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México D.F. Sábado 25 de octubre de 2003

Juan Arturo Brennan

La conquista según Rihm

A principio de la temporada, la Opera de Bellas Artes anunció una muy atractiva función doble con El niño y los sortilegios, de Ravel, y El ruiseñor, de Stravinski. Sin embargo, llegado el momento nos fueron asestadas unas soporíferas y superfluas funciones de Madama Butterfly que, después de las anodinas representaciones de Norma, resultaron especialmente pesadas. ƑPor qué la sustitución? Unos dicen que se acabó prematuramente el dinero en Bellas Artes. Otros afirman que desde arriba (muy arriba, al parecer) llegaron tajantes instrucciones de tener siempre lleno el teatro de Bellas Artes, ''porque se ve más bonito".

El caso es que, una vez más, se ofreció gato por liebre, para beneplácito de los operópatas conservadores y para comodidad de muchos de los responsables de la programación de ópera.

Bajo estas circunstancias, parecía que el año operístico iba a concluir en el bostezo total, pero por fortuna llegó al escenario de Bellas Artes, como parte del Festival Internacional Cervantino, la ópera La conquista de México del compositor alemán Wolfgang Rihm (1952), que además de resultar una experiencia escénica y musical muy satisfactoria, bien pudo funcionar como una bofetada con guante blanco para los apologistas de las sacrificadas sacerdotisas y las dolientes geishas.

El libreto de La conquista de México, escrito por el propio Rihm sobre textos de Antonin Artaud y Octavio Paz, se mueve en un terreno que trasciende la narración anecdótica de hechos para ofrecer, en cambio, una visión poética y filosófica que se aparta radicalmente de las anquilosadas convenciones del texto operístico tradicional. Se trata de un libreto fundamentalmente político en el que Rihm ha incluido una serie de fascinantes y complejas consideraciones de género que por una parte se resumen en un leitmotiv textual que cuestiona la identidad de lo masculino, lo femenino y lo neutro, y por la otra tienen su extensión escénica en el hecho de que Moctezuma es caracterizado como un personaje femenino, lo que confiere a la ópera una nueva e inquietante dimensión conceptual.

Sí, hay aquí poderosas consideraciones sobre los conquistadores y los conquistados, pero también hay una contundente confrontación entre el violador y el violado. Para complementar el austero, pero muy expresivo texto de la ópera, la directora de escena Renate Ackerman ha propuesto un trabajo teatral de trazos sencillos pero poderosos, de una intensidad contenida y una expresividad basada más en la interiorización de los personajes que en los grandes gestos, y con algunas imágenes realmente sobrecogedoras.

La acción escénica de La conquista de México se desarrolla en, sobre, bajo y alrededor de un elemento escenográfico único (concebido por Heinz Balthes), polivalente, dinámico, cambiante y poseedor de una formidable carga icónica. Asimismo, la parquedad en lo que se refiere a la utilería permite que los escasos objetos que aparecen en escena adquieran un inusitado poder emblemático.

La partitura de Wolfgang Rihm para La conquista de México, concebida como un discurso continuo y de gran homogeneidad, es una muestra más (por si hiciera falta) de que es perfectamente posible componer música dirigida simultáneamente a lo sensorial y lo intelectual. El compositor confía su música a una orquesta detalladamente diferenciada y que, además, se expande en una espacialización tridimensional muy efectiva, logrando una auténtica y muy expresiva estereofonía.

La Camerata de Las Américas, dirigida por Alicja Mounk, sorteó con su acostumbrada solvencia las complejidades de ejecución de la partitura de Rihm, así como la mayoría de los problemas planteados por la disgregación de la orquesta. La distribución de los instrumentos, las voces fuera de la escena, las partes corales grabadas y la aplicación selectiva de la amplificación se combinaron para crear un sólido ámbito sonoro que refuerza las cualidades del libreto y la puesta en escena. La orquesta que propone Rihm contiene una amplia sección de percusiones mediante la cual el compositor sustenta una buena parte de su discurso sonoro, sin caer nunca en el lugar común de aludir pintorescamente al huéhuetl o al teponaxtli.

En ciertos momentos de la partitura de La conquista de México se puede percibir influencias precisas sobre el trabajo de Rihm, perfectamente asimiladas a su propio lenguaje: Györgi Ligeti y la escuela polaca en la creación de texturas y densidades, y Luciano Berio en el tratamiento de algunas partes vocales. Al interior de la poderosa música de Rihm destaca un sorpresivo e inesperado episodio en el que el compositor alemán alude inequívocamente a Silvestre Revueltas. En suma, una ópera que inquieta, cuestiona y propone, y que está a años luz de distancia de lo que ha aparecido recientemente en el escenario de Bellas Artes.

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