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E C O N O M I A
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México D.F. Viernes 19 de septiembre de 2003

Víctor M. Quintana S

Triunfo de la vida

El señor Lee lo expresó impecablemente con su inmolación: lo que se juega en la OMC no es libre comercio o no. Es vida o muerte. Y la batalla de Cancún acaba de ganarla: la vida.

Podrá expresarse esto de manera negativa. Que la quinta conferencia ministerial de la OMC se descarriló, que no llegó a ningún acuerdo fundamental. Algunos incluso afirman que el egoísmo de los países ricos logró lo que no logró la protesta de los altermundistas: hacer de esta conferencia un fracaso total. Y, sí, es muy importante el hecho de que Estados Unidos, la Unión Europea y Japón no hayan aceptado la propuesta del grupo de los 21 en lo referente a los subsidios agrícolas. Es innegable que el atorón en este asunto fundamental impidió avances significativos en los otros acuerdos.

Pero la postura más combativa del grupo de los 21 y en general todo lo que pasó en el Centro de Convenciones de la playa caribeña no son independientes de lo que sucedió afuera. Si los textos de los acuerdos no pudieron consensuarse en buena parte se debió a los contextos.

La campaña planetaria lanzada por los altermundistas; los millones de mensajes críticos y alternativos que inundaron todos estos meses el ciberespacio, las movilizaciones que precedieron y acompañaron la quinta ministerial; la representatividad planetaria de los impugnadores de la OMC en las playas, en las calles, y hasta en el Centro de Convenciones; la fuerte presencia en los grandes medios de comunicación, todo esto pesó fuerte en las posturas de los gobiernos y en la opinión pública globalizada, para comenzar en el mismo discurso inaugural del presidente Fox.

La primera baja del activismo de la sociedad civil global fue la legitimidad de la OMC. En un planeta en el que la miseria crece a pesar de la expansión geométrica de los intercambios comerciales; en un estado de ánimo generalizado de desencanto por la terca recesión económica y de consternación ante el cambio climático, las fundadas críticas de las y los representantes de los altermundistas encontraron condiciones muy propicias de recepción. Una opinión pública mundial que ya alberga serias dudas sobre las bondades del libre comercio, del unilateralismo, del consumo infinito y del industrialismo, escuchó con buenos oídos la consigna Nuestro mundo no está en venta. Y empezó a ver con ojos críticos a la agencia mercantilizadora de todo lo existente: la OMC.

Un ariete muy importante en esta lucha fueron las organizaciones indígenas y campesinas. El Foro Internacional promovido por la Vía Campesina fue el aglutinador de la inconformidad, de la denuncia y también de la utopía. ƑQuiénes más autorizados que los agricultores de Sudáfrica, de Francia, de Tailandia, de España, de Haití y de otras docenas de países, para hablar sobre los impactos del libre comercio en sus comunidades? ƑQuiénes más autorizados que los productores de Filipinas o de Brasil para denunciar la devastación de sus bosques tropicales y de la polución de sus corrientes de agua en aras de la agricultura industrial? ƑQuiénes más autorizados para presentar la tremenda asimetría de los subsidios de los países desarrollados y los países pobres que los agricultores mexicanos? Nadie más autorizados que ellos para mostrar que hay otra vía para organizar la economía y la sociedad del planeta a partir de los pueblos, de las personas, de la comunidad de los seres vivos: la vía campesina, el camino campesino.

Y en este grupo destacaron los campesinos coreanos. Nadie puede dudar de su excelente organización, de su apertura al cambio, de su capacitación para manejar las tecnologías modernas. Sin embargo, fueron ellos los más acérrimos críticos del modelo de agricultura que la OMC trata de imponer. En la voz de ellos fue donde el dilema vida-muerte cobró su acento más definitivo. La OMC y su proyecto económico matan. Matan comunidades. Matan bosques. Matan suelos. Matan ríos, arroyos y lagunas. Matan animales. Matan personas.

Así, en lo alto del muro de acero levantado por el miedo de los gobiernos y de los ricos, el señor Lee blandió las armas y las causas de la vida. Su muerte fue la más extrema reivindicación de la vida. Fue el grito que desmanteló las barreras levantadas por los que sólo derriban muros comerciales. Fue la explosión que hizo pedazos la lógica hipercapitalista de la quinta ministerial. Fue el detonador para que indígenas, campesinas, campesinos, jóvenes, sindicalistas, ambientalistas, dejaran de lado sus diferencias e hicieran de esta batalla de Cancún, una gran batalla por la vida. Y la han ganado.

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