303 ° DOMINGO 12 DE OCTUBRE  DE 2003
 De cómo “vencimos el miedo y decidimos jugar” con la frontera
Borderhack

FRAN ILICH*

Tan lejos de Mesoamérica y tan cerca de San Diego, los jóvenes tijuanenses y futuros hackers veían a sus amigos de la prepa apedrear a los migrantes y se dolían de ya no poder usar máscaras en jalogüin. Pero también se lamentaban de que cualquier gringo con dinero tuviera más libertad que ellos en su propia ciudad. Luego, bebieron de mil fuentes y decidieron lanzar un ataque físico, virtual y a través de los medios a ese muro –la barda que separa ambos México de Estados Unidos–, al que llamaron Borderhack. Echaron unos cables de computadora por debajo de la barda y...


Alexei Shulgin y el teclado de su 386/dx

LA HISTORIA QUE VOY A CONTARLES trata sobre cómo vencimos el miedo una tarde de diciembre de 1999 y decidimos que era hora de comenzar a jugar, a trabajar, con esa pared metálica entre México y Estados Unidos. La que nos recuerda que hay quien nos considera humanos de segunda clase (norteamericanos del lado pobre); como si la era medieval nunca se hubiera ido y los pobres aldeanos tuvieran que trabajar día a día para que el imperio y la corte tuvieran resuelta su vida en el interior del castillo, mientras afuera reina otra realidad, la que permite que California tenga unos jardines hermosos y que el servicio doméstico sea más accesible que en otros países.

Al principio, pensar en hacer un Borderhack era tan absurdo que ni siquiera nos tomábamos en serio cuando lo imaginábamos. Hay cosas que se pueden pensar, pero no llevar a la práctica, y una de esas cosas era jugar con la frontera México-Estados Unidos. Lo único que podíamos hacer al llegar a la frontera era poner nuestra mejor sonrisa cuando nos pedían el pasaporte y recordar que por lo menos podíamos cruzar.

Claro, años atrás habíamos hecho de todo, como cualquier tijuanense: cruzar como american citizen, pasar unas horas en Inspección Secundaria porque llevábamos algún libro del infame Timothy Leary o porque cruzábamos con un papá que había obtenido el estatus de american citizen gracias a la famosa aministía Simpson-Rodino o porque un perro nos ladraba por aquella comida podrida que había manchado el asiento horas antes.

La frontera nos había enseñado muchas cosas, una de ellas era que haber nacido a escasos kilómetros al norte nos habría dado la posibilidad de una mejor educación y una mejor calidad de vida. Pero que al nacer de este lado no nos quedaba otra que ser cómplices de la sucesión gubernamental que llevaba haciendo de las suyas desde que los criollos lograron su independencia en 1810.

No tengo idea si siempre fue así en Tijuana –hay quien dice que no–, pero conforme fuimos creciendo, comenzamos a ver nuestras opciones reales: ser mano de obra barata para maquiladoras o héroes temporales de la narco-cultura. Como Mark Renton (el personaje de las novelas de Irvine Welsh), literalmente “decidimos no elegir”. La generación TLCAN se había quedado sin opciones y, estando a miles de kilómetros de la Mesoamérica de fin de milenio, sólo quedaba mirar hacia el Norte para deslumbrarnos con los reflectores que la Border Patrol apuntaba hacia México.

Hay que recordar que en los noventa ser joven en Tijuana era suficiente tragedia por sí misma. Teníamos un gobierno panista que ponía en práctica sus ideas en nuestra realidad: no había espacios donde convivir más allá de los centros comerciales (lo que significaba llevar dinero para gastar). Y las calles eran aterrorizadas por un Grupo Táctico con pistola, que iba uniformado de negro y que detenía a jóvenes en las calles sólo por su forma de vestir o por no llevar identificación.

Mientras, todo mundo olvidaba que los hermanos Arellano Félix existían y los medios de información distraían a la ciudad entera con la guerra anti-graffiti. Curiosamente, cualquier gringo con dinero en la bolsa podía convertir ese infierno en un lugar feliz en la Avenida Revolución.

