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México D.F. Viernes 26 de septiembre de 2003

Horacio Labastida

Moral política y López Obrador

Cuando la insurgencia de 1910 maduró plenamente en los célebres Sentimientos de la nación (1813) quedó registrada la primera gran manifestación de moral política como deber ser dentro de nuestra aún no bicentenaria historia independiente. Las consultas que hizo Morelos entre el pueblo que lo acompañaba, incluidos personajes de la magnitud de los hermanos Galeana y de Carlos María de Bustamante, lo llevaron a expresar en ese monumental texto que la república popular demandada por los mexicanos carecería de viabilidad si el Estado no respondiera a un compromiso moral trascendental, a saber: acatar en cada una de las decisiones públicas la voluntad del pueblo, categoría explicitada por una insurgencia que de manera radical atribuía a los hombres la soberanía del Estado. Antes el rey derivaba su poder sobre los hombres de un supuesto metafísico consolidado en la Edad Media: por gracia divina el monarca ordena por igual a la colectividad y a los individuos que la forman, supuesto válido en nuestro mundo desde que Hernán Cortés lo conquistó en la aurora del siglo xvi hasta Fernando vii.

Al adjetivar Morelos la república pedida a los diputados de Chilpancingo con la palabra popular, derogó entre nosotros la filosofía del derecho divino de los reyes y reconoció en el pueblo el origen prístino del poder. Precisamente en la concepción de la república popular se halla imbíbito el significado de la moral política que ha movido y mueve en México todo pensamiento y acto de la conciencia liberadora. Añadamos que si en la idea del Estado mexicano está inserta la concordancia esencial de decisión gubernamental como reflejo de las necesidades y demandas generales, en tal concordancia se gesta y modela el fiat veritas tua o "hágase tu verdad" de la libertad como acción justa o bien, si se quiere, de la justicia como acción libre. Es decir, república popular en el sentido hidalguense y morelense de nuestra historia es la democracia en su más pura connotación, o sea, gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, de acuerdo con el epítome que hizo Abraham Lincoln, cuya fe en la gente le ganó el sobrenombre de honesto Abe, honestidad que lo llevó a oponerse enérgicamente como diputado, en 1846, a la guerra imperial contra México, perversamente auspiciada por James K. Polk, el demócrata que ocupó la Casa Blanca de 1845 a 1849. Primero intentó este presidente comprarnos lo que hoy son Nuevo México y California, y al fracasar envió a Zacarías Taylor a la ribera del río Bravo, invadiendo tierras de México. Como el ejército mexicano enfrentó al extranjero, Polk declaró la guerra que nos privó de más de la mitad del territorio.

No ha lugar a ninguna duda. El movimiento de Independencia fue a la vez lucha liberadora de la opresión y definición de la ética política en nuestra concepción del Estado. Si Hidalgo y Morelos proclamaron la democracia como gobierno en el que la voluntad del pueblo es a la vez la voluntad de la autoridad, el concepto democrático vuélvese forma de una moral política que hace del poder político un imperativo ineludible del bien común, y bien común es nada menos que la realización concreta de lo demandado por la sociedad.

Repitámoslo porque las cosas deben ser nítidas. El Estado es actor de la soberanía del pueblo, organizado por el conjunto de normas jurídicas integrantes de la Carta Magna, en la que se definen tanto las maneras del ejercicio de la soberanía como los procedimientos de acceso a la titularidad del aparato gubernamental encargado de poner en marcha las funciones soberanas del Estado o institución suprema en donde los mencionados titulares -presidentes, legisladores y jueces- atienden las necesidades públicas por la vía de resoluciones que son éticas si llevan el bien a la población; son amorales si se convierten en mal social.

Pensar que la política debe ser instrumento del bien común fue y es la reivindicación que se plantea para sí misma y para los otros la conciencia política mexicana, con base en sus eminentes orígenes independentistas. En esta corriente van las ideas y actos de nuestros momentos estelares, desde los ilustrados y reformistas de 1833, 1861 y 1867 hasta los revolucionarios con Flores Magón, Madero, Zapata, Belisario Domínguez y Lázaro Cárdenas, luminarias en medio de la deshonra y corrupción que han manchado a la humanidad y a los mexicanos.

Nuestros días no son una excepción al verse azotados por fuerzas militares que destruyen y asfixian, al servicio de gobiernos del capital multinacional y de toda clase de inficiones, malignidades, daños y enviciamientos en los niveles políticos y privados, y todo se agrava cuando al unirse el poder económico y el poder político, la suciedad se magnifica y profundiza: es el instante en que la inmoralidad política se pavonea y los hombres de abajo, las mayorías, sienten los peligros que acechan el porvenir. Sin embargo, las fatalidades cambian cuando la excepción se reinstala en la existencia. Andrés Manuel López Obrador representa tan noble papel en el México contemporáneo. Sus tres años de gobierno son instancias y realizaciones de moral política en la medida en que se identifican con el bien común.

La capital de la república mejora en lo material y cientos de miles de ciudadanos hallan en decisiones y actos del Gobierno del Distrito Federal alegrías y alientos que calman pesares y animan esperanzas. Esto lo saben bien los muchísimos viejos pobres, los niños abandonados, las mujeres sin suerte y las crecientes masas desempleadas. Se trata, la de López Obrador, de una administración honesta que busca cada día con más empeño hacer del Estado simple y llanamente un Estado del pueblo y para el pueblo y no de elites y para elites privilegiadas.

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