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P O L I T I C A
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México D.F. Martes 23 de septiembre de 2003

José Blanco

La impunidad

El siempre recordable con simpatía y con afecto Carlos Fernández del Real repetía sin cesar que el estado de derecho en México era una ficción absoluta, algo inexistente. Vivía en las entrañas de las batallas legales y hablaba de ello tal como le iba en esa feria creada en México probablemente por Lovecraft, Poe, Bram Stocker, Stephen King y Mary Shelley una noche en la que, enloquecidos, inventaron juntos ese monstruo imposible e inasible.

Muchos le dijimos, quizá mil veces, que la suya era una exageración absoluta. Pero, a veces, las dudas asaltan y la pregunta sobre el grado en que la razón asistía a Carlos cimbran el ánimo de cualquiera.

Que haya cada vez más crímenes y delitos no sólo en México, sino al parecer en el planeta, es parte de la crisis de época que vive el mundo. Pero la extendida, masiva e indomable impunidad que priva en México es un estilo de vida indescriptible. A la par que cada día nos apabulla el discurso sobre el estado de derecho, nos cae encima también, como losa insoportable, la impunidad que cubre al territorio nacional.

No hay duda que nada es tan oprobiosamente inverosímil como los asesinatos de mujeres de Juárez. Frente al asombro indignado del mundo, durante años y años mujeres de Ciudad Juárez han sido muertas sometidas a la crueldad más infame. La impunidad sentó ahí sus reales frente a la parálisis de las autoridades competentes: Ƒquiénes son los responsables de esa romería de asesinatos? En más de una década de muerte sin fin en Ciudad Juárez hemos sido incapaces de saberlo.

La impunidad ha cobrado vida propia; se ha trocado en un monstruo de Lovecraft que aterroriza a la sociedad y tiene más poder que el "estado de derecho". Es, además, una inteligencia superior a la del endriago de Bram Stocker. En México se puede usar la ley para violar la ley a efecto de salir triunfante: el estado de derecho violándose a sí mismo. Es el inefable caso del no menos inefable senador Ricardo Aldana. Haciendo prevalecer las disposiciones reglamentarias, nuestros representantes en el Congreso impusieron la impunidad para Aldana (por lo pronto). Un caso para la historia, obra de nuestros diputados y senadores del PAN y del PRI.

Pero los casos abundan. Por años y años la Federación Mexicana de Futbol ha vivido al margen de la ley, a ciencia y paciencia del "estado de derecho". La podredumbre que ya se derrama ahí ha vivido bajo el brazo protector de la impunidad. ƑQuién no sabe que por todos los años los futbolistas han firmado dobles contratos? ƑQuién no sabe que a los futbolistas se les vende y compra como mercancías o como esclavos? ƑQuién no está enterado de que a esos deportistas les está prohibido asociarse como les venga en gana en el marco de la ley? Lo sabe todo mundo excepto el "estado de derecho". Cochupos, espionaje telefónico y de cuentas bancarias, oscurísimos intereses que reclaman impunidad abiertamente diciéndose protegidos de la FIFA por encima de las leyes nacionales; y es que, en efecto, así ha sido, con la gentil anuencia del "estado de derecho".

Y la sofocación llega a punto de asfixia para el ciudadano común con el caso del presunto cúmulo de delitos cometidos por el cardenal Juan Sandoval Iñiguez. Creyéndose la personificación misma de la institución a la que pertenece, reclama impunidad absoluta: šque no se le investigue! Y las cosas no quedan ahí; con ese su estilo de matón que ruge su primitivismo gorilesco, además exige: "Eso sí, que me den una disculpa, sí lo voy a pedir. Una disculpa pública de los responsables, de quien resulte responsable de haber dado curso a esta investigación". Este príncipe de la Iglesia, como lo llaman sus secuaces, compinches y pares que viven en el Medioevo, habló con el presidente Fox el pasado domingo para transmitir su posición de ofendido.

Como en cualquier otro caso, este sacratísimo señor debe ser investigado a fondo, debe probársele, si es el caso, que es un delincuente, y castigársele con las disposiciones penales de ley. Los fueros de la Iglesia cesaron en México en el siglo xix, pero Sandoval no se ha enterado. Es necesario terminar con esa estólida ignorancia sandovalesca a la brevedad, de manera puntual y rigurosa.

Si a pesar de que la Iglesia perdió felizmente sus fueros, el Presidente intercede por Sandoval y su bando, la impunidad extrema en que por todos los años esta senil institución ha vivido emergerá con toda su fuerza, con catastróficas consecuencias para la relación entre la sociedad y el gobierno. No sólo el estado de derecho continuará siendo pisoteado por los curas (téngase presente a los innumerables Macieles, la simonía de los Schulenburg y un etcétera insondable), sino que la impunidad quedaría protegida abiertamente por el Presidente mismo a la luz del día.

Es de esperarse que Fox no confunda sus creencias religiosas con sus deberes de jefe de un Estado laico. Sandoval hace casi confesión de parte con sus desplantes ridículos de intocable.

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