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México D.F. Miércoles 3 de septiembre de 2003

Luis Linares Zapata

Las reformas de Fox

Si en algún tópico se concentra mejor el reclamo de mayor eficacia en la administración del presidente Fox es precisamente en las postergadas reformas estructurales: fiscal, eléctrica y energética. A las tres se les trató de imponer desde los albores del sexenio. Las tres llevaban el sello de la continuidad, que los gerentes recién entronizados en los cargos públicos intentaban seguir al pie de la letra. No se reparó, ni por algunos segundos, en la legitimidad necesaria para que pudieran ser aprobadas. Sobre todo considerando el embalaje nacionalista que penetra hasta tocar filamentos profundos en conspicuos estamentos de la sociedad mexicana, en particular a los de esa oposición que se compacta en el PRI y el PRD. El fracaso negociador se extendió, por lógica consecuencia, durante tres largos y costosos años. El lunes pasado se pudieron aquilatar las consecuencias, concretadas en estrechos márgenes de maniobra, estancamiento económico crónico y, sobre todo, en la ausencia de proyectos de envergadura que puedan movilizar los recursos y la energía de una inmensa nación desalentada.

En otras circunstancias, de haber accionado con talante diferente, para este Informe el Presidente bien podría haber llegado con las tres acariciadas reformas en marcha. El erario ya tendría aumentos notables en la recaudación que ensancharan, con aceptable holgura, los márgenes operativos y de autoridad al alcance del Ejecutivo. Tal circunstancia le posibilitaría ahora plantear salidas aceptables al estancamiento crónico de la economía, rasgo que la describe desde el lejano 1982. El pivote de crecimiento se localizaría, bajo el supuesto de una inicial operación político-legislativa exitosa, en las masivas inversiones tanto en electricidad como en la producción petrolera que se hubieran posibilitado.

Las condiciones necesarias para que tal supuesto imaginario de aprobaciones y trabajos conjuntos entre funcionarios y legisladores se hubiera concretado son simples. En primer término, las reformas se tendrían que haber cimentado en un espíritu ajeno a todo entreguismo, es decir, reservar para los nacionales, con el celo y la precaución debidas, los enormes negocios que dos conllevan. Que la reforma fiscal implicara un afán justiciero para ambos renglones -el ingreso pero, sobre todo, en el gasto- y que no sólo se pretendiera el montaje de un sistema impositivo por su fácil manejo y aceptable efectividad recaudatoria, como la generalización del IVA al 15 por ciento se dice lograr. El accionar del gobierno se hubiera empeñado, con la humildad suficiente, en los detalles, en las concordancias, cierto, pero sin soslayar las discrepancias que para estos asuntos son más que tajantes. Reconocer, en fin, las reales fuerzas políticas que se representan y no confundirlas con simpatías, voluntarismos o famas transitorias.

A esta declarada economía mexicana, la novena del mundo, según medición muy cara al Presidente, le hacen falta grandes proyectos movilizadores de sus recursos y energías. Pero si se busca mejor y se atiende a las mismas descripciones presidenciales, ahí están algunos rubros en espera de ser rescatados por el liderazgo del país. Tanto la Comisión Federal de Electricidad (CFE) como Pemex son empresas que tienen todas las características de volver a ser, en palabras del reciente Informe, pivotes del crecimiento económico, instrumentos de aliento que tanta falta hacen. Y lo pueden ser en proporciones no vistas en tiempos recientes. Con esas organizaciones productivas que han levantado los mexicanos, se puede intentar dar forma y direccionalidad a todo un proyecto de modernidad soberana. Modernidad que pueda ser aprehendida a partir de detonar, de nueva cuenta, un largo periodo de crecimiento sostenido de la fábrica nacional que no se ha podido consolidar y, menos aún, establecer como plataforma de despegue efectiva desde hace ya más de 30 o 40 años de sequedades en la imaginación y las aventuras nacionales.

Se sabe con certeza que ambas empresas generan enormes volúmenes de recursos financieros propios sobre los cuales fincar, con holgura, su desenvolvimiento. La CFE sigue generando, como casi todos los sectores eléctricos del mundo, las utilidades suficientes para instalar una capacidad productiva capaz de enfrentar la demanda agregada de electricidad, aun considerando proyecciones en las que el aumento del PIB llegue a tasas de 6 o 7 por ciento sostenido. Y todo ello sin necesidad de recurrir al capital privado, sino tan sólo con revisar los subsidios que esta empresa otorga, indebidamente, al sector industrial, comercial o de servicios y a los hogares que los requieren. Tarea que correspondería absorber al fisco. También es conocida, aunque mal publicitada y peor procesada por algunos grupos de la sociedad, la capacidad de Pemex para hacerse de inmensos flujos de recursos. Un programa de inversiones del orden de los 100 o 150 mil millones anuales no son cifras descabelladas para la petrolera. Con ellos se podría hacer frente a la explotación de los campos de gas natural en Burgos y desarrollar, a pleno motor, el potencial de crudo y gas que esconde la costa del Golfo y que duplicaría la actual plataforma de reservas. Y también para poner a punto productivo la región de Chicontepec. Tan ambicioso programa daría reservas para los próximos 50 años cuando menos.

Un erario con recaudaciones entre 25 o 30 por ciento del PIB se podría dar el lujo de emprender la reforma educativa que se ha venido prometiendo y, además, dotar al país de la infraestructura caminera, de aeropuertos y demás redes de comunicación que con urgencia se demanda. El empleo, bajo este panorama de ensueño, no sería problema ni se estaría a la espera de lo que hiciera Estados Unidos, menos aún se necesitaría una alianza, ya semioculta, con la maestra Gordillo para abrir la energía a los capitales trasnacionales.

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