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México D.F. Viernes 26 de septiembre de 2003

Gilberto López y Rivas

Una experiencia de gobierno de izquierda

A escasos días de terminar la gestión de gobierno en Tlalpan es necesario hacer públicas algunas reflexiones sobre los gobiernos locales y la democracia. La tarea fue construir un gobierno de izquierda, con la participación ciudadana como sello distintivo: trascender la mera perspectiva administrativa y sentar las bases de un poder ciudadano. Para lograrlo hubo un hecho fundamental: por primera vez los jefes delegacionales fueron electos por el voto popular, resultado de luchas históricas por la democracia en el Distrito Federal. Desgraciadamente, este avance democrático no tuvo correspondencia con modificaciones sustantivas en la normatividad heredada del régimen anterior. Los jefes delegacionales, ahora con mayor responsabilidad ante la ciudadanía, no tienen la autonomía necesaria para ejercer el gobierno y están limitados y coartados por una legislación obsoleta y centralista que traba el desarrollo democrático de nuestra ciudad capital.

La reforma política y administrativa del Distrito Federal fue víctima de una negociación cupular, con la exclusión expresa de la ciudadanía capitalina y las autoridades más cercanas a ella: los delegados. Una vez más predominó la "razón de Estado" sobre los intereses de la sociedad, como en ocasión de la aprobación de la contrarreforma indígena. Se demostró nuevamente que el actual modelo de Estado mexicano capitalista es incompatible con el desarrollo y profundización de la democracia.

Construir un poder ciudadano en tan sólo tres años es imposible. No obstante, en Tlalpan se avanzó en esa dirección. El equipo de gobierno actuó con base en tres líneas estratégicas: gobernabilidad democrática, transparencia y corresponsabilidad.

Ser consecuente con la gobernabilidad democrática llevó a establecer una política en la que los ciudadanos trabajaran conjuntamente con las autoridades todas la veces que fuera necesario. No fue, por cierto, una relación "color de rosa". En ocasiones se produjeron situaciones ríspidas, mas no impidieron la búsqueda de consensos y el desarrollo democrático local. El principal compromiso del gobierno fue atender las demandas y propuestas de la ciudadanía, independientemente de su filiación política. Para ello se tuvo que remar a contracorriente y vencer inercias heredadas de una cultura política sustentada en el clientelismo, el corporativismo y la discrecionalidad en el uso de los recursos públicos. En consecuencia, el objetivo central fue democratizar el ejercicio de gobierno, entendido como la capacidad de los ciudadanos para tomar decisiones e incidir en las acciones de la autoridad y vigilar su cumplimiento. Se propuso establecer una nueva relación gobierno-sociedad, no fundada en el privilegio ni el paternalismo, como acostumbraban los gobiernos priístas, sino en una actitud de diálogo permanente con la ciudadanía. Dar vida a una concepción de izquierda moderna, fundada en la participación ciudadana, es quizá el mayor reto para un gobierno local.

El gobierno democrático de Tlalpan se vio ante la disyuntiva de gobernar detrás del escritorio, "imaginando" las necesidades de los ciudadanos y actuando como "iluminado" a la hora de aplicar planes y programas, o constituirse en un gobierno interactuante con la sociedad tlalpense. Se optó por esto último y la consulta a la ciudadanía en torno a programas y obras públicas fue constante. Por ello, el programa Hacia un Presupuesto Participativo fue el eje rector de la acción de gobierno.

Los presupuestos delegacionales de obra fueron elaborados con base en la participación directa y consciente de los vecinos, quienes expresaron en asambleas las demandas más sentidas. El ejercicio, realizado a lo largo y ancho de la delegación más grande del Distrito Federal, evidenció a una ciudadanía cada vez más propositiva, que superó en alguna medida la demanditis, votó para priorizar las propuestas factibles técnicamente y controló la ejecución de obras.

Después de tres años el resultado es sorprendente, ya que el vecino demanda menos, y la razón es que se involucró y comprendió las restricciones normativas y de recursos del gobierno. Ahora el ciudadano es corresponsable y sus exigencias son realistas. No todo está hecho en Tlalpan en materia de participación, pero esta manera de gobernar quedará grabada en el imaginario de sus habitantes.

Es necesario dignificar la política y gobernar de cara a los intereses populares y ciudadanos. En momentos en que el Estado se desentiende de sus responsabilidades sociales, ha germinado la idea de una ciudadanía que con su participación democrática coadyuvará a edificar una sociedad más justa e incluyente.

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