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México D.F. Domingo 21 de septiembre de 2003

Bárbara Jacobs

Lunas de rodillas

Los sueños de Lunas, para enloquecer a cualquiera. ƑQuién me va a asegurar que la calidad de inválida de su viuda no tuvo origen inducido por Lunas, que podía haber creído que la salvaba cuando, en realidad, estaba procurando matarla, envenenada como las hormigas de sus sueños recurrentes?

Ella se encontraba descalza en el estudio de él. Él estaba con ella, intentando encontrar una aguja llamada Lazarillo de Tormes es un pajar llamado caos de biblioteca. Libros. Papeles. Libros sobre libros. Libros desplazados detrás de papeles. Libros repetidos. Libros en montones cuya clasificación había quedado en el más recóndito lugar de la memoria o del olvido de Lunas. Libros encuadernados, libros deshojados. "ƑQué es esto, diablos?", gritó desenmarañándose el poco pelo que tenía, bramando; él, de pijama y bata, cuando se topó con su mujer como si hubiera olvidado que él le había pedido ayuda en la búsqueda del Lazarillo anónimo. "Recórcholis", interpuso, asustado. "ƑPor qué estás descalza?", le preguntó, cuando lo que la tenía a ella muda y quieta no era llevar o no llevar puestas zapatillas de noche en los pies, sino ver que sus pies, en efecto descalzos, estaban siendo rodeados por una especie de marcha de enjambres o ejércitos de hormigas negras.

La pobre mujer no sabía si, de gritar, su esposo, dadas sus rarezas, la matara confundiéndola con un intruso en su sagrado estudio, sitio éste que jamás era ventilado ni mucho menos sacudido ni nada que se pareciera al aseo. Lunas se acuclilló y observó con una fascinación repulsiva para su mujer, el movimiento imparable de las columnas de hormigas que daban el aspecto de estar en una acción de guerra perfectamente ideada por un comando que por lo pronto les había dado instrucciones de rodear sin detenerse los pies descalzos y regordetes de la señora Lunas hasta nuevo aviso.

La señora de Lunas, paralizada de terror y repugnancia, era incapaz de pisotearlas y matarlas absolutamente a todas. A la vez que clamaba por verse libre de las hormigas alrededor de los dedos de sus pies, en los costados, en el talón, en el empeine, eran tantas pero, particularmente, tan pequeñas, que nada le aseguraba a ella que, de pisotearlas, morirían. La paralizó la conciencia de la inmortalidad de las hormigas. ƑSangrarían? ƑDe qué color? ƑExpulsarían pus? "Menos mal", pensó; "que no soy cosquilluda."

Pero no bien había llegado a esta conclusión cuando la aterró la reflexión de que no era cuestión de ser o no ser cosquilludo, pues en la encrucijada en que se encontraba, cabía la posibilidad de que su insensibilidad fuera una de las consecuencias que el tropel de hormigas ya había conseguido de ella: inmovilizarla. Mas, Ƒpara qué? O, Ƒpor qué?

Cuando Lunas consideró que había pasado suficiente tiempo en cuclillas observando con detenimiento el paseo circular y guerrero del contingente de hormigas, soltó una carcajada y se puso de pie de un brinco, sin dejar de reír. En ese momento, su espantada y ahora indignada cónyuge sí gritó. "šAuxilio!", exclamación que, sin embargo, la risa de Lunas ahogaba.

-Abundancia -profirió Lunas-; abundancia, mujer; eso es todo.

Acto seguido se encaminó hacia la covacha y regresó al estudio con una corneta cuya boquilla se llevó a los labios para, a través del conducto, comunicar, con intención de ser escuchado, las palabras, "Gracias, Dios de Dioses". Posteriormente, auxiliado por el mismo instrumento musical, dio instrucciones a las hormigas para que volvieran, en orden, a su hormiguero en el sótano viejo de la vieja cabaña de los Lunas, en medio de un bosque perdido a media carretera entre dos ciudades.

Como verdadero acto de magia, las hormigas desaparecieron. Los pies descalzos de la señora Lunas, de por sí gordos, por el enrojecimiento en que quedaron a causa del roce continuo de la, por llamarla así, culebra de hormigas, habían adquirido el aspecto de un grosor todavía más voluminoso

Indiferente para Lunas, ella salió de ahí con la cabeza gacha y el cuello encorvado.

La fórmula a la que llegó Lunas fue: Hormigas, igual a abundancia; hormigas en mi estudio, igual a abundancia de trabajo; hormigas en mi estudio alrededor de los pies de mi mujer, igual a que debo echar a andar el abundante trabajo que tengo en la cabeza pero no en el papel.

Perfecto. Pero la pega, o contratiempo, que no debe faltar en ningún relato y mucho menos si es de horror, está en que los pies rodeados por las abundantes hormigas no eran los de Lunas, sino los de su mujer.

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