México D.F. Lunes 1 de septiembre de 2003
Emir Sader*
Las dos muertes de Sergio Vieira de Mello
La muerte de Sergio Vieira de Mello en Bagdad remite a
dos versiones totalmente incompatibles, como si su vida y su muerte permitiesen
dar lecturas mutuamente excluyentes.
Por un lado, pudimos ver inmediatamente después
del anuncio de su muerte la intervención de George W. Bush, buscando
capitalizar el nuevo atentado para involucrar a otros países en
su "lucha contra el terrorismo". Sergio Vieira de Mello habría muerto
como si fuese un hombre de Washington en el combate contra el enemigo de
la "civilización occidental". Varios gobernantes occidentales, en
general aliados de Estados Unidos, repitieron esa versión reduccionista
de su muerte.
Se trata de una reafirmación de la "guerra de civilizaciones",
según la cual Occidente estaría bajo el ataque de otras civilizaciones,
islámicas en este caso, movidas por el fanatismo, así como
por la envidia, según unos o el rencor, de acuerdo con otros. El
diplomático brasileño había sido apenas una víctima
más de una lista que incluye a los muertos de los atentados de septiembre
de 2001 y a todos los soldados muertos en la invasión de Irak, que
no cesa de aumentar.
Esta versión da un sentido determinado a la muerte
de Vieira de Mello y de alguna forma a su propia vida, como si se tratase
de un diplomático incorporado a la estrategia estadunidense de guerra
preventiva y unilateral. Desconoce su trayectoria, recordada por Xanana
Gusmao, en Timor Oriental, al destacar el digno papel que cumplió
en la reconstrucción de aquel país, y toda su trayectoria
profesional.
Expresar esta versión, como hicieron tantos gobernantes,
es pronunciar una aparente verdad que se revela como una completa mentira,
si analizamos más a fondo lo que él y el personal de Naciones
Unidas hacían en Irak. Todo parece apuntar hacia otra vida y otra
muerte.
En realidad, la invasión de Irak, como se ve ahora
claramente, sólo aumentó los riesgos y los enfrentamientos
violentos, fue realizada desconociendo la carta a la ONU, violando sus
principios, debilitando al organismo y todas las normas de derecho internacional.
Si se hubiera respetado al Consejo de Seguridad hubiera sido posible verificar
que las armas de exterminio masivo no existían y hubiera sido posible
dar otra salida, en lugar de la invasión, con todas las muertes
que provocó y continúa provocando.
La misión enviada, presidida por Sergio Vieira
de Mello, fue un intento desesperado de recuperar espacio para Naciones
Unidas en Irak y de tratar de reconquistar la capacidad de acción
de la organización. No era una misión suicida, pero acarreaba
todos los riesgos de una misión extranjera que es asimilada a los
invasores del país, sin tener el prestigio que, por ejemplo, tuvo
la misión de la ONU en Timor Oriental, a pesar de sus errores en
ese país asiático, que favorecieron las matanzas perpetradas
por militares indonesios antes de su partida definitiva del país.
Pero allí la misión llegaba para consolidar la independencia,
ya sin tropas invasoras, lo que no es el caso de Irak.
En ese país árabe Naciones Unidas quedó
totalmente identificada con Estados Unidos, al punto de que periodistas
que estuvieron o están allí cuentan cómo los iraquíes
la odian tanto como a Irak. Por eso, su sede, mucho menos protegida que
las instalaciones militares estadunidenses y británicas -y que los
pozos de petróleo-, fue blanco de un ataque.
A la cabeza de la misión Vieira de Mello dejó
claro, desde el primer momento, que su objetivo era la salida en el más
corto plazo de las tropas de ocupación, y la entrega de la tarea
de reconstrucción del país a un poder democráticamente
elegido por los iraquíes. En ese intento murió, pagando el
precio de ser asimilado a los invasores que combatía y de que Naciones
Unidas, a través del trabajo de sus inspectores, debilitara aún
más a Irak con la destrucción de parte de su armamento, facilitando
el ataque de Estados Unidos y de Gran Bretaña sin garantizar como
contrapartida que el país no iba a ser invadido.
No hay, por tanto, dos vidas de Sergio Vieira de Mello,
cuya vida y su muerte fueron coherentes. Murió luchando contra la
doctrina del uso de la fuerza como tentativa de imposición del orden
imperial, en favor del multilateralismo y de la resolución pacífica
y justa de los conflictos mundiales. Quien no entienda eso y no se pronuncie
en este sentido no hará justicia a su sacrificio y no podrá
dar continuidad a su obra.
* Sociólogo y profesor brasileño
Traducción: Alejandra Dupuy
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