Fue por aquel entonces cuando la fiesta de Halloween comenzó a desaparecer: el 31 de octubre prohibían salir con máscara después del atardecer y a cambio nos conminaban a celebrar el Día de Muertos, una fiesta que resultaba artificial en tierra natural de la transcultura.

Tijuana nunca fue Mesoamérica. En sus inicios ya era un casino para turistas alcoholizados. Entiendo los esfuerzos que hacen la SEP y el gobierno para imponer la cultura del centro, pero no los respeto. En fin. No se puede entender Tijuana sin San Diego, la ciudad que se encuentra justo del otro lado de la pared. Y, sin embargo, intentar justificar a San Diego tomando como punto de partida Tijuana no tiene mucho sentido, incluso en años recientes, cuando su economía depende tanto de los mexicanos sonrientes que se visten de alliens para cruzar las frontera y comprar de todo: desde gasolina hasta whatchamacallit, pasando por casi cualquier cosa que nuestro accidentado peso todavía permita comprar.


Cuarto de máquinas

La militarización de la frontera es un fenómeno relativamente nuevo y esa barda metálica que nos separa de Estados Unidos no existía hace 20 años. En 1992, mi hermana y yo acompañamos a un grupo de activistas a pintar en ella: “Si el muro de Berlín cayó, éste por qué no”. Esos eran los días en que familias enteras abandonaban tan rápido como podían el México que les negaba una existencia digna. Por un lado tenían que cuidarse de la Border Patrol, por el otro, de mexicanos que los miraban con disgusto. Mis compañeros de prepa acostumbraban salir a apedrear migrantes después de jugar basquetbol, y si les preguntábamos por qué, decían: “Son los traicioneros que se van”, o algo por el estilo.

Aprender a jugar
Nuestra experiencia con Borderhack no fue tan extrema. Comenzó como una idea y accidentalmente terminamos poniéndola en práctica. Leyendo Nettime me enteré de los bordercamps que organizaba Florian Scneider con Kein Mensch ist illegal (Nadie es ilegal) en la frontera alemana con Polonia y la República Checa (en los bordercamps se reunían grupos de artistas y activistas durante una semana. Básicamente, lo que hacían era irrumpir en estas fronteras. La diferencia con Borderhack es que ellos trabajaban desde el país a donde los migrantes intentaban cruzar –Alemania–).

Pero supusimos que sería casi imposible hacer algo así: por un lado no nos venía a la mente que algún tijuanense nos quisiera ayudar a hacer semejante cosa: todos habían escuchado historias sobre algún amigo de un amigo de un amigo de la tía que había perdido su visa por casi nada. Teníamos claro que estábamos solos.

En un principio, lo que nos movió a actuar fue la inspiración y la nostalgia que algunos sentimos por el movimiento de graffiti tijuanense, lidereado por grupos como Hecho en México (HEM) y Decorando la Ciudad (DLC), quienes, además de poner colores a las paredes grises, llegaron a hacer graffitis bastante significativos en sitios como la bandera del palacio municipal, la pared más alta de la garita de alta seguridad de San Ysidro, justo para que la Border Patrol portara en su frente los colores del descontento de la tijuana pocha, y en el interior del cuartel del Quinto Batallón de Infantería.

Pensando en estas cosas y viendo que la tradición literaria de la frontera México-Estados Unidos estaba un poco atascada y que no se veía mucha posibilidad de que unos escritores treintañeros, que seguían pensando que eran tan jóvenes como 10 años atrás, atacaran la frontera, un grupo muy reducido de amigos nos dispusimos a hackearla.

Pensamos que tenía que ser algo simbólico, como cuando Sueño-Kenos-HEM subió desde el lado de San Ysidro a la garita de alta seguridad cuasi-militar y la graffiteó de tal modo que todos los que cruzaban hacia Estados Unidos veían el tag que este país portaba en sus narices. El problema para la gente de la Patrulla Fronteriza y el Servicio de Inmigración y Naturalización es que no podía verse las narices. Tardaron poco más de 24 horas en borrar el graffiti. Eso fue en 1994 y dicho acto no se repitió. Y eso era nuestra inspiración. Eso. Eso y el hecho de crecer en esa tierra violenta proto-campamento beduino-semi-ciudad que todos los días se inventaba algún mito para seguir adelante.

