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México D.F. Viernes 3 de octubre de 2003

Jesús Manuel Macías*

La inundación de Morelia

El 29 de marzo de 1996 en Morelia, Michoacán, la Red Internacional de los Organismos de Cuenca (RIOC) terminó de aderezar la "declaración" que lleva el nombre de este ilustre conglomerado urbano. En uno de sus principios reza: "organizar a escala de las cuencas hidrográficas las modalidades de una gestión integrada de los recursos hídricos, que tienda a prevenir los riesgos naturales peligrosos y catastróficos..."

Hoy más de 20 colonias de la ciudad de Morelia están bajo el agua y, peor aún, pesa sobre una extensión mayor la amenaza de ampliar la inundación por la apertura de la presa de Cuitzeo que ya está rebasando sus límites de contención del líquido. El manantial de La Mintzita, que abastece al menos a 40 por ciento de la población, se ha contaminado por aguas de desecho de una fábrica papelera, igual que sucedió apenas el año pasado.

Difícilmente los morelianos pensaban en la posibilidad de estar en situación de desastre. Las inundaciones no pasaban de ser, ahí sí, "encharcamientos" generalizados que molestaban por unos días o que impedían el paso del tránsito vehicular durante algunas horas en varias de las vialidades más importantes. Ahora hay una verdadera condición de sufrimiento para centenares de familias que han tenido que soportar la "sorpresa" de la inundación, así como la escasa y mal organizada colaboración de las autoridades municipales y estatales que de manejo de emergencias de este tamaño tienen poca idea y menos desarrollo de organización, para no hablar de recursos técnicos y materiales. Se empieza a sentir el malestar de los damnificados que protestan por la ineptitud de las autoridades municipales priístas y de las estatales perredistas, que para el efecto son la misma cosa.

Flota en el aire la necesidad de identificar responsables del desastre y no es cosa menor. Cuando esta reacción social aflora también salen al paso los argumentos evasivos de los gobernantes. El subsecretario de Seguridad Pública y Protección Civil, Gabriel Mendoza, empezó a hablar de "las fuerzas naturales imposibles de controlar", como han hecho ante el desastre célebres gobernantes frente a su impotencia: recuérdese a Miguel de la Madrid, en 1985, o a Miguel Alemán en sus desafortunadas justificaciones por la reciente tragedia de Balastrera, Veracruz.

La población damnificada no supo de advertencias de inundación porque no sólo no hay un sistema de alerta o elementales arreglos de comunicación de riesgo. Los morelianos han tenido que sentir en carne propia lo que otros mexicanos han venido padeciendo respecto de la ineptitud de las autoridades que deben administrar los cuerpos de agua represados para asegurar no nada más el abasto de agua para uso agrícola y de consumo urbano, sino de reducción de riesgos de inundaciones. El organismo estatal de protección civil tiene muchas ambulancias y pocas ideas para planificar acciones de prevención de desastres. A éste, es decir, a la Secretaría de Gobierno le corresponde la planificación de reducción de riesgo para este tipo de amenazas, pero hay una suma de responsabilidades desde el gobierno municipal hasta el federal. Todos con importante nivel de gravedad.

El desastre de Morelia llama la atención porque en su tratamiento se siguen las mismas lecciones fallidas de las políticas de derecha del régimen foxista. Bueno, suponemos que la elección de Lázaro Cárdenas Batel como gobernador michoacano ganó buena parte de su abultada votación por representar una alternativa distinta, pero como dice la estudiosa de desastres Georgina Calderón: "los gobernantes se conocen en sus méritos o en sus miserias en los desastres". Los tres ejes rectores de la política de derechas de la oficina de Protección Civil bajo la responsabilidad de Santiago Creel son: primero, que la población sufre desastres por su "falta de cultura de prevención" de manera que se les ayuda "creándoles" esa "cultura" y ésa es una labor sustantiva de las autoridades anidadas en la Secretaría de Gobernación para evitar los desastres. Es como la idea de que los pobres lo son por ser holgazanes. Segundo, los desastres se atienden con el Fonden, el fondo financiero para la respuesta sobre los hechos desastrosos consumados que significa dinero para resarcir el daño siempre y cuando no se trate de las muertes. Dinero para someter reclamos locales al trámite burocrático del cumplimiento artificial de condiciones de "emergencia" o "desastre"; dinero por abandonar la responsabilidad federal de orientación fundamental en programas de prevención y mitigación de desastres para las autoridades estatales y municipales.

El tercer aspecto se desprende del alejamiento gubernamental de su responsabilidad y por tanto de sus obligaciones en materia de desastres por la introducción de la idea del asistencialismo a los damnificados. Es el cambio de la solidaridad por la caridad. Los morelianos presenciaron al gobernador michoacano cerrando el Teletón para acopiar ayudas para los damnificados. El acto tuvo tintes festivos amenizados con mariachis y cantantes populares, locutores estruendosos que hacían subastas para multiplicar los dineros de las donaciones. Mucho ruido y pocas nueces. Poca y significativa respuesta popular. Eso tal vez sirva para percatarse que no se puede gobernar únicamente con el apellido y que los desastres y su prevención no sólo requieren de más ideas y recursos de todo tipo, inclusive el económico, sino que el juicio ciudadano tiende a perder inercias por adquirir, de golpe, sus realidades.

* Investigador del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores de Antropología Social

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