México D.F. Lunes 1 de septiembre de 2003
Tradición ancestral del ballet ruso en
el Metrópolitan
Los sueños de Don Quixote, hechos arte
en movimiento por el Bolshoi
ARTURO CRUZ BARCENAS
Don Quixote (obra en tres actos), con los Solistas
del Ballet Bolshoi, más el Corp de Ballet del Teatro Estatal de
Opera y el Ballet de la República de Mari-El, Rusia, se presentó
la noche del pasado sábado, en el teatro Metropólitan, según
la historia del inmortal Miguel de Cervantes Saavedra. El sueño
imposible por medio del arte en movimiento, que hipnotizó, erizó,
provocó.
La
piedra se troca en pluma. Como si los cuerpos entraran en una atmósfera
diferente y su peso relativo cambiara, los cuerpos de Elena Andrienko,
Konstantin Ivanov, Ksenia Tsareva y Evgeny Kern suben con energía,
brincan cruzando el escenario, pero caen cual diente de león. Es
la delicada fuerza física del ballet.
Tras esos cuerpos delgados se esconde una fuerza muscular.
La fuerza, la potencia es relativa. Las mujeres gráciles, capaces
de soportar sus cuerpos dando giros y giros. Qué levantapesas logra
eso. Fuerza más dominio del desplazamiento, más la capacidad
histriónica del teatro.
Una combinación que suena, brilla, donde domina
la dinámica. La tradición ancestral del ballet ruso. Los
telones dan cuenta de la efectividad escenográfica. Los fondos llevan
al mar, a los castillos sobre las montañas, a los interiores palaciegos,
al tiempo de las cortesanas, de ese lugar de La Mancha que se recuerda
en frases célebres.
Un gran salto, una frágil caída. ¡Ah!
La piedra se convierte en pluma en un segundo, en un instante eterno, clavado
en la pupila. ¿Qué es la felicidad? Ideas fijas, recuerdos
instantáneos, suma de momentos agradables. Así se quedarán
los giros de esos maestros del Bolshoi.
Una mano de viento posa el cuerpo de la Dulcinea, con
levedad van los pies hacia el piso. El tiempo en el espacio. Las experiencias
exteriores e interiores. Los cuerpos entran a otros espacios. Los músculos
están tensos en el vuelo.
Con el libreto de Marius Petipa, música de Ludwing
Minkus y coreografía de Petipa y Alexanders Gorsky, Don Quixote
(Vassili Ialpaev) y Sancho Panza (Vladimir Chabaline) proyectan la amistad
y la fidelidad, sin la fatalidad del original. La obra es alegre y Sancho
se da el lujo de brincar tocándose en el aire los talones. Parece
fácil, pero sólo hay que intentarlo para saber que se logra
después de mucho tiempo de moverse, de evitar el sedentarismo de
la dizque vida moderna.
Fusión con el teatro
Al ver a esos rusos bailar, no falta la conciencia de
que se es un analfabeto en términos de movimiento. Nadie sabe de
lo que es capaz un cuerpo, dijo el filósofo. Y es cierto. Don
Quixote refleja la capacidad de una escuela de ballet que ha aunado
el teatro para brindar piezas de noble factura.
Nada de escenarios "cultosos". El Metropólitan
está a la altura de un grupo de artistas como los del Bolshoi. Pero
más barato. Cada quien se llevó la experiencia de acuerdo
con su idea del ballet, del movimiento, del arte, de la vida. Quedarán
los recuerdos del caballero de noble figura y de su regordete escudero,
de la bacía del barbero hecha yelmo, de la sed de romances y aventuras.
Los artistas rusos prometieron volver a México
a principios de 2004.
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