente de chocarrería que una vez desatada resultaba incontrolable y frustraba continuamente la aparición de sus mejores cualidades".

Al profundizar en el tema, Portilla plantea que para el mexicano, el relajo es esencialmente una conducta cuyo sentido es "suspender la seriedad", y define al relajo como "la suspensión de la seriedad frente a un valor propuesto a un grupo de personas". (O como escribió Rogelio Naranjo en términos menos filosóficos: "Me vale madre.") En su tratado, tras revisar las diferencias que existen en las actitudes del humorista, el ironista y el relajiento, Portilla concluye que "el hombre del relajo simplemente niega el valor en su interior y con ello se libera de toda tensión interna" y agrega que la "unidad del relajo" es "sólo la unidad abstracta y estática de una negación pura y simple, sin salidas, sin movilidad, sin perspectivas al futuro" (o como quien dice, vale madre). Sin embargo, son pocos los ejemplos que usa el filósofo para sustentar su hipótesis y es necesario revisar algunos modelos clásicos de relajo para corroborar si tiene razón o si, de plano, también vale madre.

SER O NO HAY QUE SER

Para Portilla, Cantinflas es un modelo del relajo y en su Fenomenología afirma que "la acción constitutiva del relajo puede ser una serie de meras actitudes ‘cantinflescas’, por así decirlo".Es innegable que en México se cultivan formas de humor típicas del relajo y en nuestro país han florecido lenguajes humorísticos colectivos tales como la cantinflada y el albur, dos idiomas relajientos.

En su famoso ensayo titulado La risa, el filósofo francés Henri Bergson analiza los orígenes mecánicos de las situaciones cómicas y hace un claro distingo entre lo ingenioso y lo cómico. Podríamos decir, en términos generales, que para Bergson lo ingenioso suele estar vinculado al manejo del lenguaje, es decir que es lo propio del humorista, mientras que lo cómico está ligado a procedimientos mecánicos y sería lo propio del oficio del mimo o del clown. Los escritores satíricos, los stand up comedians, son fundamentalmente humoristas, mientras que los actores de cine mudo son, esencialmente, cómicos y son pocos los actores que se desenvuelven a la vez como humoristas y cómicos –es el caso de Groucho Marx.

El gran hallazgo de Cantinflas fue usar el lenguaje de una manera mecánica, desproveyéndolo de todo sentido; al hacer esto, el mimo mexicano hace del discurso la herramienta básica del humorista, un elemento cómico. Esto lo logra gracias a que le quita al lenguaje todo su valor, todo su sentido, es decir, echando relajo con el lenguaje. Mientras Shakespeare diserta sobre el suicidio con su "ser o no ser", el mimo mexicano se pregunta "ser, o no hay que ser, mano, porque esa es la cosa..."

La suspensión de la seriedad en el idioma de Cantinflas es con frecuencia una negación pura y simple de valores, sin salidas, sin movilidad, sin perspectivas al futuro... pero no siempre. La cantinflada también le sirve al lépero para burlarse de la pedantería, la grandilocuencia y la solemnidad de las clases altas heredadas del porfiriato. El mensaje es: así como no entiendo tu hablar pedante, tú no entiendes mi lenguaje popular. No en vano su contraparte en el cine nacional bien puede ser don Antonio Soler o, en plan chusco, Joaquín Pardavé. Según un viejo sketch, un aristócrata mexicano se siente insultado por un lépero y lo reta a un duelo a muerte en Chapultepec a las cinco de la mañana. A las ocho llega un padrino de duelo del vago con este mensaje: "Dice mi cuate que en lo que se refiere al duelo, que lo dé por muerto... y que su último deseo es que usted se vaya a chingar a su madre."

El discurso de Cantinflas también funciona como choteo del habla confusa de los políticos mexicanos posrevolucionarios de todo signo. En una ocasión, el poderoso líder sindical Luis N. Morones reta a debate a Lombardo Toledano quien, despectivo, manda a Morones a discutir con Cantinflas. El mimo acepta el reto y responde con un discurso que no tiene desperdicio:

"¡Ah! pero que conste que yo tengo momentos de lucidez y hablo muy claro. ¡Y ahora voy a hablar claro!... ¡Camaradas! Hay momentos en la vida que son verdaderamente momentáneos... ¡y no es que uno diga, sino que hay que ver ¿Qué vemos? Es lo que hay que ver... [y sigue...]"

País de indios en donde las lenguas indígenas no son respetadas y donde el castellano se impone en los hechos como el único idioma legítimo, los ladinos, los mestizos, los marginados, todos juegan con el lenguaje y disfrutan la dislalia y la confusión dolosa.

EL ALBUR, O EL RELAJO DELA PALABRA PROHIBIDA

En su libro Anatomía de la sátira, el ensayista inglés Gilbert Highet afirma: "la mayoría de los escritos satíricos utilizan palabras crueles y obscenas". Esto no es casual ya que la sátira es un arma ofensiva en todos los sentidos de la palabra: ataca y busca ofender y como el medio del humor suele ser el lenguaje, la sátira necesita de las palabras más violentas y agresivas.

