México D.F. Lunes 1 de septiembre de 2003
Gustavo Iruegas*
Iraquíes al grito de guerra
En otras épocas -y me gusta pensar que sigue siendo
así- la enseñanza de la historia patria en la educación
primaria tenía propósitos de formación cívica,
de creación de la identidad y los sentimientos de pertenencia que
forman la base de la nacionalidad. Con la idealización y la exaltación
de los héroes, con exageraciones y simplificaciones, se explicaba
nuestra historia, se nos hablaba de la tierra, de la gente y de la cultura
y así se iba conformando el aprecio y la estima por nosotros mismos,
los mexicanos. No era casualidad que al territorio nacional le acomodara
tan bien la figura de una rebosante cornucopia; Benito Juárez no
podía dibujarse sonriente: debía ser adusto, serio y sabio,
como corresponde a la figura de quien encarna la república. Cuando
la maestra narraba la romántica historia del Himno Nacional, deslizaba
el dato (no verificable) de que se trata de uno de los más bellos
del mundo, pues en un concurso mundial de himnos nacionales había
obtenido el segundo lugar, sólo superado por La Marsellesa.
Un poco más tarde en la vida se escuchaba por ahí
alguna alma buena a quien le parecía que "mexicanos al grito de
guerra..." era demasiado bélico y proponía cambiarlo por
algo más a tono con el carácter pacifista de la nación.
Nadie hacía caso de esas opiniones pero, eventualmente, fueron eliminadas
las estrofas alusivas a meras circunstancias del momento en que fueron
escritas. Ahora entonamos una versión compacta del himno nacional
que, sin embargo, tiene y contiene algo más que estrofas y coros:
tiene doctrina. El arcángel de la paz ciñe con oliva las
sienes de la patria, cuyo destino está escrito en el cielo por el
dedo de Dios, pero ante la invasión de un enemigo osado y extraño
"un soldado en cada hijo..." es él último recurso de la defensa
nacional. Es la resistencia civil frente al enemigo y extraño invasor.
La hipótesis parecerá poco plausible para
las buenas conciencias, pero el himno se escribió en 1853, después
de que el osado enemigo no sólo profanó, sino que cercenó
el suelo de la patria querida y antes de que otro igualmente osado, extraño
e invasor enemigo intentara acabar con la república y adueñarse
de la soberanía.
En la letra del himno la doctrina está poéticamente
sublimada, pero su esencia se conoce entre los militares mexicanos como
la inspiración y la enseñanza de Juárez que, ante
la hipótesis de la invasión, plantea una primera batalla
que ponga a salvo el honor de las armas nacionales y la subsiguiente disgregación
del ejército para que cada militar pase a organizar la resistencia
civil en la guerra irregular. Por supuesto no se trata de una tesis de
exclusiva inspiración nacional. La resistencia popular está
en múltiples ejemplos del pasado y la tenemos en el presente. Así
es como se da la resistencia en Irak.
Hace poco más de una semana vimos con horror la
destrucción de la sede de Naciones Unidas en Bagdad, pero no con
más horror que con el que vimos los bombardeos sobre la población
iraquí. Murieron a consecuencia del atentado el jefe de la misión,
Sergio Vieira de Mello, destacado funcionario internacional de nacionalidad
brasileña, y dos docenas más de sus colegas. Entre ellos
estaba la señora Nadia Younis, egipcia de origen, a quien tuvimos
la suerte de tener en México actuando como jefa del protocolo en
la tormentosa conferencia en la cumbre que se celebró en Monterrey
en 2002.
La noticia se transmitió con la velocidad propia
de las malas noticias y con el aterrado asombro que causaría un
atentado semejante en otro lugar del mundo y contra una institución
ajena al conflicto. No es el caso. A pesar del cínico desacato a
su propia Carta y la grosera violación al derecho internacional
que significó la agresión y la ocupación de Irak,
Naciones Unidas ha reconocido "la autoridad de las potencias ocupantes"
y colabora abiertamente con ellas. Son por tanto parte del "extraño
enemigo" que invadió Irak.
Básicamente porque la información que recibimos
acerca de lo que sucede en Irak proviene de fuentes más afines a
los invasores que a la causa iraquí, no podemos saber qué
tan fuerte, capaz o duradera podrá ser la resistencia que está
presentando el pueblo iraquí a sus invasores y ocupantes. Pero ya
es evidente que la resistencia existe y que está actuando con la
eficacia suficiente para llamar la atención del único poder
capaz de influir decisivamente en la actuación del gobierno de Estados
Unidos: la opinión pública estadunidense.
Cualquiera que vaya a ser el resultado de su lucha, la
resistencia iraquí está operando de la única manera
que una nación ocupada puede hacerlo. Así lo hicieron los
franceses y los partisanos de Tito ante la ocupación alemana. Con
más o menos éxito, así lo hacen todos los pueblos
del mundo. Así lo haríamos nosotros.
* Ex subsecretario para América Latina y el Caribe
de la Secretaría de Relaciones Exteriores y ex embajador
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