El proyecto lo llamamos Borderhack y era un ataque físico, virtual y a través de los medios masivos a esa pared fronteriza. Era un proyecto en tres fases muy simples, pero muy tangibles.

Sabíamos que perderíamos, pero también que de una pelea nadie sale limpio, por lo menos algún rasguño tenían que llevarse. También sabíamos que no queríamos ganar, que nuestro enemigo no era Estados Unidos, sino el propio gobierno mexicano que ha permitido que la pobreza llegue tan lejos.

También conocíamos otra tradición, la de los performanceros y poetas que en años anteriores iban a la frontera a fumar marihuana y jugar con un spanglish inauténtico, que consistía en decir palabras que les sonaban cool; sabíamos también que muchos de ellos habían viajado hasta allá para encontrar algo del oro que la frontera prometía.

No era nuestro caso, habíamos crecido allí y conocíamos el racismo de primera mano, el ser ciudadanos de segunda clase. Sabíamos que 10 pesos eran un dólar y que 10 mexicanos juntos no valían lo que un american citizen. Recordábamos perfectamente las cacerías de mexicanos de principios de los noventa, y aquellos momentos en que familias enteras, del abuelo al recién nacido, decían adiós al México que gobernantes corruptos saqueaban de forma sistematizada y profesional, y que esta pobre gente tenía que abandonar en busca de una vida mejor (pagando los platos rotos y además quedando marcados casi como traidores por no continuar sufriendo como nos habían enseñado a hacer los españoles católicos durante la Colonia). Familias enteras corrían 24 horas al día por el freeway 5 hacia el norte, huyendo de esa triste realidad mexicana. De ahí nacieron esas señales de mexicanos corriendo por las autopistas. Muchos murieron atropellados, muchas familias se separaron para siempre.

Entonces, lo que hicimos fue organizar una lista de correo donde conspiramos con la gente de ®tmark, Electronic Disturbance Theatre, Laboratorios Cinematik y los Taco Shop Poets para armar nuestro primer proyecto.

Aquella tarde de diciembre de 1999 fue nada en comparación con las acciones que nos inspiraron. Conseguimos electricidad de donde pudimos y presentamos un concierto del net-artista moscovita Alexei Shulgin.

Alexei y el teclado de su computadora estaban prácticamente solos en San Ysidro. El cable del teclado cruzaba el muro hasta Tijuana, donde teníamos un concierto en forma. Hasta que Alexei tuvo que huir por la presión de los agentes de la Border Patrol. Afortunadamente, el concierto podía continuar sin él, pues se quedaba su vieja 386/dx, un aparato al que había programado para que interpretara canciones míticas de ese rock que hablaba sobre libertad e ideas utópicas, el rock con el que su generación soñaba en la difunta URSS.

Del lado mexicano, Natalie Bookchin, Cybercholito y yo nos encargábamos de que la computadora, el video y el sonido funcionaran, de que no se detuviera la voz y la música que Alexei había programado en esa triste computadora con un disco duro de 40 megabites y que tocaba canciones como Imagine y Anarchy in the UK, con toda la frialdad y desencanto con el que programas tan rudimentarios como Notepady y Midi pueden expresarse. El público mexicano estaba desconcertado. Poco a poco comenzamos a entender cómo jugar a hackear la frontera.

Fue nuestro primer paso.

Meses después, en agosto de 2000, logramos el primer Borderhack.

En la muralla
Montamos nuestro equipo e hicimos un campamento donde había algunas computadoras. Conseguimos nuestras líneas telefónicas en pleno campo de batalla con ayuda de amigos hackers expertos en ingeniería social, y dejamos que durante tres días la gente utilizara estas líneas para comunicarse con sus parientes en pueblos y ciudades lejanas (dábamos servicio gratuito de larga distancia sin límite de tiempo a través de varios teléfonos a la vez).

