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México D.F. Domingo 21 de septiembre de 2003

Arturo Balderas

La pax democrática subvertida

Durante muchos años los estadunidenses han acudido a las urnas confiados en que el voto que depositan es la semilla de la que nace su democracia. La urna es la tierra fértil en la que el sistema se reproduce y fortalece, para orgullo de quienes han proclamado la excelsitud de la democracia de aquella nación.

Cada elección es, a su vez, un motivo para dar lecciones al mundo sobre la forma en que deben conducirse los negocios electorales y la importancia de la claridad de ese proceso. Hay inclusive una comisión, encabezada por el ex presidente James Carter, cuya función es la de certificar que los países que "aspiran a la democracia" celebren elecciones nítidas sin la menor sombra de fraude.

Pero de pronto toda esa confianza se ha tambaleado por el hecho incontrovertible de que en la "moderna Atenas" también hay poderosos intereses que son capaces de realizar las más burdas trapacerías para subvertir esa idílica pax democrática.

Se sabía que a lo largo de la historia se dieron casos aislados en los que hubo manipulación en el proceso electoral para beneficiar a determinado candidato. Pero lo sucedido en Florida hace tres años ha minado las bases de la confianza, casi ciega, que los estadunidenses tenían en su sistema electoral.

A partir de 2000 las comisiones que estudian la forma en que se debe votar para evitar fraudes se han multiplicado. La introducción de sofisticados sistemas de votación atiende más a la prevención de esos fraudes que a la intención de atender al creciente número de votantes.

Hoy se discute en California la necesidad de aplazar la votación para decidir la destitución de su gobernador. Una de las causas es lo poco confiable de los artefactos con que diputados, senadores, alcaldes, gobernadores y presidentes han sido elegidos durante décadas, sin mediar la menor duda sobre la legalidad de esos comicios.

Se puede interpretar en más de una forma este hecho, pero hay que estar de acuerdo con que el problema no es lo sofisticado o elemental de las máquinas para votar. Al fin y al cabo ninguno es perfecto, y hasta los más modernos, como las pantallas digitales y los lectores ópticos, son corruptibles, según un especialista en el diseño de esos artefactos. El problema de fondo reside en que la confianza construida durante mucho tiempo se derrumbó de la noche a la mañana y va a ser difícil que se recobre pronto. De ahora en adelante en los votantes quedará invariablemente una sombra de duda sobre la forma en que su voto se cuente... si es que se cuenta.

Cuando se haga el balance del gobierno que encabeza el presidente George W. Bush, con seguridad entre los deberes se considerará el daño que se infligió a la sociedad en su conjunto al quebrantar la confianza ciega que se tenía en el sistema electoral. Que no es poca cosa, por cierto.

Por ello es lamentable que en México, en alguna ocasión, se haya querido poner en entredicho a la institución que aseguró la limpieza y modernización del proceso electoral, mientras que en Estados Unidos el mismo presidente, que resultó beneficiado con lo de Florida, destina una partida de varios millones de dólares para fortalecer los sistemas de votación de todo el país.

Pareciera que remar a contracorriente es uno de nuestros deportes favoritos.

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