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México D.F. Miércoles 17 de septiembre de 2003

Carlos Martínez García

Los lamentos del cardenal

Acostumbrado a que todos doblen la cerviz ante él, Juan Sandoval Iñiguez está pasando por uno de los peores momentos de su larga vida sacerdotal. El cardenal está que no lo consuela nada por la investigación que sobre sus socios, y el eventual beneficio bancario para el clérigo de esa relación, realiza la Procuraduría General de la República (PGR). El solo hecho de ser investigado ha puesto furioso al purpurado. Nunca pensó que alguien llegara a tanto atrevimiento contra uno de los llamados príncipes de la Iglesia católica.

El arzobispo de la capital jalisciense es conocido desde hace tiempo por su pastoral de estrechos lazos con los poderosos económica y políticamente. El, junto con obispos como Norberto Rivera Carrera; Onésimo Cepeda, de Ecatepec, y Emilio Berlié, de Mérida, entre otros, es conocido por su franca opción preferencial por los ricos. Tal vez siguiendo esa máxima acuñada por Carlos Hank González de que un político pobre es un pobre político, Sandoval Iñiguez con su práctica hizo una adecuación para la realidad eclesial que viven algunos jerarcas católicos. Habituado a tener oyentes atentos y seguidores de sus palabras, pero no interlocutores con los cuales dialogar, el cardenal gusta de lanzar descalificaciones contra los que se salen de su estrecha norma. Por ejemplo, hace pocos años dijo, entre satírico y malicioso, que los protestantes no tenían madre porque como no creían en la Virgen de Guadalupe pues entonces carecían de esa figura tan venerada por millones de mexicanos y mexicanas.

Junto con un grupo de políticos ultraconservadores incrustados en el PAN, Juan Sandoval Iñiguez impulsó la teoría del asesinato del cardenal Posadas Ocampo, a quien habrían ultimado para evitar que diera a conocer supuestas pruebas que pondrían en evidencia la complicidad en hechos ilícitos de altos funcionarios salinistas. Pocos pondrían en duda que la cúpula salinista se benefició económicamente vía su posición política. Otra cosa es demostrar que Posadas fue inmolado por integrantes de esa cúpula en una operación bien montada escenográficamente para hacerla aparecer como muerte accidental en un fuego cruzado entre bandas enemigas de narcotraficantes. En el último año se ha fortalecido la hipótesis de que, más bien, el cardenal de Guadalajara y sus asociados se empeñaron en argumentar la teoría del complot para distraer a quienes los señalaban como partícipes en negocios ligados a actividades que deberían ser ajenas a un clérigo que predica estilos moderados de vida.

En los últimos días las reacciones del propio Sandoval Iñiguez y de instancias clericales católicas han ido por el lado de propagar que las investigaciones de la PGR son claros actos de persecución a la mismísima Iglesia católica. Recurren al viejo truco de presentar a la parte por el todo, a la argucia de exhibir como agravio a la comunidad de autoridades y fieles de un credo lo que es simple y sencillamente una pesquisa a un alto funcionario eclesial por probables actividades y beneficios que no deberían estar relacionados con su función religiosa. Recordemos que en los múltiples casos que se dieron a conocer, nacional e internacionalmente, de abusos sexuales cometidos por sacerdotes, las encumbradas autoridades eclesiásticas también proclamaron que se trataba de una campaña de desprestigio contra la Iglesia católica. No: los casos fueron de personas que usufructuaron su investidura religiosa para abusar sexualmente de feligreses. Sandoval, y con él muchos otros conspicuos integrantes de la aristocracia sacerdotal, quisieran que las autoridades civiles y la opinión pública no ejercieran su derecho a escrutarlos y hacerlos que se ciñan a las leyes vigentes.

Las investigaciones sobre sus cuentas bancarias y relaciones de negocios tienen muy nervioso al cardenal Juan Sandoval Iñiguez. Más cuando José María Guardia, uno de esos amigos, ahora incómodos, se ha encargado de difundir que dinero de la Iglesia católica anda metido en casinos y casas de juego. Pero además existen sospechas de que el capital invertido es fruto de las llamadas narcolimosnas. La relación entre encumbrados funcionarios eclesiásticos y conocidos narcotraficantes ha pasado de la anécdota tipo película El pecado del padre Amaro a pistas sólidas que periodistas han aportado y debieran ser ahondadas por las autoridades respectivas.

Por lo pronto Sandoval Iñiguez ya se adelantó a decir que si los investigadores encuentran algo sospechoso en sus propiedades o cuentas de banco, es porque fueron pruebas previamente sembradas por enemigos de la Iglesia. La cuestión está en ver si las autoridades llegan a las raíces del asunto, o las presiones del Episcopado Mexicano (varios de cuyos integrantes para nada meterían las manos al fuego por el cardenal, pero no le quieren hacer el juego al poder civil), tienen fruto y las averiguaciones se quedan en los laberintos burocráticos del gobierno con tal de no enfrentar a un poderoso integrante de la Iglesia católica que se dice perseguido y ya envió claros mensajes a la Presidencia de la República para que no se muevan las aguas.

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