Organizamos juegos de policías y ladrones con la Border Patrol, en los que cruzábamos la línea y regresábamos, una y otra vez (¿adivinen quiénes eran los policías y quiénes los malos?).


Una mañana en el campamento

Algunos activistas organizaron un Border Radio para que la escucharan los que manejaban a Estados Unidos, a quienes repartíamos volantes informativos sobre la frecuencia radiofónica.

Inspirados en aquel ataque cibernético que organizó el Electronic Disturbance Theatre, simultáneamente contra la bolsa de valores de Frankfurt, el presidente Zedillo, el Pentágono y la Casa Blanca, dejamos que los navegadores de miles de computadoras del mundo hicieran de las suyas a un servidor de la Border Patrol. La acción fue apoyada con el FloodNet, un software especial que emula a las multitudes manifestándose físicamente pero con una metáfora digital. Ricardo Domínguez, el temido cyber-zapatista, estaba allí con su coolness eterno.

Durante tres años instalamos el campamento. La última vez, en 2002, recibimos un mail del secretario del Departamento de Arte y Tecnología (DAT) de Estados Unidos. Nos proponía abrir la frontera en el lugar donde se hace nuestro campamento. Como un acto simbólico, dejar que la gente circulara libremente durante tres días. Un hermoso prank, perfecto para los medios. Y es que el DAT es un grupo de artistas pranksters, que se dedican a hacer comunicados de prensa y acciones diplomáticas como ésta.

Durante los tres años que duró el Borderhack, hubo muchísimos resultados: grabaciones de audios, obras de arte, un especial de ensayos en Wired News, una muestra de arte y textos online, que incluso dos años después sigue recorriendo el circuito de los museos y festivales que trabajan el tema del media-art. Otro de los resultados fue un videojuego sobre la experiencia del mexicano que tiene que pasar obstáculos para llegar a un campo de tomates donde hará realidad lo que siempre soñó (el videojuego fue creado por Blas Valdez y yo).

Hubo muchas experiencias, algunas tan simples y fuertes como cuando intentaban mojar nuestras computadoras y aparatos con su sistema de riego de jardines (no se nos había ocurrido que una simple manguera podía acabar con nuestra zona autónoma temporal: éramos tan frágiles), asustarnos con sus helicópteros que volaban muy cerca de la tierra, o cuando agentes de la Border Patrol intentaban cuestionarnos a través del cerco, llamándonos por nuestros nombres.

Pero lo más importante era que este evento era un espacio para que los activistas de distintas ideologías y ciudades que trabajan con la frontera se reunieran a dialogar, a dar talleres acerca de sus distintas áreas de expertise, y a la vez llamar la atención de los medios.

Es imposible negar la fuerza que tiene el reunirte justo en la pared y ver cómo ésta se sumerge en el océano Pacífico. La situación difícilmente se presta para decir cosas completamente absurdas, o los típicos discursos demagógicos, porque el paisaje por sí mismo coloca a todo en su lugar. El proyecto consistía en una plataforma para reunir iniciativas, grupos, células, personas y atacar el tema de la frontera desde todos los ángulos posibles. Había conferencias sobre el aspecto ecológico de las maquiladoras en la franja fronteriza, las mujeres, los migrantes, los derechos humanos, presentaciones de arte, y películas y música durante la noche.

El Borderhack puede continuar…

PARA MAS INFORMACION:
–Borderhack: http://borderhack.org
–Borderhack Attachment: http://delete.tv/borderhack/attachment
386/dx (alexei shulgin): http://easylife.org/386dx/
kein mensch ist illegal: http://www.contrast.org/borders/kein/
–Beaner (videojuego): http://delete.tv/beaner
–Departamento de Arte y Tecnología: http://usdat.us
–Orden ejecutiva para abrir la frontera (Departamento de Arte y Tecnología) http://www.usdat.us/order_08-06-02.html
 

*Escritor y artista de medios tijuanense. Correo electrónico: [email protected]

fotografias: Archivo del proyecto Borderhack