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México D.F. Domingo 21 de septiembre de 2003

Rolando Cordera Campos

Otra semana perdida

La semana pasada nos despertamos con muchas buenas y recurrentes noticias. En primer término, que seguimos como ejemplo para el mundo; que, junto con Chile, somos acreedores a los reconocimientos y estrellitas del Fondo Monetario Internacional (FMI) y que no hay motivos de alarma en materia de inversión extranjera, porque ésta sigue deseosa de ingresar a México y, en un descuido, de dejar atrás el síndrome de China y convertirnos en el primer receptor mundial de fondos externos. Supimos también que el secretario del Trabajo ve con cautela las ominosas cifras de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) sobre nuestro maravilloso, guadalupano podría decirse, nivel de empleo y desempleo, para el cual no hay otra respuesta que la informalidad rampante disfrazada de orgullo mexicano ante la falta de ocupación segura y bien pagada. Ya se encargará el contertulio de Fidel Velázquez de darnos la reforma respectiva. Todo es cuestión de tiempo y madurez.

Nada mal para una semana descolorida en la que los órganos colegiados representativos se tiran la pelota y sus miembros juegan a los avioncitos de papel, mientras sus pastores se deciden a dar la voz de salida para el trabajo sustantivo de legislar y reformar. Lo que no aparece por lado alguno es la decisión de los grupos dirigentes para darle al timón bajo su mando un giro indispensable para que el país vuelva a ponerse en movimiento.

Se ha insistido hasta el cansancio en que esta recuperación de la dinámica nacional, que va más allá de la economía, depende en alto grado de la disposición de partidos y Congreso para aprobar las reformas del Presidente de la República. Con estas, nos alecciona de nuevo el FMI, México podrá volverse doblemente ejemplar: no sólo sorteará las crisis del futuro sino logrará lo que no ha tenido: un crecimiento económico sostenido y alto. Otro milagro.

Gracias a lo anterior, la democracia, añaden los exégetas del pluralismo vacío, se afirmará hasta consolidarse. Los medios, las empresas internacionales, los mercados, podrán pasear del brazo con la política y los políticos, al fin modernos y despojados de la tentación maldita del populismo.

Grandes promesas en medio de un mundo que se muestra incapaz de darle al comercio global una dinámica sostenida y que, por voz de los mismos preceptores, no ofrece sino más pobreza y nuevos bloqueos a los intercambios mundiales. Globalización hay y habrá, pero su paso no es fulgurante ni prometedor como se cantaba apenas ayer cuando el entonces presidente Zedillo se burlaba de los globalifóbicos y los poderes triunfadores de la guerra fría entonaban el himno del milenio. Poco tiempo hizo falta para que las duras realidades del planeta se asomaran de nuevo a su superficie, ahora manchada por el despliegue de una absurda guerra que no por sorda es menos destructiva, aquí, allá, acullá.

Se nos dice que junto con las casi míticas reformas es preciso volver los ojos hacia dentro. Quién sabe qué se entenderá por eso en los corredores de Palacio, pero en vernáculo mirar "p'a dentro" es sinónimo, o casi, de autismo. Esperemos que no sea ésta una primicia de la política renovada que el presidente Fox prometió el día de su Informe y de la cual poco se ha sabido, salvo que por ella debamos entender la que protagonizó su antiguo asesor jurídico o la que despliega cotidianamente la siempre informada Secretaría de Gobernación.

Por lo pronto, debemos agregar estos siete días al inventario del tiempo no sólo ido sino perdido y sin un Proust que nos lo encuentre. De poco sirve ser bien portado si lo único que se nos ofrece son promesas. Lo que impera, en una realidad vaciada de contenido por un sistema de medios volcado a la banalidad y la trivialización de lo que ocurre, es el estancamiento productivo y la pérdida subsiguiente de cohesión social que arrincona a la política hasta volverla actividad sin contenido, para especialistas en el no hacer nada.

Tal vez sea por eso que los desplantes de un histérico cardenal se tornen noticia reiterada de las primeras planas y lleven al siempre prudente obispo Cepeda a declarar a la Iglesia en estado de alerta, porque se ciernen sobre ella mil y un peligros. Nada menos que a Onésimo convocando a la Iglesia del silencio.

A política aldeana, coro de parroquia. A un lado quedan las discusiones que importan para impulsar a la sociedad hacia nuevos panoramas de modernidad. Lo que sobresale es la búsqueda de sombritas bajo un poder presidencial absorto en su soledad, como lo han ilustrado los senadores de la oposición que critican al Senador Bartlett por especular sobre el trabajo negro en materia eléctrica, o los diputados entrantes y salientes que se ofrecen solícitos a hacerle el mandado al secretario de Hacienda que no se atreve a decir esta boca es mía en materia fiscal, salvo para insistir en vaguedades e inexactitudes como aquellas de que en el mundo entero el impuesto al valor agregado se aplica de modo general o los impuestos a la renta van irremisiblemente a la baja.

Así estamos rumbo al fin de septiembre y ya no queda consuelo como aquel de hablar del crepúsculo al que nos refería don José Alvarado después de la represión o la tormenta. Sólo resta esperar a que algo, alguien, nos despierte. Pero no hay que desesperar. Ya está sobre la mesa del enigmático señor Muñoz la instrucción presidencial de seguir con cambios en el gabinete para darle al PAN más espacio, mientras el inefable canciller nos cuenta cómo salvó en Cancún a la Organización Mundial de Comercio. Todo bajo control, pues

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