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México D.F. Martes 7 de octubre de 2003

Jorge Carrillo Olea

El terrorismo de George W. Bush

La vida se le complica al presidente estadunidense. Fue exitosa su estrategia de aprovechar la arremetida de opinión suscitada por el desastre del 11 de septiembre para legitimarse como adalid nacional. Quiso dar un segundo impulso a su popularidad con la anunciada guerra contra Irak. Hasta aquí creyó que su aceptación ante sus electores seguía a la alta, aceptando que los costos en la opinión internacional fueran significativos.

No incorporó Bush las lecciones de la historia sobre fuerzas de ocupación. Olvidó que más pronto que tarde, de arrogantes ocupadores pasan a ser, aunque poderosos, meros acosados, tanto en la cuota de bajas humanas como ante la opinión pública internacional. Esto es casi un axioma.

La reacción de los iraquíes va estructurándose día a día sin necesidad de liderazgos mesiánicos, como en este caso sería Hussein, ni mediante grandes recursos materiales. Su eficacia avanza, si no en términos numéricos, sí en los efectos devastadores de carácter político y moral. La razón y el derecho los avalan.

No son los terroristas que el gobierno estadunidense quiere configurar con la ayuda invaluable de sus cadenas subsidiarias de televisión y con la indolencia de tendencias simpatizadoras.

Las pérdidas de vidas humanas de cualquier nacionalidad serán siempre motivo de compasión. Más cuando las generan la ambición, la injusticia y la falta de observancia de la ley y de la razón. La Cuarta Convención de Ginebra Convenio de Ginebra relativo a la protección debida a las personas civiles en tiempo de guerra, que data de 1949 y de la cual Estados Unidos es signatario, establece con claridad que los pueblos sometidos a ocupación militar tienen derecho de reaccionar contra las fuerzas ocupantes por medio de acciones de carácter bélico que de ninguna manera significan actos de terrorismo.

Etiquetar así las acciones que los iraquíes asumen contra las fuerzas de ocupación es una perversidad más, pues busca la descalificación moral de lo que solamente es la defensa del suelo patrio. Y no es que los iraquíes estén acogiéndose a los conceptos de soberanía, nacionalismo y patriotismo que para ciertas corrientes ideológicas están ya fuera de época. Es simplemente que nunca podrá aceptarse que el solar paterno sea indefendible.

Las pérdidas humanas, desde que Bush decretó la finalización de la guerra, se cuentan por centenas entre los iraquíes y por decenas entre las fuerzas de ocupación. Entre el pueblo estadunidense las voces crecen preguntándose: Ƒcuántos más habrán de morir? Y la situación de opinión pública internacional se complicará más aún cuando empiecen a aparecer bajas entre las fuerzas de países que han sido llevados por una presión política y cuya vocación de justicieros pacificadores no se identifica con la estadunidense.

Los más de 15 mil elementos de fuerzas no británicas o estadunidenses en Irak pertenecen a una veintena de países que no tienen vinculación alguna con el tema, ni interés de índole política, económica o de cualquier tipo. La verdad es que han sido llevados a su indeseable situación por presiones políticas estadunidenses que se expresarían en distintos rubros, principalmente de carácter económico: créditos, comercio, etcétera. šQué triste papel!

Cuando lamentablemente de entre estas fuerzas surjan las primeras víctimas del llamado terrorismo por los estadunidenses, la opinión pública de sus propios países y la internacional se exacerbarán. Los medios estadunidenses formadores de opinión se conducirán con desesperación y clamarán por una justa reparación. La connotación de terroristas se blandirá hasta el cansancio para atraer así la razón para su causa.

El presidente y sus creadores de estrategias han fallado en el pronóstico. No todos los luchadores que los acosan obedecen a una misma intención o cumplen con una misma misión. Algunos pudieran guardar relación con infiltraciones de Al Qaeda; existirán, sí, seguidores del viejo régimen de Hussein; otros pueden ser radicales islamistas que se opusieron en su momento al régimen depuesto, pero también ahora a las fuerzas de ocupación, y pudiera igualmente haber otros combatientes musulmanes no iraquíes, en un acto de solidaridad panislámica.

Las expresiones de: armas de destrucción masiva o la guerra ha terminado ya no significan nada para el estadunidense común y menos para el observador internacional. El planteamiento de Bush ante la Asamblea General de Naciones Unidas el pasado 23 de septiembre no fue un acto de falta de inteligencia o de incoherencia: es un acto de desesperación, intentando embarcar al mundo en su insostenible aventura.

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