Nada se hace más presente como lo prohibido, como lo que sabemos que no debemos mencionar. El pensamiento freudiano, que reivindica la importancia de los impulsos sexuales del hombre, florece en la época victoriana, cuando la sexualidad es más reprimida que nunca. Asimismo, a lo largo de nuestra historia, en múltiples ocasiones, los grupos conservadores vinculados a la Iglesia han intentado, por diferentes medios, controlar el lenguaje prohibiendo canciones, poemas y malas palabras y lo único que han logrado es el surgimiento de nuevas formas de vulgaridad.

En la Colonia, la Santa Inquisición prohibe, por su evidente contenido sexual, algunas canciones populares como El Chuchumbé; durante el porfiriato la censura adquiere un tinte clasista y se centra en las familias de bien (¿qué dirán los Limantour?). El Manual de Carreño prohibe explícitamente usar ciertas palabras, así como tocar temas considerados impropios. Esta lógica tiene mucho de pensamiento mágico, pues presupone que las palabras tienen virtudes morales en sí y que prohibir las malas palabras equivale a controlar pensamientos perversos. Todo intento por controlar el lenguaje es un intento por reprimir las ideas. Prohibir las malas palabras es, en principio, un intento por impedir la sátira. En fechas recientes algunos políticos panistas (un alcalde de Guadalajara primero y un gobernador queretano) propusieron a sus congresos locales sendas leyes para sancionar con multas a quien dijera groserías en público.

Es posible que la idea mágica de los conservadores de que las palabras anteceden al pensamiento y tienen una ética y una moral propia esté en el origen del albur, otro de los lenguajes populares del relajo. Los conservadores mexicanos son tan, pero tan morales que hasta tienen una doble moral y nada refleja esto como los juegos de doble lenguaje. Es casi seguro que el albur, el lenguaje fino del lépero, el refinamiento de la vulgaridad, sea producto del choteo de la doble moral conservadora; un ejercicio de relajo contra la hipocresía mocha. El alburero fino puede decir las peores cosas sin que los niños –o lo que es lo mismo, la concurrencia conservadora– se den por enterados.

En tiempos del Manual de Carreño los lagartijos van al teatro de revista a disfrutar el lenguaje del double entendre, tan de moda en la Francia de la Belle Époque. Por esas fechas florecen revistas de humor picante, llamado en aquellos tiempos "pornográfico", que, sin violar abiertamente las enseñanzas del Manual de Carreño, hablan de los temas prohibidos mediante retruécanos, chistes de doble sentido, albures.

En un dibujo de la revista Frivolidades vemos a un novio hincado ante su prometida: Ella le dice a él: ¡Sí, lo adoro con toda mi alma, pero no quiero verlo de rodillas! Prefiero verlo parado.

Es indudable que en la mayoría de los diálogos albureros predomina la temática machista, homofóbica y represiva; un falso juego de empoderamiento y sojuzgamiento, un pretendido intercambio de humillaciones. Pero el albur también sirve para hablar de sexo en casa del cura.

Sólo hay algo peor que usar albures para hablar de sexo en casa de los mojigatos y esto es hablar de sexo en un lenguaje claro y confianzudo. En fechas recientes, los caricaturistas tapatíos Jis y Trino hacen historietas donde echan relajo alrededor de la escatología, las drogas y el sexo; los diálogos de El Santos tienen el mismo ambiente que se percibe en las pláticas albureras. Jis y Trino se reclaman apolíticos, pero para las mentes cerradas de la derecha jalisciense algunos diálogos del Santos son una pura provocación:

La Kikis Corcuera: No mames, ¡Me trajiste a ver una puercada pornográfica!

Santos: ¡Te vas a perder la parte del mameluco con el burro!

Kikis: ¡No sabía que los burros tuvieran los huevos tan grandes!

En Guadalajara no puede haber nada más político, ni forma más gozosa de suspender la seriedad de un sermón sobre la castidad.

EL CASO DE ABEL QUEZADA

A mediados del siglo xx, el régimen de la Revolución mexicana se consolida, al igual que las mañas de los priístas. La clase política cultiva una picaresca llena de cinismo y acuña frases como "Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error", "yo estoy con el Candidato porque le debo muchos favores... y pienso deberle más", etcétera... Pero no hay que confundirse. El régimen es solemne al extremo y exige respeto absoluto. Por esas fechas criticar al presidente puede ser causal de encarcelamiento (ver el caso de Siqueiros con López Mateos), burlarse de él es un insulto de lesa Patria y hacerle una caricatura agresiva es punto menos que imposible.

En este panorama esquizofrénico que oscila entre la grandilocuencia y la picaresca, los caricaturistas más apreciados por el régimen son aquellos que hacen gala de un dibujo fino, académico y de un humor cauteloso. A contracorriente, Abel Quezada desarrolla nuevas formas de hacer caricatura y para ello se inspira en los lenguajes de la historieta y la fábula ilustrada (inspirada en el escritor y dibujante norteamericano James Thurber). El exceso y el barullo son recursos del relajo y los cartones de Abel son desbordados, ruidosos; antisolemnes como festejo de priístas entre discursos patrios. Carlos Monsiváis ha señalado que "el humor a puerta cerrada de los priístas es sólo uno de los recursos de Quezada", pero sin duda es uno de sus recursos más eficaces. Para la clase política, son obra de un enterado los cartones en los que Abel habla de los desayunos, las antesalas, las modas de los políticos, los sílogos (los que dicen sí a todo), el adulómetro, las frases y el tapado, para enterados. Para el gran público el dibujante acaba con la solemnidad oficial y burla la rígida censura del régimen al hacer pública la picaresca tricolor. Al descubrir la picaresca de los poderosos suspende sus pretendidos valores y pone en jaque su pretendida seriedad; esto entra en lo que Portilla define como la conducta típica del relajo.

Sus imágenes del tapado rebasan el ámbito periodístico y se convierten en campaña de publicidad, en icono transexenal, en chiste de moda; por la calle, el cómico Palillo se hace seguir por un tipo disfrazado de tapado.

En su fenomenología, Portilla se plantea "sacar la filosofía a la calle (que es su lugar natural) despojándola en lo posible de la cáscara ‘técnica’ que a veces la encubre". Quezada consigue sacar a la calle el debate mexicanista y lo populariza como nadie.

En sus caricaturas, este dibujante se desempeña como sociólogo, cuentista, fabulista, creador de personajes, entomólogo de tipos nacionales, y hasta en el más populachero de los filósofos mexicanistas. Con desenfado, el escritor y dibujante aborda temas como el indio, el taco, el mal gusto en el vestir, el cine nacional, etcétera...

Los monos de Quezada abordan diversos temas y en todos suele plantear, de un modo erudito, problemas profundos. Cuando habla de economía recuerda a los keynesianos latinoamericanos: "El sueño dorado de nuestros economistas es que los mexicanos pudiéramos vivir sin comer. Así nos alcanzaría con lo que ganamos y sus cuentas saldrían bien. No existiría problema económico en México."

Cuando aborda los problemas educativos hace planteamientos que recuerdan a Malthus y a Swift: "El problema de la falta de escuelas [en México] es más bien un problema de sobra de niños."

Al hablar del taco debate con Reyes, Vasconcelos y Novo: "La vida nacional gira alrededor del taco. Yo no descansaré hasta no haber visto logrados mis propósitos." Y más adelante agrega, entre goytisoliano y villista que "La afición del mexicano a comer tacos es un reflejo de su desprecio al peligro y de la poca importancia que le da a su propia vida. Por eso, si habláramos mal de los tacos se nos tacharía de cobardes."

Finalmente, el filósofo dibujante sostiene tesis tan arriesgadas como aquella que plantea que sus compatriotas arruinaron la luna, que la única forma de resolver el problema del estado de Tlaxcala es hundiéndolo y llega a afirmar que, de todos los problemas del mexicano, el peor es... el propio mexicano (ver al respecto el libro El mexicano y otros problemas).

Un breve estudio comparativo de los planteamientos filosóficos de Jorge Portilla y Abel Quezada obliga a concluir que en un pueblo propenso al relajo, la filosofía tiende a ser tomada a relajo.

CONCLUSIONES

En los casos que hemos revisado no se verifica la hipótesis de Portilla de que el relajo es una negación pura y simple de valores, sin salidas, sin movilidad, sin perspectivas al futuro; en estos casos específicos, el relajo –entendido como la suspensión de la seriedad y de todo valor– obra en contra de una jerarquía de valores represiva o de dudosa calidad ética. En especial, en Quezada el relajo no es la negación pura y simple de valores, sin salidas, sin movilidad, sin perspectivas al futuro, sino la crítica a un sistema de valores hipócrita y escindido y la invitación popular a la reflexión divertida.

Es claro que muchas de las observaciones que hace Portilla sobre el relajo están tomadas de sus vivencias directas, del relajo que echaban sus amigos. Sin embargo el relajo, utilizado como una herramienta humorística, puede ser un arma espléndida para contrarrestar valores de dudosa calidad como la mojigatería sexual, el cinismo de los políticos pícaros, los discursos hipócritas y la pedantería clasista. Finalmente, el relajo tiene el valor de ser un acto liberador en sí, y por lo tanto, es muy disfrutable como acto de libertad.

* Jorge Portilla muere en 1963, a los 45 años de edad, sin terminar este escrito. Son sus colegas Víctor Flores Olea, Alejandro Rossi y Luis Villoro quienes recopilan, le dan forma y editan algunos ensayos de Portilla bajo el título Fenomenología del relajo. Este libro es publicado por el Fondo de Cultura Económica en 1966.